"Si hasta hace unos días era una cárcel, ahora esto es un infierno", dice Belal a cincuenta metros de su Gaza natal. "Mientras hablo contigo, veo cómo están atacando mi ciudad del otro lado de la frontera [con Egipto]. Veo el humo y me siento inútil. Tengo mucho miedo de perder a mi madre, padre o hermano", dice a EL ESPAÑOL el joven emigrante, que voló primero a Jordania para entrar por la frontera israelí antes de que la cerraran. La suerte que el madrileño de adopción teme para su familia ya la han sufrido los novecientos palestinos que han muerto en la Franja desde el sábado.
Desde la frontera, piensa en lo afortunado que ha sido su hermano. "Hoy lo ha llamado la Cruz Roja alertándole de que iban a atacar su edificio", cuenta. Sin el aviso de un tercero, nadie en ese edificio habría sobrevivido. Hasta el ataque de Hamás el sábado, el Ejército israelí tenía la cortesía de notificar a las víctimas de que derrumbarían sus edificios mediante knocks on the roof ('golpes en el tejado'): lanzaban dispositivos no explosivos a los tejados de las casas como preaviso a los residentes. Ya no. La guerra más absoluta ha arrasado cualquier atisbo de gentileza.
A Belal le gustaría reencontrarse con su familia fuera de Gaza, pero ya es tarde para que salgan. El lunes, Israel recomendó a los gazatíes ir a Egipto porque era la única frontera abierta. "Desde entonces, han bombardeado tres veces el paso fronterizo y no dejan que nadie salga ni entre. Además, aun si decidieran salir, en el camino desde la casa de mis padres hasta la frontera moriría más de la mitad. Es un tramo muy peligroso", explica.
Mientras ve desde la barrera cómo Israel se venga y "destruye una raza familia a familia", en Gaza nada entra ni sale. Desde el enclave nos habla Adnán abu Hasna, portavoz de la agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Abu Hasna explica a EL ESPAÑOL cómo, además de prohibir la entrada de víveres por Egipto, Israel ha bloqueado el tránsito de mercancías a Gaza por el paso de Kerem Shalom. "En dos semanas, no tendremos gasolina. Pronto, no tendremos para comer tampoco", pronostica.
Por lo que ve desde su ventana y por vídeos, el portavoz de UNRWA afirma que las calles están completamente vacías. No es para menos: el mismo sábado del ataque de Hamás, las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) comenzaron a bombardear mezquitas, centros comerciales, y hasta centros de salud. La parte más afectada ha sido el barrio céntrico de al-Ramal, y fuera de la ciudad el pueblo de Khan Younis ha sido arrasado. La UNRWA ha abierto sus escuelas para acoger a familias enteras, pero ni este bastión neutral de la ONU se ha salvado: un ataque acabó el martes con la vida de dos trabajadores de la sede donde trabaja Abu Hasna. "Ser refugiados después de 75 años es el gran fracaso de la comunidad internacional", lamenta.
Salah milita en una organización civil por los derechos de los palestinos. Cree que, desde la "exitosa" ofensiva de Hamás el fin de semana, Israel "sencillamente nos quiere matar. Nos cortan la electricidad, el internet y el agua e impiden que nos llegue la ayuda de ninguna organización internacional o país extranjero. No solo eso: están confiscando el agua y la comida de la UNRWA", denuncia. Es por eso que sus compatriotas acostumbran a decir que cualquier persona que muere en Palestina es un mártir. "Si mueres en tu cama, eres un mártir por haber muerto en esta tierra", apunta Belal.
Entre la familia y amigos de Belal no hay mártires, aunque las imágenes de niños asesinados y madres desesperadas a las puertas de un hospital abarrotado han apagado a la mayoría de los suyos. Cuando pregunta a sus seres queridos qué tal están, estos le responden: "Vivo, poco más". Pero él cree que todos comparten cierta esperanza por que la contraofensiva con la que Israel ha prometido "no dejar a salvo ninguna esquina de Gaza" pase pronto y se reanuden unas negociaciones que llevan tiempo cogiendo polvo.
"No somos terroristas"
"Levantarme con los cohetes el sábado fue una sorpresa. Hamás llevaba tiempo prometiendo una respuesta, pero no pensábamos que fuera a ser así y ahora. No veíamos esto desde Yom Kippur", recuerda Belal. "Vale, atacar a la población en Israel no es la solución a nuestro conflicto. Pero era el único movimiento para salir del impasse en el que llevamos tanto tiempo y regresar a la lucha por lo más importante: nuestra tierra y nuestra mezquita de Al-Aqsa", dice.
En la Segunda Intifada, que empezó en el 2000, "ellos nos atacaban con tanques y nosotros respondíamos con piedras. Ya nos llamaban terroristas. Matar siempre está mal, y sí que hemos matado. Pero si eso nos convierte en terroristas, ¿qué son ellos que llevan años haciendo cosas mucho peores?", recrimina Belal. Salah comparte su opinión: "Israel lleva 75 años escudándose en el derecho internacional para cometer terrorismo de Estado. Es un Gobierno fascista que en último año no ha tenido ningún problema en matar a 294 civiles", expresa citando la cifra de palestinos muertos a manos del Ejército sionista entre septiembre de 2022 y septiembre de 2023 según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
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"Creen que somos un tema en la agenda que pueden zanjar matándonos a todos. Es peor que un apartheid. Es una vergüenza admitirlo, pero los crímenes de guerra que comete Israel son iguales o peores que lo que hacía Sudáfrica con sus negros el siglo pasado", censura Salah. "Dicen que Israel tiene derecho a defenderse. ¿Y nosotros? Hemos pedido ayuda a todas las potencias. Ni China, ni Rusia, ni EEUU, ni la UE ni la ONU nos hacen caso. Nos hemos cansado de esperar y que nadie haga nada. [El ataque] fue una respuesta normal tras tantos años de conflicto", le acompaña Belal. El militante apostilla: "Fue un toque de atención al mundo para que se dé cuenta del doble rasero que gasta con los palestinos".