Macron busca en Trump un improbable aliado con las encuestas en contra y su primer ministro acorralado por Le Pen
- La pinza de la izquierda con la extrema derecha sacará este miércoles adelante la moción de censura contra el primer ministro Michel Barnier. Todo ello, apenas unos días antes de que Trump visite París como presidente electo invitado por Emmanuel Macron.
- Más información: ¿Y ahora qué? Los escenarios que se abren si cae el Gobierno francés tras la censura de la izquierda y la ultraderecha.
El segundo mandato de Emmanuel Macron como presidente de la República Francesa comenzó con el estallido de la guerra en Ucrania y no ha conseguido enderezarse desde entonces. Capaz de superar los escollos de sus primeros cinco años como las manifestaciones violentas de los "chalecos amarillos" o el distanciamiento con Estados Unidos, producto de la puñalada comercial que la administración Biden le propinó al meterse en medio de un muy lucrativo acuerdo para vender submarinos nucleares a Australia, el líder del movimiento 'En Marche!' parece ahora en un callejón sin salida.
El golpe recibido con la derrota de su partido en las elecciones legislativas del pasado mes de junio -mitigado gracias al sistema francés de circunscripciones y a una excelente segunda vuelta- justo después del de las europeas dejó a la fuerza centrista en una incómoda posición, sin un sucesor claro y con las manos atadas en la Asamblea Nacional. Ni siquiera el acuerdo con el ala más moderada de Les Republicains, que sirvió para que el gaullista Michel Barnier ocupara el puesto de primer ministro, ha servido para calmar las aguas y dar estabilidad al país.
La unión de los extremos -la izquierda de Jean-Luc Melenchon y la derecha de Marine Le Pen- parece llamada a derrocar este miércoles a Barnier en una moción de censura inédita en Francia. El Nuevo Frente Popular y Reagrupamiento Nacional consideran que el recurso del gobierno al artículo 49.3 de la constitución para aprobar el nuevo presupuesto de la Seguridad Social es la gota que colma el vaso… aunque, en el fondo, la decisión se veía venir desde hace tiempo. De hecho, lo que a uno le parece excesivamente liberal, al otro bando le parece excesivamente proteccionista, "punitivo", en palabras de Le Pen.
El objetivo no es otro que erosionar la imagen de Macron y obligarle a nombrar un primer ministro de la fuerza mayoritaria, algo que siempre se había hecho durante la V República. De esta manera, la izquierda podría alcanzar el gobierno del legislativo -aunque, de nuevo, en una enorme minoría- y la extrema derecha podría aprovecharse de esa minoría para desgastar al que parece ahora mismo su máximo rival de cara a las presidenciales de 2027. Macron tendrá que decidir en los próximos días, pues es su prerrogativa, qué futuro quiere para Francia.
Centrado en la seguridad europea
De momento, el presidente de la República parece más centrado en la política exterior y en afirmar la posición de Francia dentro de la Unión Europea y de la Unión Europea dentro del convulso mapa geopolítico actual. Como líder de la única potencia nuclear de la Unión, Macron se ha mostrado desde un principio como el menos permeable a las amenazas rusas y ha solicitado en varias ocasiones a sus aliados europeos que piensen en rearmarse y protegerse por sí mismos sin necesidad de depender de Estados Unidos.
Si hay un país que ha destacado desde la II Guerra Mundial por su antiamericanismo, pese al recuerdo anual del desembarco en Normandía, ese ha sido Francia. Está dentro de su idiosincrasia política y cultural. Macron lleva tiempo intentando establecer una moderada autonomía respecto a las políticas exteriores estadounidenses, especialmente previendo la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con sus tendencias aislacionistas respecto a Europa y su confesada admiración por Vladimir Putin y su régimen autócrata.
Trump y Macron no acabaron precisamente bien después del primer mandato del republicano, pese a un comienzo de lo más efusivo entre ambos. Al estadounidense no le gustó que en 2018 Macron ya insinuara la necesidad de un ejército europeo -intención que comparte, por ejemplo, con el Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell- a la vez que Francia incumplía el requisito de aportar el 2% de su PIB a partidas de defensa militar. Menos le habrá gustado la insistencia con la que Macron ha declarado que Biden, y luego Harris, eran sus candidatos favoritos en las pasadas elecciones.
Objetivo: agradar a Trump
Ahora bien, si algo hay que reconocerle al presidente francés es su coraje para coger el toro por los cuernos. Frente a la debilidad interior y anticipándose a una posible debilidad exterior, ha decidido afrontar la nueva presidencia de Donald Trump ahondando en el punto débil del multimillonario: el ego. Así, Macron ha decidido invitar a Trump a la inauguración de la nueva Catedral de Notre Dame, restaurada en tiempo récord después del pavoroso incendio de 2019. Será el primer acto semioficial de Trump como presidente electo y una verdadera anomalía, pues lo normal habría sido invitar a Biden.
De esta manera, Macron se adelanta a todos los demás líderes europeos y muestra la mano tendida al nuevo presidente, con el que tendrá que colaborar durante los próximos dos años y medio. Sabedor de que el enfrentamiento directo no suele funcionar bien con Trump, parece haber elegido un enfoque más diplomático y lisonjero. Al fin y al cabo, nada le gusta más al millonario que el hecho de que alguien le haga la pelota. Si es un gran líder mundial, muchísimo más, por supuesto.
Otra cosa es si servirá para algo. Queda un mes y medio para que tome posesión de su cargo y Trump ya ha prometido "desatar el infierno" en Oriente Próximo y ha nombrado un enviado especial a Ucrania para negociar algo muy parecido a una rendición con escasas garantías. Lo malo y lo bueno de Trump es que es un hombre imprevisible, que tan pronto amenaza con borrar del mapa a Corea del Norte con misiles nucleares como se reúne en tono más que cordial con Kim Jong-Un en cuestión de meses.
Tal vez, pensará Macron, si le hace entender la necesidad de mantener el nexo atlántico, al menos Europa podrá ganar tiempo. El asunto es si sabrá aprovecharlo cuando los bárbaros no dejan de llamar a las puertas, incluidas las del Elíseo.