Militares israelíes vigilan la frontera con Líbano en el norte de Israel.

Militares israelíes vigilan la frontera con Líbano en el norte de Israel. Reuters

Oriente Próximo

Hezbolá ataca a Israel en el norte y aviva la posibilidad de un segundo frente que teme EEUU

Israel tiene que enfrentarse a Hezbolá en el norte y a Hamás en el sur de Gaza, por lo que debe planear muy bien su estrategia en lo que puede convertirse en una peligrosa desestabilización de la región. 

17 octubre, 2023 03:54

A lo largo de la tarde del lunes, mientras el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, negociaba a varias bandas con Egipto, Tel Aviv e Irán la posibilidad de retrasar el ataque israelí hasta que se solucionara dentro de lo posible la crisis humanitaria de Gaza, la milicia libanesa Hezbolá reivindicó el bombardeo de cinco posiciones en la frontera que comparte dicho país con Israel. El ataque obligó a una aceleración de la evacuación de civiles que lleva efectuando el gobierno de Benjamin Netanyahu en la zona desde que la guerrilla amenazara con entrar en el conflicto.

Los bombardeos serían la respuesta, según Hezbolá, a ataques previos del ejército israelí, lo que supone una escalada militar con pocos precedentes en los últimos años. Según los expertos, estaríamos ante el momento más tenso en la frontera desde la guerra que enfrentó a Israel con la guerrilla en 2006 y que nunca ha llegado a cerrarse del todo.

El desacuerdo entonces, como ahora, giraba en torno a los acuerdos firmados por ambas partes en 2000 y al consiguiente reparto de territorio tras la retirada de las tropas israelíes, ordenada por el primer ministro Ehud Barak.

Dicha retirada supuso en la práctica la escisión del sur del Líbano del resto del país, algo parecido a lo que sucedió con Gaza después de la victoria de Hamás en las elecciones de enero de 2006 y el posterior golpe de Estado en 2007, que acabó con cualquier vestigio de poder de la Autoridad Nacional Palestina en la franja.

Desde entonces, Israel no lucha contra países, sino contra grupos terroristas islámicos: Hamás en el sur y Hezbolá en el norte. La dificultad para ajustar la proporcionalidad en las respuestas ha sido constante y se está poniendo en evidencia en esta crisis.

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El elemento chií en tierra suní

Hezbolá se creó en 1982, tres años después de que los ayatolás tomaran el poder en Irán y expulsaran al Shah Mohammed Reza Palevi. La idea era crear un elemento desestabilizador en varios sentidos: Líbano, ejemplo durante décadas de la convivencia de cristianos, judíos y musulmanes, estaba en medio de una terrible guerra civil y de un enfrentamiento abierto con el ejército de Israel.

Hezbolá no era sino el intento de Teherán de insertar un elemento chií en la zona. Hay que entender que hasta el momento todos los movimientos en torno a la liberación de Palestina y la destrucción del Estado de Israel habían estado liderados por países de mayoría suní y, además, de origen árabe. Irán era un país de etnia persa y que defendía una interpretación distinta del Corán. Además, en aquel momento, estaba en guerra con otro país árabe, Irak.

A través de Hezbolá, los ayatolás creaban su propia "franquicia" terrorista en la zona que podía aspirar a quedarse -como así fue- con parte de un Líbano al borde del colapso… además de participar en la eliminación de Israel, el gran enemigo común de todos los países musulmanes de la zona.

Era tanto una guerra religiosa a nivel doctrinal como puramente geográfica. Aspiraban a determinados territorios y a imponer en ellos una concepción teocrática de la vida. La situación no ha cambiado desde entonces.

Cien mil guerrilleros

La gran diferencia entre Hamás y Hezbolá es que, aunque la primera también recibe el apoyo de Irán, Qatar y Turquía, lo que les permite mantener su dictadura en Gaza es armarse hasta los dientes, ya que su capacidad militar no admite comparación con la de Hezbolá.

