Un militar ucraniano patrulla ante un edificio residencial dañado por los ataques rusos en Pokrovsk, en primera línea del frente.

Un militar ucraniano patrulla ante un edificio residencial dañado por los ataques rusos en Pokrovsk, en primera línea del frente. Inna Varenytsia Reuters

Europa

Trump amenaza a Putin con sanciones "a gran escala" tras su ataque masivo a Ucrania y su operación para recuperar Kursk

Su amago de repartir culpas entre los dos bandos, sin embargo, ha acabado con disculpas a Putin mientras este sigue sus bombardeos sobre civiles.

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Vladimir Putin quiso dar la razón a todos los que consideran que las actuales negociaciones de Estados Unidos no hacen sino envalentonar a Rusia y ordenó el pasado jueves un ataque salvaje sobre Kiev y otras ciudades ucranianas. El ataque en sí, desgraciadamente, no tuvo nada de especial. Es práctica común del Kremlin desde el principio de la guerra: atacar núcleos urbanos con toda clase de misiles y de drones con el fin de causar el mayor daño posible a la población. La única diferencia es que Trump parece que se acaba de enterar.

Por eso, el voluble presidente estadounidense cerró el jueves con una serie de mensajes en redes sociales que condenaban las acciones rusas y amenazaban con nuevas sanciones económicas y bancarias. Puede que algunos se lo creyeran, pero parecía más bien un artificio negociador que nunca se iba a llevar a la práctica. De hecho, en la mañana del viernes, el propio Trump salió de nuevo a defender a Putin: “Nunca quiso invadir Ucrania, quiere la paz… y parece que va a ceder mucho más de lo que debe”. No quiso especificar exactamente cuánto debe “ceder”, en su opinión, el invasor de un país vecino.

En cualquier caso, para entonces, Putin ya se había adelantado. O, más bien, había continuado como si nada. Consciente de que, en cualquier negociación de paz por territorios, Kursk le supone un problema, lleva toda la semana intensificando la campaña para expulsar a los ucranianos de sus posiciones alrededor de la ciudad de Sudzha. El ataque coordinado de rusos y norcoreanos, que han vuelto a la carga, ha provocado avances que resultan peligrosos para el ejército de Oleksandr Syrskyi.

La lucha por la carretera R200

No es la primera vez que oímos hablar de un derrumbe del frente en Kursk y en muchos otros lados. Las agencias de prensa tienden a infravalorar la capacidad del ejército ucraniano y las falsas alarmas son constantes. Algo parece hacer pensar, sin embargo, que esta vez la cosa va en serio. Desprovistos de los sistemas de inteligencia y de geolocalización que ha cortado Estados Unidos para forzar la rendición, es probable que los ucranianos no sepan ahora mismo por dónde les vienen… y la situación en el frente es más que compleja.

Según fuentes de Deep State, confirmadas por vídeos y fotografías, los rusos habrían conquistado en las últimas cuarenta y ocho horas las ciudades de Staraya Sorochina y Nikolaevka, lo que pone mucha presión sobre Malaya Loknya, que podría incluso haber caído ya. Con todo, la situación más grave se vive justo en la frontera entre ambos países: Rusia está avanzando desde el norte, con la toma de algunas poblaciones y carreteras de la región de Sumy, y desde el sur, más allá de Kurilova.

Este movimiento parte en dos a parte de las tropas ucranianas, pues Guevo está a punto de quedar aislada del resto del territorio ocupado. La ventaja que tiene aquí Ucrania es que, en caso de ataque, sus tropas siempre pueden volver a su país, cosa que no sucede si el avance norte-sur se cierra al oeste de Sudzha y deja embolsados a miles de soldados que defienden la ciudad y sus alrededores. Ahora mismo, la única vía de acceso a la ciudad es la carretera R200, que viene desde Sumy capital y por la que podrían tratar de huir las tropas ucranianas en caso de decidirlo así Syrskyi y Zelenski.

¿Sirve Kursk para algo?

En estas circunstancias, cualquier decisión puede tener consecuencias de cierta gravedad. Obviamente, lo que no se puede permitir Ucrania bajo ningún concepto es que esos miles de hombres -y sus equipos militares- acaben en manos rusas y norcoreanas. La facilidad con la que se obvia el hecho de que ya hay un tercer país luchando en esta guerra y no es precisamente occidental resulta estremecedora. El riesgo de que Rusia cierre la frontera es evidente y, si lo hace, salir de ahí requerirá una pericia y unos medios que no sabemos si Ucrania puede desplegar o no.

Por otro lado, como decíamos al principio, la importancia de Kursk a la hora de negociar un posible intercambio de territorios debería ser inmensa. Eso, si la negociación se atuviera a unos parámetros mínimos de justicia e igualdad. No parece que vaya a ser así con Donald Trump de por medio. Visto lo visto, tal vez lo mejor para Ucrania sería replantearse la operación, darla por bien empleada teniendo en cuenta la cantidad de recursos que ha obligado a desviar a su enemigo y dedicarse a defender su propio territorio con uñas y dientes.

La Casa Blanca ha conseguido poner, siguiendo a la propaganda rusa, a Zelenski en el punto de mira, pero ignora que no solo es Putin quien comenzó la invasión y puede ponerle fin cuando le plazca, sino que todas las pegas vienen del lado ruso: no quiere ceder territorios, no quiere intermediadores europeos y no acepta que la Unión Europea pretenda siquiera defenderse de las continuas amenazas nucleares que el Kremlin lleva tres años repitiendo.

La frialdad con la que Trump admite que el cese de la ayuda en materia de defensas antiaéreas es una manera de presionar a Ucrania para “ver si de verdad quieren la paz” es asombrosa. Miles de civiles morirán en las próximas semanas porque la Casa Blanca solo entiende la rendición ucraniana en los términos que se dicten en Moscú. Y, aun así, les parece que el generoso es Putin. O Europa acude pronta al rescate material y de inteligencia o la cosa se complica mucho para la valiente población ucraniana. Es su única esperanza.