Una pancarta que representa al primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu  como el psicópata Hannibal Lecter en una manifestación contra el Gobierno israelí  en Ashkelon (Israel).

Una pancarta que representa al primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu como el psicópata Hannibal Lecter en una manifestación contra el Gobierno israelí en Ashkelon (Israel). Reuters

Oriente Próximo

Netanyahu, en una nueva encrucijada: volver a Gaza, asaltar Líbano o inmolarse en un acuerdo de paz

Israel decreta otra evacuación de emergencia que no hará sino prolongar el proyecto. Netanyahu necesita centrarse de una vez en una salida.

2 julio, 2024 02:24

La actividad de bombardeos de Gaza a Israel superó este lunes los registros marcados en meses de conflicto. Como viene siendo habitual, Hamás lanzó sus proyectiles desde la zona central de la Franja y las proximidades de Gaza City.

Por su parte, la Yihad Islámica Palestina lanzó otros veinte cohetes desde Jan Yunís, ciudad del sur que se suponía controlada por Israel desde al menos febrero de 2024, cuando las FDI aseguraron que ya habían tomado los últimos campamentos de formación de ambas bandas terroristas.

Los bombardeos apenas han causado daños materiales o humanos en Israel, pero es la constancia de una amenaza que sigue presente. Casi nueve meses después de la masacre del 7 de octubre, tras una guerra salvaje que se ha cobrado la vida de decenas de miles de personas y ha obligado a cientos de miles a huir de sus casas, Hamás y la Yihad Islámica son menos peligrosas, desde luego, pero no está nada claro que, como dijera Joe Biden a principios de junio, no tengan capacidad operativa alguna.

La tienen y el problema es que ni Israel ni sus aliados saben hasta dónde llega. Seguimos sin intuir lo que los terroristas esconden en esos túneles imposibles de explorar, pero lo cierto es que, cada vez que las FDI retiran tropas de alguna parte de la Franja, después de haber entrado en cada edificio y en cada chabola para buscar a los aproximadamente cien rehenes que siguen en manos de Hamás, aparecen de la nada nuevas milicias dispuestas a demostrar su beligerancia.

Qué hacer con Gaza

La situación ha obligado a las FDI a anunciar una nueva evacuación desde Jan Yunís hacia el sur. Una evacuación de emergencia a la que seguirán durísimos bombardeos que provocarán a su vez más desplazamientos de los miles de palestinos que aún quedan por las inmediaciones. Una operación que probablemente quede en nada en cuanto se vuelvan a retirar las tropas. El mito de Sísifo hecho guerra. La cantidad de frentes que ha abierto Israel en estos meses tampoco ayuda en absoluto: Benny Gantz ya pidió en su momento a Netanyahu que se centrara y planificara con sentido, pero tuvo que acabar dimitiendo. Nada parece haber cambiado desde entonces.

Y es que, ahora mismo, el primer ministro israelí y su titular de defensa, Yoav Gallant, tienen que tomar una decisión sin que esté clara cuál va a ser. Si quieren algo parecido a la paz en Gaza, tienen que asumir la ocupación de la Franja aunque sea momentánea y, desde dentro, ocuparse de la reconstrucción y ayudar a la formación de un gobierno interino, formado por palestinos y árabes contrarios al terrorismo. Solo ellos pueden sustituir a los Yahya Sinwar, Mohammed Deif y demás asesinos.

Una mujer sostiene a un niño mientras camina junto a edificios destruidos en un ataque israelí en Jan Yunís.

Una mujer sostiene a un niño mientras camina junto a edificios destruidos en un ataque israelí en Jan Yunís. Reuters

El problema es que Israel no quiere ni oír hablar de esa cuestión. Al menos, no quiere Netanyahu, porque sus socios de extrema derecha sí han contemplado el escenario… para quedarse con el territorio y anexionarlo de nuevo a Israel. Descartada esa opción, que iría contra los acuerdos de Oslo y los de Madrid y supondría un nuevo enfrentamiento frontal con Estados Unidos y la comunidad internacional, lo único que puede hacer Israel es colaborar con sus aliados y supervisar el proceso.

Ahora bien, para eso, las tropas se tienen que quedar y, obviamente, no se sabe cuánto tiempo. Eso es lo que Netanyahu está intentando evitar: una ocupación indefinida con unas responsabilidades exageradas que pueda degenerar en una peligrosa guerra de guerrillas. Una cosa es no encontrar a los rehenes y otra cosa es, encima, poner más muertos.

