Rusia responde a los misiles de EEUU y Reino Unido con su mejor arma (no nuclear): la desinformación masiva
- El cierre de las embajadas ordenado por Estados Unidos y algunos aliados europeos demuestra la eficacia de la guerra psicológica del Kremlin.
- Más información: Storm Shadow y ATACMS, los devastadores misiles con un alcance de 300 km con los que Ucrania ataca Rusia
El miedo comenzó de buena mañana. Los primeros fueron los estadounidenses, que cerraron las oficinas de su embajada en Kiev por una información fresca: los rusos estaban preparando un ataque brutal para el escarmiento de Ucrania y sus aliados, ahora que la resistencia no sólo tiene misiles de largo alcance a su disposición, sino permiso para utilizarlos contra objetivos militares dentro de Rusia. Los segundos fueron algunos países europeos, como España o Italia, que justificaron la clausura ante sus compatriotas por el “riesgo aumentado” de un ataque aéreo contra la capital.
El nuevo argumento para la furia rusa sería el primer lanzamiento ucraniano de misiles de largo alcance y fabricación estadounidense (los ATACMS) sobre suelo ruso, en la región fronteriza de Briansk. El Kremlin sostiene que fueron seis, interceptaron cinco y no causaron ni muertes ni daños materiales. La versión filtrada por algunos oficiales estadounidenses a medios como Reuters es que fueron ocho, y sólo dos tumbaron. A mediodía se conoció, también, que los ucranianos han usado el modelo similar facilitado por los británicos (los Storm Shadow). En esta ocasión, para golpear la región de Kursk, parcialmente controlada por las tropas de la resistencia.
Durante la jornada, pues, surgieron muchísimos detalles sobre la represalia inminente que supuestamente preparaban los rusos, con la doctrina nuclear del país actualizada. Una hipótesis que se extendió a toda velocidad, con millones de visualizaciones en redes sociales como X o Telegram, fue el disparo desde la orilla oeste del Caspio y contra Kiev de un RS-26, un misil de largo alcance con capacidad para cargar armamento nuclear. La idea sería transmitir que el Kremlin no amenaza a la ligera, y que cuando avisa de que puede responder con una bomba atómica contra quien golpee su territorio, va muy en serio. Kiev, en ese sentido, estaría a su alcance.
Pasó el día y no pasó nada excepcional. Las autoridades ucranianas, de hecho, protestaron. El Ministerio de Exteriores recordó que, “en este día 1.001 de la invasión a gran escala”, la amenaza rusa “es igual de relevante que en los 1.001 días anteriores”. La Inteligencia militar del país incluso desmintió un supuesto comunicado de su autoría que alertaba sobre una ofensiva rusa “particularmente masiva” contra las ciudades ucranianas. “Este mensaje es falso y contiene errores gramaticales típicos de las operaciones informativas y psicológicas rusas”, añadió. “Instamos a confiar únicamente en la información procedente de fuentes oficiales”.
Existen especulaciones sobre las razones por las que los diplomáticos occidentales temieron que Rusia fuese más duro de lo habitual, hasta salpicarles. El pasado 8 de noviembre, un dron suicida impactó contra la vivienda personal de Annely Kolk, embajadora estonia en Ucrania, lo que llevó al ministro de Exteriores de la república báltica, Margus Tsahkna, a recordar que Kolk “tuvo suerte de salir indemne” y que “no deberíamos acostumbrarnos a esto”.
Early yesterday, the building where #Estonian amb @AnnelyKolk lives in #Kyiv was hit by a Russian drone.
— Margus Tsahkna (@Tsahkna) November 8, 2024
She was lucky not to be harmed.
No one is safe in #Ukraine until Russia stops its aggression. 🇺🇦needs more air defense to protect its residents.
We must not get used to this. pic.twitter.com/bUTz3c5AT6
La escalada rusa
Lo que queda más claro es que, desde febrero de 2022, el Kremlin trata de mantener la iniciativa en cada frente. El pasado domingo, Rusia efectuó uno de sus ataques más crueles del año. Disparó 120 misiles y 90 drones en una hora contra Ucrania. Murieron al menos diez personas, pero el objetivo era otro: machacar, un día más, la red eléctrica del país a las puertas de uno de sus inviernos más fríos. El propósito es claro y lo resumió la activista Olena Halushka en una entrevista para este periódico: “¿Cómo se supone que va a prosperar una economía sin electricidad en el siglo XXI?”.
A estas alturas, dos de cada tres plantas de energía ucranianas están dañadas, y las autoridades preparan a los ciudadanos para cortes de luz de hasta 20 horas.
A esta realidad se suma otra. La colaboración de Rusia con China, Irán y Corea del Norte es cada vez más estrecha. Las agencias de Inteligencia occidentales son todavía prudentes cuando apuntan a Xi Jinping. Pero el régimen de los ayatolás está suministrando miles de misiles y drones suicidas a las tropas de Putin para la invasión de un país europeo. Kim Jong-un, por su parte, está aportando millones de obuses y miles de soldados regulares y de élite: los informes de los aliados de la OTAN hablan de hasta 100.000 hombres a disposición del Kremlin.
Los misiles empleados ayer y anteayer por las tropas ucranianas con el aval de Londres y Washington fueron contra almacenes de armas y otros objetivos militares, y no hay tropas regulares de potencias occidentales combatiendo junto a los ucranianos. El Kremlin, sin embargo, trata de convencer al público occidental de que son los esfuerzos defensivos a los ataques rusos los que están escalando el conflicto. En esta lectura, es Volodímir Zelenski quien arrastra a Estados Unidos y Europa a una guerra nuclear contra Rusia.
Algunos expertos de seguridad norteamericanos sostienen que la Administración Biden trata de intensificar su apoyo a Ucrania antes de que Trump asuma la presidencia, así que da pasos ahora a los que se opuso en los mil días anteriores. Rusia, entre tanto, incide en la guerra psicológica para ganar por el miedo y el agotamiento de los aliados de su víctima.