Regreso a la zona 0 de la masacre de Hamás: "Ese día perdí mi compasión por lo que pasaba en Gaza"
Casi tres meses después del inicio de la guerra, EL ESPAÑOL viaja a uno de los kibutzs del sur de Israel que fueron arrasados durante el ataque terrorista del 7 de octubre y al hospital donde fueron trasladados los heridos.
24 diciembre, 2023 02:28Un largo abrigo negro cuidadosamente perchado espera en la fachada principal de una de las viviendas del kibutz Kfar Aza. Nadie volverá a vestirlo, porque en esta pequeña localidad del sur de Israel, situada a menos de tres kilómetros de la Franja de Gaza, el tiempo se detuvo la mañana del 7 de octubre.
Durante ese sábado negro, cientos de terroristas de Hamás asesinaron a sangre fría a un total de 1.300 israelíes en un inesperado ataque a gran escala por tierra, mar y aire. Un golpe que afectó especialmente a esta localidad agrícola, donde murieron 64 residentes, principalmente jóvenes y niños. Otros tantos pasaron a formar parte de la lista de más de 240 rehenes secuestrados en Gaza. Entre ellos, Yotam Haim y Alon Shamriz, dos de los tres jóvenes capturados a los que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) desplegadas en el enclave palestino mataron la semana pasada en un fatídico error de cálculo. A los supervivientes se les evacuó a hoteles de Tel Aviv y Jerusalén, y lo que antes era una unida comunidad de 750 vecinos es ahora un lienzo desolado de vida. Un amasijo de ruinas, cristales rotos, objetos sin propósito y paredes marcadas por la metralla y el fuego.
Hoy, casi tres meses después, además de los militares que vigilan la zona, sólo diez personas viven en Kfar Aza. David Bing es uno de ellos. Nacido en Holanda, llegó al kibutz en 1992 para cultivar las tierras donde actualmente crecen el 70% de los vegetales que se consumen en el país. De eso han pasado ya 30 años, pero el motivo por el que Bing ha decidido quedarse a pesar de la tragedia (y del peligro) es el mismo. "Ser agricultor no es un trabajo, es una forma de vida y esta es mi tierra. No voy a permitir que nadie nos expulse, nos quedaremos aquí y lo reconstruiremos todo", dice mientras acaricia el gatillo del fusil que le cuelga del hombro. "¿Esto? Para mí llevar un arma es algo nuevo, pero no me van a pillar desprevenido. No otra vez", asegura a la delegación de periodistas europeos que participamos en un viaje organizado por el Ministerio de Exteriores del Estado hebreo.
En la voz de Bing hay cierta amargura; es el peso de la culpa por sobrevivir. "Ojalá hubiera estado armado el 7 de octubre, hubiese peleado", se lamenta mientras señala una casa donde, sostiene, los guardias del pueblo guardaban los rifles. En la puerta, un gran cartel exhibe los rostros y los nombres de siete jóvenes. Todos fueron abatidos cuando trataron de acercarse al edificio. Según explica el holandés, los combatientes de Hamás entraron a la comunidad desde cuatro frentes armados con pistolas, hachas y cuchillos. Algunos aterrizaron en paracaídas en el campo de fútbol que da la bienvenida en la entrada de la localidad. "Los terroristas sabían todo: dónde estaban las armas, quién vivía en cada casa, cuántos éramos... No tuvimos ninguna oportunidad; venían a matar".
¿De dónde sacaron la información? Bing lo tiene claro: de los trabajadores que venían de Gaza. "Yo tenía 20 empleados palestinos. No voy a tenerlos nunca más. Sé que algunos de ellos dieron información a Hamás", asegura. Mientras habla, las explosiones y las ráfagas de artillería retumban al otro lado de la alta valla de alambre que separa Israel de Gaza. Allí, los soldados israelíes tratan de acabar con Hamás y liberar a los rehenes en una operación militar que, en apenas 78 días ha dejado ya más de 20.000 civiles palestinos muertos y 53.7000 heridos, según los datos del Ministerio de Salud gazatí.
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"¿Veis esos dos puntos blancos en el cielo? Son dos bombas que nuestros soldados acaban de lanzar contra infraestructuras de Hamás". Quien habla es David Baruch, portavoz de las FDI, que nos guía a través de las ruinas. La primera vez que pisó Kfar Aza, explica, el suelo estaba lleno de bolsas de cadáveres y las unidades de desactivación de explosivos seguían trabajando. Eso fue dos días después del 7 de octubre.
