El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, antes de una rueda de prensa reciente.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, antes de una rueda de prensa reciente. Abir Sultan

Oriente Próximo ISRAEL

La falla letal de seguridad de Hezbolá coincide con los planes de Netanyahu de golpearlos en el Líbano

Ayer, antes de las explosiones encadenadas, el primer ministro avanzó que su nuevo “objetivo” es que los 600.000 israelíes desplazados del norte del país puedan volver a sus casas.

18 septiembre, 2024 02:39

La milicia libanesa Hezbolá, principal tentáculo de Irán en Oriente Próximo, ha culpado a Israel de las miles de explosiones simultáneas de buscas —dispositivo habitual de comunicación entre sus miembros— registradas en Líbano y Siria, y el impulso de venganza los ha llevado a prometer que devolverán el golpe a sus supuestos autores: “Recibirán su justo castigo”.

Cuanto se sabe a ciencia cierta de la operación es, a esta hora, su resultado: al menos nueve muertos, según el Ministerio de Salud Pública libanés, y casi 3.000 heridos con lesiones de todo tipo —amputaciones, quemaduras, perforaciones—. Dos centenares de ellos se mantienen en estado crítico. Hezbolá salió a toda prisa a desmentir que el jefe de la milicia, Hassan Nasralá, estuviese en la lista. Quien aparece en el registro es, en cambio, Mojtaba Amani. Es decir, el embajador de Irán en el Líbano.

Lo que se desconoce de la operación es su autor. Todos los caminos llevan a Tel Aviv, pero Israel guarda silencio, igual que tras el asesinato del líder político de Hamás, Ismail Haniyah, en una residencia facilitada por el régimen de los ayatolás en Teherán. La discreción es un atributo conocido de los israelíes. Pero, de nuevo, los más instruidos reconocen las huellas del Mossad en los buscas explosivos: recuerdan, dicen, a los teléfonos trampa de los noventa.

La cadena de explosiones comenzó ayer pasado el mediodía. Los hospitales de Beirut sufrieron una tensión olvidada desde la pandemia de 2020. Llegada la noche, cuenta el compañero Miguel Flores, las ambulancias continuaban entrando y saliendo de los hospitales. El método empleado para causar un daño tan particular y tan masivo fue, al parecer, la manipulación de estos pequeños aparatos para que, al sobrecalentarlos a distancia, estallasen en el bolsillo, en las manos o en los oídos de sus dueños.

Algunos medios, como Sky News Arabia, van un paso más lejos: elucubran que sólo una inyección de tetranitrato de pentaeritritol en sus baterías de litio explica unas detonaciones tan destructivas.

La pregunta más acuciante para los iraníes y sus aliados libaneses es, en realidad, cómo fue posible: cómo el enemigo israelí, si fue el enemigo israelí, tuvo acceso a los aparatos que vertebran sus comunicaciones —presumiblemente confidenciales— para manipularlos a su antojo antes de llegar a sus miles de destinatarios finales. La falla letal de seguridad de Hezbolá coincide, para agravio de los iraníes, con otros episodios comprometedores, como la mencionada muerte de Haniyah, el sospechoso accidente mortal del presidente Ebrahim Raisí o la entrada de los drones israelíes hasta la cocina de la central nuclear de Isfahán.

Un nuevo objetivo

La falla letal coincide, a su vez, con una realidad aliada con la teoría más extendida: que fueron los israelíes quienes diseñaron y ejecutaron la operación.

“El 7-O empezó a Beirut, así que la operación de Gaza llegará a su fin en Beirut”, advierte Alberto Priego, doctor en Relaciones Internacionales de la Universidad de Comillas, a este periódico. El profesor refresca las reuniones organizadas en la capital del Líbano por los iraníes con sus proxies —Hamás, Hezbolá y los hutíes— para atacar Israel. El resultado fue el atentado terrorista del 7 de octubre, con más de 1.200 muertos, con 255 secuestrados, con ciertos de heridos, con cientos de violaciones. La respuesta ordenada por Benjamin Netanyahu fue feroz, con miles de palestinos muertos en Gaza, con hambre, con polio, con más de un millón de desplazados.

En las últimas semanas, la prensa israelí ha informado sobre un cambio en las prioridades bélicas del primer ministro.

Ayer, antes de las explosiones encadenadas, el primer ministro avanzó que su nuevo “objetivo” es que los 600.000 israelíes desplazados del norte del país, alejados del fuego de Hezbolá desde el sur del Líbano, volvieran a sus casas. Muchos analistas cazaron el mensaje al vuelo: la seguridad de los residentes de esa región sólo se garantiza, entienden, si el enemigo desaparece del vecindario. Y esa condición, considera Netanyahu, sólo es posible si los israelíes ejecutan con éxito una incursión en su territorio.

La diplomacia estadounidense lleva meses disuadiendo a sus aliados israelíes de esa idea. El enviado Amos Hochstein, sin ir más lejos, le dijo el pasado lunes al ministro israelí Yoav Gallant, titular de Defensa, que la guerra total con Hezbolá no llevaría de vuelta a los 600.000 compatriotas a sus casas. Al contrario, cree, les pondría las cosas más difíciles. El periódico Haaretz sostiene que Gallant es de la misma opinión, prefiere evitar el cruce de esa frontera, así que Netanyahu ya tiene apalabrado su recambio: Gideon Sa'ar, líder del partido opositor Nueva Esperanza, con cuyo apoyo, además, reforzaría su peso parlamentario.