¿Atacar a Hezbolá sin acabar con Hamás?

El asunto es dilucidar si la operación puede quedar eternamente a medias. Tampoco parece una salida muy provechosa para el estado hebreo. Mientras la victoria dependa de los objetivos marcados antes de empezar la guerra, es decir, de la destrucción total de Hamás y la liberación de todos los rehenes, dicha victoria será imposible. Lo han dicho las propias FDI. Tendrá Netanyahu, por lo tanto, que conformarse con menos y firmar alguna clase de acuerdo de paz que no sea demasiado oneroso, que cuente con el aval de la Casa Blanca y que garantice la seguridad a corto plazo de Israel.

Imagen de una protesta en Israel contra el Gobierno de Netanyahu y por el regreso de los rehenes.

Imagen de una protesta en Israel contra el Gobierno de Netanyahu y por el regreso de los rehenes.

Por supuesto, eso supondría el fin de su gobierno, ya que los ultraortodoxos no aceptarían nunca algo así y lo han dejado claro varias veces. Israel tendría que irse a elecciones y Netanyahu podría defender ahí sus argumentos, si es que siguen alguna lógica. No es el fin del mundo. La otra opción es escapar hacia adelante: dejar Gaza a su suerte, abandonar a los rehenes en manos enemigas, dejar languidecer esa guerra al amparo de la Cúpula de Hierro que protege a los civiles israelíes… y lanzarse a un nuevo conflicto, esta vez contra Hezbolá, en el sur del Líbano.

Lo que no parece posible es sostener una ocupación militar de Gaza y luchar contra Hezbolá a la vez. Los ánimos estuvieron muy tensos hace un par de semanas, con declaraciones de guerra por parte de ambos bandos y la sensación de que esta podía estallar en cualquier momento, dentro de lo que ya es un conflicto de cierta intensidad en la frontera. La visita del Secretario de Estado americano, Antony Blinken, relajó la situación, pero cuando dos quieren matarse es muy difícil separarlos.

El verdadero enemigo: Irán

Ahí es donde entra la voluntad política del único que puede tomar decisiones, por mucho que le presionen sus aliados: Benjamin Netanyahu. ¿Quiere reconocer una victoria a medias que al menos devuelva a los rehenes a sus casas? ¿Prefiere ocupar militarmente la Franja de Gaza y confiar en que sirva para algo más que hasta ahora? ¿Le compensa una guerra con Hezbolá, que dice, algo bravuconamente, que tiene 100.000 hombres esperando y que está incluso rechazando voluntarios? Tiene que decidirlo. Sea lo que sea, tiene que planear una sola cosa y ejecutarla, no poner en la balanza tres escenarios a la vez que se solapan entre sí.

Porque, además, hay un enemigo más potente en lontananza. El gran enemigo de Israel, es decir, el régimen de los ayatolás en Irán. Son los ayatolás los que financian a Hamás, los que financian a la Yihad y los que financian a Hezbolá. Son los ayatolás los que atacaron directamente Israel con misiles en la madrugada del 13 al 14 de abril y son los ayatolás los que siguen desarrollando su proyecto nuclear hasta el punto de que los propios supervisores de la ONU temen que pronto pueda fabricar armas de destrucción masiva.

Y ahí es donde Netanyahu podría estar contemplando otra posibilidad: el ataque directo a Irán en colaboración con Estados Unidos. Para ello, necesitaría pruebas contundentes del riesgo que supone el país persa y, probablemente, un cambio de administración en Washington. Trump detesta al régimen iraní y ya lo demostró con el ataque que costó la muerte al general Solemaini, máximo responsable de las fuerzas armadas. Un ataque que juraron vengar desde Teherán en cuanto tuvieran oportunidad.

Probablemente, ninguna de las cuatro opciones sea buena, pero Netanyahu necesita de una vez dejar de jugar las cuatro cartas a un mismo tiempo. Es insostenible. En su indecisión, está destruyendo la imagen de su país, perdiendo aliados, enfrentándose diplomáticamente a otros y poniendo en consecuencia a su ciudadanía en riesgo. Los fines de semana, se alternan ultraortodoxos y progresistas para protestar en las calles. La propia paz interna del país pende de un hilo y no es buen momento para andar jugando con tijeras.