"No me puedo quitar la imagen de la cabeza", confiesa mientras entra en una de las casas calcinadas. Se dirige a la parte trasera, al búnker, donde muchos de los vecinos se refugiaron durante los ataques. "La habitación de seguridad no se cierra por dentro porque está pensada para socorrer a la gente, así que los terroristas simplemente abrieron la puerta y lanzaron las granadas de mano", relata. ¿El resultado? Decenas de cuerpos carbonizados. "Nunca pensé que habría que recurrir a la arqueología para identificar el ADN de los muertos", añade.
Un médico "sin compasión"
La mayoría de los vecinos de Kfar Aza y de las aldeas colindantes que resultaron heridos fueron trasladados al Hospital de Barzilai, en Ascalón, una de las ciudades más cercanas a Gaza, junto a Sderot y Ofakim. Allí también tuvieron que hacer frente a las incursiones de Hamás y a la lluvia de cohetes que empañó el cielo ese sabbat maldito. El centro médico, sin embargo, funcionó a su máxima potencia.
Esa mañana, el encargado de Emergencias, el doctor Ron Lobel, no estaba en el centro, sino en Netiv Haasará, otro de los pueblos que fueron masacrados por los milicianos de Hamás. "El 7 de octubre viví un milagro: los terroristas fueron matando casa por casa, pero se saltaron la mía", explica Lobel. "Mataron a 20 de mis vecinos y amigos", matiza. Ante ese amargo golpe de fortuna, este médico ya jubilado, su mujer y su hija permanecieron en el refugio de la vivienda. Estuvieron encerrados durante 10 horas tratando de hacer el menor ruido posible. El miedo no impidió a Lobel coger el teléfono y contactar con el hospital para poner en marcha el operativo de emergencia. En las primeras horas, más de 200 heridos llegaron al centro, que hasta la fecha había atendido solo 50 urgencias a la vez en el peor de los casos.
Cuando las fuerzas israelíes despejaron la zona y les evacuaron, Lobel se desplazó hasta Ascalón. "Todo el suelo del hospital estaba cubierto de sangre", recuerda. "Ese día Hamás no sólo se llevó a mis seres queridos, también se llevó mi compasión. Después de lo que vi, perdí mi compasión por todo lo que pasase en Gaza. Ya no me importa, y eso es muy triste", dice el médico mientras recorre los pasillos que durante días funcionó como hospital de campaña. En sus palabras ya no hay rabia, pero sí desgarro. "Me enfado conmigo mismo porque fui un iluso, no sólo creía en que la paz era posible, sino que trabajé para lograrla", sostiene.
"Trabajé en el desarrollo del sistema de salud de Gaza; creía que la paz era posible, pero el 7 de octubre perdí mi compasión"
Se refiere a la época en la que trabajó como responsable de Sanidad de la Administración Civil Israelí en Gaza. Fue a finales de los 80, cuando el Estado hebreo, vencedor de la guerra de los Seis Días en 1967, controlaba el pequeño enclave palestino. Hasta 1994, cuando las llaves del territorio fueron entregadas a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Lobel contribuyó en numerosos proyectos para desarrollar el sistema de salud gazatí. Entre ellos, la creación de la unidad de cuidados intensivos del hospital de Jan Yunis (en el sur de Gaza), hoy repleto de refugiados y colapsado por las víctimas de los bombardeos israelíes. Incluso después de los Acuerdos de Oslo, el facultativo participó en varias iniciativas de cooperación, investigación y formación con médicos palestinos.
Durante años, el Hospital de Barzilai funcionó con personal israelí y palestino, y se trató a pacientes de ambos territorios. No obstante, cuando Hamás tomó el poder de la Franja e Israel impuso una dura estrategia de aislamiento en 2007, todo eso se esfumó. "Tengo numerosos amigos en Gaza, pero tras el 7 de octubre ninguno me llamó. Eso me ha dejado destrozado", dice. Sobre el día de después, cuando acabe la guerra, Lobel es pesimista. "No tengo ninguna perspectiva de futuro. Será fácil reconstruir las casas, pero muy difícil reconstruir nuestra sensación de seguridad y, sobre todo, nuestras almas", concluye.