Como se demostró en la guerra de 2006, Hezbolá es un hueso muy duro de roer incluso para un ejército de élite como el israelí. Según los Estados Unidos, Irán estaría desviando cientos de millones de dólares cada año para seguir armando a su milicia, que ya contaría, en palabras de su líder, Sayyed Hassan Nasrallah, con cien mil soldados.

Partidarios de Hezbolá protestan en apoyo a los palestinos de Gaza en Beirut (Líbano).

Partidarios de Hezbolá protestan en apoyo a los palestinos de Gaza en Beirut (Líbano). Reuters

Tanto la cantidad de hombres dispuestos para la lucha como la calidad de su armamento es un lógico motivo de preocupación para Israel, que lleva días intentando ver cómo compaginar una posible doble campaña de guerra en Gaza y en el sur de Líbano.

Hezbolá ya ha dicho que en cuanto Israel ponga un pie en Gaza, se considerará legitimada para atacar con todo. Puede que sea una de las razones por las que la invasión de la franja sigue retrasándose: Israel necesita un plan más ambicioso que una mera operación de venganza.

De hecho, así se lo ha hecho saber a Netanyahu tanto Antony Blinken como la inteligencia militar estadounidense. Aunque el ministro de Defensa israelí y buena parte de los halcones del consejo claman por una guerra total, ni el primer ministro ni los Estados Unidos están seguros de que esa sea una buena opción.

Obviamente, por un lado, no quieren mostrar debilidad ante sus enemigos... pero, por el otro, hay que saber exactamente qué se quiere hacer en Gaza y qué consecuencias puede tener. El propio Joe Biden aseguró este lunes que ocupar la franja sería "un grave error", aunque no parece que Netanyahu contemple en absoluto esa opción.

[El manual de instrucciones de Hamás para atacar Israel: "Mapas para asaltar colegios y tomar rehenes"]

La diplomacia de la disuasión

Si bien tanto Biden como Blinken han defendido en numerosas ocasiones el derecho de Israel a la propia defensa tras los brutales atentados del pasado 7 de octubre, lo cierto es que su discurso va adquiriendo cada vez más matices ante la posibilidad de que el conflicto se extienda por toda la zona.

La entrada de Hezbolá ya es preocupante de por sí, pero más lo sería si Irán en primera persona le declarara la guerra a Israel… y aún más si lo hiciera Siria, aliado de Irán desde que el sanguinario dictador Bashar Al-Asad les pidiera su ayuda para acabar con las milicias suníes que amenazaban su presidencia.

A partir de ahí, el castillo de naipes podría seguir cayendo: Rusia es aliado de Siria -de hecho, Putin dirige en la práctica la política internacional del país- y Turquía podría replantearse sus relaciones con Occidente en caso de que la violencia sobre Hamás resultara extrema.

Todo el equilibrio en Oriente Medio pende de un hilo y hay que cuidar mucho por dónde sopla el viento. A eso hay que añadirle los problemas internos de Israel -cinco elecciones en poco más de tres años para lograr formar gobierno- y los de Estados Unidos.

Joe Biden sorprendió este lunes con un enfático "don't, don't, don't" ("no lo hagáis", en traducción libre) dirigido a Hezbolá, a Irán y a Siria, pero la expresión sonaba tanto a amenaza como a ruego.

Estados Unidos lleva un año y medio con el ojo militar puesto en Rusia, sabe que la amenaza de China sobre Taiwán es cuestión de tiempo (probablemente, ese conflicto estalle en 2025) y no puede permitirse muchos más sobresaltos. No con un presidente octogenario, un aspirante a la presidencia perseguido por la Justicia y una Cámara de Representantes dividida en mil pedazos.

Estados Unidos llevaba años negociando con Arabia Saudí un acuerdo de normalización de sus relaciones con Israel y todo ha estallado por los aires en apenas unas horas. Las señales que manda son un poco confusas: por un lado, manda a Blinken a negociar con todos una salida pacífica a la cuestión… pero, por otro lado, envía a la zona dos de sus portaaviones más poderosos.

Entienden que esa disuasión militar bastará para evitar al menos que Irán no intente cosas raras. Dos frentes ya serían complicados de aguantar para Israel. Tres sería jugársela al todo o nada.