Decenas de miles de libaneses huyen a Beirut en el día más mortífero desde 2006: "Van a convertir mi casa en Gaza"
Los desplazados de este lunes solo ven Gaza como espejo en el que reflejarse. “Si hacen con nosotros lo que hicieron con ellos, lo próximo son los tanques”, comenta una víctima de los ataques israelíes.
24 septiembre, 2024 03:12La carretera que une el sur del Líbano con la capital ya solo tiene un sentido. Los coches que van a Beirut llenan las dos direcciones de la autovía y, aunque hubiera seis carriles más, el camino seguiría copado. Este lunes, decenas de miles de personas huyeron de una región que se anuncia el próximo escenario de una guerra. A las seis y media de la mañana, Israel lanzó los primeros misiles de una ofensiva que devastará el sur y el este de un país del tamaño de Navarra. El bombardeo de cientos de pueblos siguió al mediodía con explosiones a pie de carretera, y terminó con la demolición de un edificio en Beirut por la noche.
Los libaneses no vivían un día tan sangriento desde la guerra civil de 1975. En las últimas 24 horas, los ataques israelíes han dejado casi 500 muertos. Eso es, la mitad del número de personas que murieron en toda la guerra de 2006, y más del doble de los fallecidos en la explosión del puerto de Beirut hace cuatro años. A muchos de los desplazados de este lunes negro solo se les ocurre un espejo en el que reflejarse: Gaza.
“Siento que estoy viviendo lo que vivirían ellos al principio de la guerra”, cuenta Doha, una joven funcionaria del ayuntamiento de Nabatiye. “Nos van a decir que nos vayamos de nuestros pueblos, van a bombardear nuestras casas y de camino a un sitio seguro nos van a matar”, teme.
Las sospechas de Doha se confirmaron por la tarde. De camino a Beirut, el Ejército israelí bombardeó la autovía a la altura de Ghazieh. Otros desplazados que huían de Tiro —más al sur— dijeron haber sufrido ataques cuando pasaban por el pueblo de Sarafand, a pie de carretera. “Espero estar equivocada pero, como en Gaza también, van a entrar con sus tanques”, añade antes de emprender su viaje a Beirut con sus padres, su hermana y sus sobrinas. “Va a ser una guerra total”, asume.
En Gemmayze, un barrio céntrico de la capital, el teléfono de un hotel boutique no da abasto en toda la tarde. “Cuando vimos lo que pasó esta mañana, decidimos poner nuestras habitaciones a un precio simbólico para las familias del sur. Llevamos todo el día recibiendo llamadas, y ya apenas nos quedan camas libres”, explica uno de los dueños. Incluso el resto de alojamientos de la ciudad están completos, y algunos propietarios especulan con la tragedia subiendo de precio sus apartamentos de alquiler.
En el barrio de Hamra, una familia espera sentada en la recepción de un hotel. Son las 20:30. Aunque salieron por la mañana de Nabatiye, el atasco para ir a Beirut ha vuelto un viaje de dos horas en un periplo de nueve. Los dos niños juegan sentados con sendos iPads, la madre manda audios de WhatsApp compulsivamente y dos nanis africanas callan con miedo en los ojos. El padre desembolsa fajos de una moneda muy devaluada para pagar, por lo pronto, una semana de estancia.
Para los que no se pueden permitir un refugio en la capital, las redes sociales y el boca a boca han asegurado un techo gratuito. En un país donde el Estado languidece, ha sido la sociedad civil la que ha tejido a contrarreloj una red de comunicación para no dejar a nadie sin cobijo. La experiencia del lunes refuta la idea de que el Líbano sigue siendo un reino de taifas. Cristianos, musulmanes suníes y drusos de todo el país ofrecieron asilo a sus vecinos del sur, en su gran mayoría chiíes. En Baalbek, capital de la región oriental de la Becá, la iglesia maronita de San Juan acoge a mujeres musulmanas y a sus hijos. “Esta es la iglesia que solía visitar de niño, se me saltan las lágrimas”, comenta un usuario en X.
Nadie sabe si ya se puede llamar guerra a lo que está pasando en el Líbano. Desde luego, al Gobierno no le da para más días de luto, y ha cerrado todos los colegios y las universidades del país hasta nuevo aviso. El ministro de Salud ha instado a los médicos de las regiones afectadas a no admitir casos perdidos y a centrarse en los heridos con posibilidades de sobrevivir. En la calle, los comercios han echado el cierre antes de la hora.
Con la noche llega el recordatorio de que esto solo ha sido un día. El primero. Un taxista conduce por la ciudad donde, aún a medianoche, miles de coches no han conseguido entrar. Como muchos compatriotas, el conductor presume de que a pesar de los pesares no tiene ningún miedo. “Mi fe es más fuerte”, dice, sin interés por revelar su credo. Señala al dios que lleva en el retrovisor y, tras un inshalá sincero, despoja de relevancia tanto a su bando como al enemigo. El destino de su pueblo, defiende, lo escribe el de arriba. Y con la mano en la estampa, pronostica: “Él nos hará ganar”.