Más de un año después de que George W. Bush anunciara el final del régimen de Sadam Husein el 1 de mayo de 2003 a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln, las batallas entre marines estadounidenses y milicias iraquíes afines al exdictador continuaban en las calles de buena parte de Irak. Pese al enorme cartel que anunciaba “misión conseguida” tras el presidente en su discurso televisivo, la guerra había pasado de los desiertos a las ciudades y ahí Estados Unidos se estaba encontrando con una resistencia inesperada.
De todos aquellos combates a lo largo de 2003 y 2004, el que más clavado quedó en la imaginación colectiva de las fuerzas armadas estadounidenses fue la batalla de Fallujah.
Especialmente, la segunda insurrección de noviembre y diciembre de 2004, cuando los marines tuvieron que librar una lucha traumática calle a calle hasta conseguir aplacar la oposición después de más de un mes de atentados, guerrilla urbana e inseguridad constante. “Es lo peor que nos ha pasado desde Vietnam”, repetía el alto mando por entonces. Diecinueve años después, el riesgo de que Gaza City se convierta en Fallujah es evidente.
La entrada de Israel en la ciudad dominada por Hamás ha convertido a la misma en un campo de batalla constante. En estos momentos, las IDF siguen su plan de avanzar desde el mar (al este) hasta la frontera con su propio territorio (en el oeste) siguiendo dos trayectorias: por el norte, hacia el campo de refugiados de Jabalia, donde ya preparan la pinza las tropas llegadas desde Beit Hanoun, y por el sur, hacia el hospital de Al Shifa, epicentro ahora mismo de los bombardeos y los esfuerzos militares israelíes.
Partir la ciudad en tres
Según el ejército judío, las inmediaciones del hospital son un nido de terroristas. Las IDF sitúan ahí, bajo el suelo, en uno de los múltiples túneles que cruzan la ciudad de una punta a la contraria, el cuartel general de Hamás. El avance hacia el hospital por tierra está siendo relativamente rápido: no hace una semana que Israel llegaba al puerto de Gaza y ya ha conseguido hacerse con buena parte del barrio de Zeitoun, amenazando de paso la Universidad de Al Quds, algo más al norte.
La importancia del hospital no se puede exagerar de ninguna manera: no solo protege las catacumbas de Hamás, sino que es el mayor centro sanitario de toda la franja de Gaza y sirve de refugio -según el Ministerio de Sanidad local- a 40.000 civiles. Como siempre, estas cifras hay que cogerlas con pinzas.
A su alrededor, según Israel, hay varias lanzaderas de cohetes activas día y noche. Tomar el hospital supondría a la vez evitar la amenaza terrestre y obligar a Hamás a buscar otro escondite subterráneo. Al mismo tiempo, aliviaría el precio humanitario que tienen que pagar los gazatíes, pues, se supone, acabarían los bombardeos y el hospital volvería a la actividad para la que estaba concebido.
No solo eso. El avance de oeste a este puede ser definitivo si Israel consigue controlar las dos grandes avenidas que cruzan la ciudad en horizontal por la parte sur: la calle Nasser y la calle Omar Al Mukhtar. Cortar estos dos ejes de comunicación sería vital a la hora de establecer dos Gazas dentro de Gaza y aislar por completo la parte sur de la ciudad, que quedaría emparedada en cuanto subieran las tropas localizadas ahora mismo a lo largo de la N-40.
De hecho, es muy probable que Israel pretenda partir la ciudad en tres segmentos, precisamente para evitar el “efecto Fallujah” y ordenar la lucha urbana. Para ello, además de crear un perímetro de seguridad entre Nasser y Al Mukhtar, tendría que hacer algo muy parecido en la calle Salah Jalaf y su prolongación, Al Quds, que cruza Jabalia.
Estos son los propósitos, pero nadie espera que sea fácil lograrlos; de hecho, Israel anunció desde el principio que se trataría de una guerra lenta y segura. De momento, apenas reconocen unas pocas decenas de muertos en acción.
Altos el fuego de cuatro horas
La división en tres de la ciudad no evita la amenaza subterránea, pero la mitiga sobremanera. Los túneles, en sí, no sirven de nada. Su función es permitir a los terroristas salir a la superficie de forma inadvertida. Israel lleva casi desde el inicio de la ocupación de la Franja sellando buena parte de estos túneles para que nadie pueda salir, y haciendo inservibles otros mediante explosivos que provocan derrumbes e imposibilitan el paso. En ese sentido, el control de las calles es imprescindible para poder plantar cara en la guerra subterránea sin tener que entrar en el laberinto.
Ahora bien, como siempre, esto plantea un enorme problema humanitario. Los que están abajo son los de Hamás… los que están arriba son los civiles. El líder de Hamás ya lo dejó claro en la televisión Russia Today: “La responsabilidad de proteger a los civiles es de la ONU, no nuestra”. En otras palabras, si Israel quiere acabar con Hamás y para ello tiene que convertir Gaza City en una Fallujah sin descanso, los que van a pagar necesariamente son los gazatíes de a pie.
Por eso, en la tarde del jueves, Estados Unidos anunció un acuerdo con Israel para establecer pausas diarias de cuatro horas para la evacuación de refugiados. Desde hace al menos una semana, el ejército israelí ya viene estableciendo pasillos de seguridad para evitar la tentación de Hamás de seguir disparando a los palestinos que deciden trasladarse al sur y abandonar su condición de escudo humano en Gaza City. La viabilidad de estas pausas de cuatro horas es lo que está por ver ahora mismo. Parece complicado en un escenario como el actual y no es probable que ninguna de las dos partes las respete.