Netanyahu insiste en una Gaza posguerra en manos de los países árabes para expulsar a Irán
El primer ministro israelí propuso un gobierno con la ayuda de varios países árabes, aunque continúa sin tener un plan de futuro preciso y definido.
11 mayo, 2024 02:46“Probablemente tenga que haber un gobierno civil… formado por gazatíes cuya causa no sea nuestra destrucción. Es posible que se requiera de la ayuda de los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y otros países que quieran la estabilidad y la paz”. Así contestó Benjamin Netanyahu, en entrevista con el doctor Phillip McGraw en su canal de YouTube, a la pregunta sobre el futuro de Gaza, aunque a continuación matizó: “Israel tendrá que estar siempre ahí para combatir a los terroristas, porque no veo a nadie dispuesto a hacerlo”.
En otras palabras, Netanyahu abre la puerta a un gobierno autónomo, pero con la vigilancia externa de los países árabes y del propio estado de Israel. Es la solución que defiende también diplomáticamente Estados Unidos y que cuenta con el respaldo de Jordania y Egipto, que ven con horror la influencia iraní sobre la Franja. Es de entender que el papel de los Emiratos y de Arabia Saudí o Qatar sería el de poner el dinero para recomponer una zona absolutamente devastada, mientras que esas figuras civiles se buscarían entre los opositores a Hamás que han tenido que huir de Gaza a lo largo de todos estos años.
El problema con este plan de futuro es que sigue siendo demasiado vago e impreciso. Lo normal habría sido empezar la guerra con una idea aproximada de qué iba a pasar después, pero el odio pudo más que la lógica. Israel ejerció su legítimo derecho de defensa en Gaza desatendiendo las demandas de precaución de sus aliados y ahora es complicado ver cómo la seguridad israelí va a mejorar sin afianzar primero ese gobierno alternativo en la Franja. No debería haber sido un deseo sobrevenido, sino una premisa de comienzo.
¿Cómo echar a Hamás?
Porque el caso es que la idea de un gobierno árabe en Gaza sin Hamás y, en consecuencia, sin las manos iraníes de por medio, es muy difícil de llevar a la práctica. Hay demasiados actores implicados. De entrada, los propios países árabes, quienes, de un modo u otro, subvencionan a Hamás, aunque lo disfracen de ayuda política y no militar. A continuación, por supuesto, Irán, que tiene guerrillas activas en Líbano (Hezbolá), Yemen (los hutíes), Irak y Siria (el Eje de Resistencia Islámico) y no va a ceder su influencia sobre Gaza tan fácilmente.
Es de entender que, además, si los países árabes van a poner el dinero y van a buscar los pacificadores, querrán tener una considerable autonomía a la hora de elegir el futuro gobierno. Eso parece contradictorio con la idea de Israel como supervisor de todo el proceso desde el otro lado de la frontera, arrogándose la posibilidad de intervenir siempre que lo considere oportuno. Es cierto que Estados Unidos ha jugado repetidamente la baza del acercamiento entre saudíes e israelíes como un acicate para detener la guerra, pero el acuerdo aún no se ha firmado y no parece que vaya a firmarse mientras Israel insista en la vía militar en Gaza.
Lo que parece imposible es que los países árabes vayan a aceptar el coste político de una decisión así sin un alto el fuego inmediato y duradero. Un alto el fuego que permita la reconstrucción y que suponga la retirada del ejército israelí, algo a lo que el gobierno de Netanyahu se niega en redondo, alegando que, en cuanto abandona una zona controlada, inmediatamente aparecen miembros de Hamás para intentar recuperar el mando y atacar al estado hebreo desde esas posiciones.
Desautorizar a la Autoridad Palestina
La formación de un gobierno autónomo y civil en Gaza tampoco solucionaría el principal problema en estas negociaciones, que es el camino a un Estado palestino. De hecho, redundaría en la división actual que en nada beneficia a Israel. Cisjordania está controlada por la Autoridad Palestina, es decir, por Fatah. Gaza seguiría en otras manos, lo que imposibilita la unidad de acción y dificulta la negociación con un solo interlocutor. Puede que Israel piense que el “divide y vencerás” le beneficia, pero solo en parte: una Autoridad Palestina fuerte, capaz de vertebrar un estado árabe en la zona, sería una bendición para Tel-Aviv y una condena para los grupúsculos terroristas que se aprovechan de dicha debilidad.
Pensar en Gaza sin Hamás no es solo pensar en cómo matar a todos y cada uno de los miembros de Hamás que viven en la Franja. También es pensar en la manera de apartar el discurso del odio y cultivar el de la convivencia. Eso no se puede hacer con Hamás en el poder, lo que justificaría la campaña militar israelí… pero tampoco es factible arrasando el territorio por completo y dejando a los civiles sin hogares, sin hospitales y sin recursos básicos. De esa combinación no suelen salir personajes sosegados, sino todo lo contrario.
Israel entiende que, una vez acabe con Hamás, podrá centrarse en el futuro. El asunto es acabar con Hamás. Acabar con las milicias escondidas en los túneles, rescatar a los rehenes, llevar a la justicia a sus líderes… Nada de eso se está haciendo y el precio a pagar está siendo enorme, también en términos de reputación y diplomacia. Hacer las cosas al revés, es decir, haber pactado de inicio un líder carismático con los países árabes y haber impuesto un gobierno alternativo que luchara desde dentro contra Hamás con la ayuda externa del ejército israelí, no garantizaba nada, desde luego, pero visto desde la distancia, habría ayudado a llegar aquí en otra situación.
Que, a los siete meses de la masacre de Hamás y la consiguiente respuesta israelí, el primer ministro aún no tenga muy claro cuál es el futuro resulta desolador. El futuro conviene planearlo para que el presente no se eternice. Y este presente se está haciendo larguísimo a todos los implicados: gazatíes, países árabes, estadounidenses… y los propios israelíes, que pusieron los 1.200 muertos del 7 de octubre, que aún esperan a decenas de sus secuestrados y que se ven de nuevo en el foco de la opinión pública internacional por culpa de la imprevisión y la brutalidad de su gobierno.