Jerusalén

En el corazón del reciente conflicto en Medio Oriente, las voces de las familias afectadas por los desaparecidos y secuestrados a manos de Hamás han comenzado a emerger, arrojando luz sobre una realidad desgarradora y llena de incertidumbre.

Están alzando la voz y han cubierto medio mundo con carteles que muestran las fotos de los rehenes (desde Buenos Aires a Budapest, pasando por París o Madrid), para que nadie se olvide de ellos ni del sufrimiento que miles de personas están pasando. Algunos no pierden la esperanza de volver a encontrarse con sus seres queridos, mientras que otros sólo quieren saber la verdad, aunque, admiten, están "preparados para lo peor". 

Alejandro Sherman, originario de Argentina, es el padre de Ron, un chico de 19 años que se unió al servicio militar obligatorio cuando cumplió su mayoría de edad, y empezó a formar parte de una unidad que opera en una base en la frontera con la Franja de Gaza. “Trabaja con los locales, da permisos a comerciantes que pasan con sus mercancías de un lado a otro, o sea que tiene contacto cotidiano con la población Gazatí”, comenta su padre.

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Al ser un trabajo administrativo, “como padres estábamos contentos de que nuestro hijo estuviera en una unidad donde no corría ningún peligro de combate”, comenta. “Aunque de vez en cuando hay misiles que caen por ahí, pero él siempre está en su refugio y esa base nunca había sido un objetivo”.

Todo dio un giro el sábado pasado a las 6:30 de la mañana, cuando recibieron una llamada de Ron en la que les contaba que estaban siendo atacados y que estaban destruyendo la base donde estaba. En la conversación se escucharon los tiroteos y gente que hablaba en árabe: “Papá, mamá, hay terroristas dentro de la base”, les dijo.

Ron colgó el teléfono y la conversación empezó a ser por escrito con el fin de que no le descubrieran. Pasaron un rato largo conversando hasta que su hijo se pronunció por última vez: “Ya están al lado de la puerta, estoy listo, este es el final. Os quiero mucho”. Durante las cuatro agonizantes horas siguientes, sus padres pensaron que lo habían matado, hasta que recibieron un video en el que le veían secuestrado.

Esa misma noche el ejército les confirmó que su hijo había sido capturado. “Tengo la esperanza de que, si no lo mataron en el momento, puede que lo retengan para el intercambio de rehenes, para negociar. Así quiero pensar”, concluye Alejandro.

Familiares de los rehenes de Hamás, en Tel Aviv. Reuters

Más hacia el sur, en medio del ruido de las sirenas y refugiado en el búnker de casa de unos amigos, Itzik Horn, el padre de dos hijos desaparecidos, nos cuenta cómo su vida cambió el sábado por la mañana.

Dice que está cansado porque hace diez días que no duerme, pero que no se va a cansar de contar la historia hasta saber qué ocurrió con sus hijos. “No sabemos absolutamente nada, no hay cuerpos y tampoco hay señales de donde están. No tengo confirmación de que estén en Gaza, pero tampoco tengo confirmación de que estén muertos”.

Tanto Yair como Eytan, se encontraban en el kibutz Nir Oz cuando el atentado comenzó. Este pueblo está pegado a la valla que separa Israel de la Franja de Gaza, de hecho, algunas casas del kibutz están enfrente de la valla. “Ay papá, siempre te olvidas de que nuestro kibutz está tan cerca que nos pasan los misiles por encima de la cabeza”, le contestó su hijo Yair cuando su padre le contactó para prevenirle sobre los misiles, a las 6:20 de la mañana. Esta fue la última vez que Itzik tuvo alguna noticia de sus hijos.

Sólo cuando el ejército recuperó el control del kibutz de sus hijos, empezaron a recibir noticias de la masacre, y fue entonces cuando intentó ponerse en contacto con ellos. ”Ninguno me cogía el teléfono durante todo el sábado, tampoco el domingo. Entonces llamé al mejor amigo de mi hijo y me confirmó que estaban desaparecidos”.

Imagen de Ron Sherman, Yair y Eytan, tres secuestrados por Hamás. Cedidas

En el kibutz donde Hamás hizo desaparecer a Yair y Eytan viven unas 300 personas. Entre muertos, secuestrados y desaparecidos se cifran ya 120 dolorosas pérdidas.

El ejército le ha corroborado que los teléfonos de sus hijos se encuentran en Gaza, y que hubo un intento de cargar combustible en una gasolinera, dentro de la franja, con una de las tarjetas de crédito de su hijo. “Yo ya estoy preparado para lo peor, pero sólo quiero saber dónde están mis hijos”, nos explica con una entereza impresionante este jubilado, que añade: “Mi misión en la vida a partir de ahora es no parar hasta encontrarles”.

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La historia se invierte entre generaciones en el caso de Ofek, cuyo padre, Ilán, fue secuestrado la semana pasada. Ilán y su mujer Ayala son una pareja de veteranos a los que le gusta la música trance y, como muchos otros, participaron en la fiesta Nova en Reim.

Cuando todo empezó, huyeron en su coche hacia el kibutz más cercano. Allí, él engañó a 14 terroristas para que lo siguieran mientras su mujer escapaba. “Lo siento, pero no puedo hablar más. Lo he contado tantas veces, y todo para nada, él no está. Veo una y otra vez los vídeos, pero han pasado 10 días y no tengo ninguna noticia nueva suya”.

El que sí ha recibido una desgarradora noticia sobre su madre ha sido Ziv, el hijo de Marcel Frilich, una mujer de 63 años que vivía en el kibutz Be'eri con su novio, Dror. El sábado 7 de octubre su madre le envió un mensaje de texto y le dijo que los terroristas habían entrado al kibutz, que estaban encerrados en la habitación búnker y que tenía miedo. Ese fue el último mensaje que recibió de ella.

Hasta la fecha, no habían contabilizado a su madre como rehén de Hamás: “Decían que no había pruebas suficientes, a pesar de que en el vídeo que hemos visto ella está con las manos atadas y camina junto a un terrorista”. Hoy, ha confirmado sus peores temores: “He recibido un vídeo en el que hay contenido explícito de cómo mi madre ha muerto”.

Ilán, desaparecido. No se sabe si es uno de los rehenes de Hamás. Cedida

En medio del inmenso dolor y la angustia que embarga a estas familias, a través de estas prácticas de violencia, se alza un sombrío patrón que liga las tácticas de Hamás con las de grupos extremistas islámicos que ya conocemos, como el ISIS. La crueldad de enviar vídeos gráficos y desgarradores sobre las desapariciones y muertes de sus seres queridos no sólo es un acto de brutalidad, sino una manifestación del terror psicológico más despiadado.

Ante este horrible escenario, Ronen Tzur, portavoz de la organización de Rehenes y Familias Desaparecidas, se arremetió recientemente contra el gobierno, acusándolo de abandonar a los cautivos al rechazar cualquier negociación de intercambio de prisioneros con aquellos que buscan la destrucción de Israel.

La tensión se agudiza con las recientes declaraciones de Khaled Meshaal, líder de la Oficina de Hamás en la Diáspora, quien señaló la existencia alrededor de 6.000 prisioneros palestinos en cárceles israelíes. Meshaal dejó claro que su objetivo es lograr la liberación de estos detenidos a cambio de prisioneros israelíes, lo que intensifica la presión sobre el gobierno para reconsiderar su posición.

Ahora, la sociedad israelí y las familias afectadas guardan con expectación y esperanza cualquier posible reconsideración de la posición gubernamental en este delicado asunto.