Israel prosigue su "escalada para la desescalada" contra Hezbolá entre la desconfianza de EEUU y la amenaza de Irán
EEUU confía en que no haya una invasión terrestre por una cuestión de riesgos y beneficios, mientras que Irán amenaza con “graves consecuencias” si se produce.
25 septiembre, 2024 03:23Nueva jornada de intensos bombardeos israelíes sobre el Líbano después del día con más muertos desde el final de la guerra civil en 1990. En concreto, los ataques del lunes dejaron en torno a los 500 fallecidos, según fuentes del Ministerio de Sanidad libanés. Aproximadamente, la mitad del total que se cobró la guerra entre Israel y Hezbolá en 2006. Aquella guerra duró treinta días.
Israel está siguiendo lo que su gobierno llama “la escalada para la desescalada”: después de matar o herir a cientos de mandos intermedios con la explosión de sus localizadores y sus walkie-talkies, la siguiente fase consiste en ataca por todo el país los numerosos depósitos de armas de la banda, asesinar a sus líderes más prominentes y de paso causar el pánico entre la población civil con la esperanza de que pueda haber algún tipo de revuelta contra la organización terrorista, estrategia que falló estrepitosamente en Gaza.
En los últimos cinco días, Israel ha matado en distintos ataques específicos al veterano líder Ibrahim Aqil, involucrado desde los primeros años ochenta en la muerte de centenares de soldados estadounidenses y franceses así como de distinto personal civil, y a Ibrahim Muhammad Kabisi, responsable de la supervisión del arsenal de misiles del grupo terrorista. Aparte, Israel anunció el lunes el fallecimiento de Ali Kariki, líder de las milicias del sur, pero Hezbolá asegura que Kariki salió con vida del bombardeo.
El objetivo es dejar a la banda terrorista descabezada y sin posibilidad de recomponer sus filas. Eso evitaría una rápida reacción ante un eventual ataque terrestre israelí, aunque desde Tel-Aviv se insiste en que todo se está haciendo para poder volver a la normalidad previa al 7 de octubre y que los habitantes del norte del país puedan regresar a sus hogares. La parte de la escalada la estamos viendo día a día. La desescalada consistiría en la renuncia de Hezbolá a seguir bombardeando Galilea... y eso no está tan claro.
La impotencia de EEUU
De hecho, en Estados Unidos, son pesimistas respecto a esta estrategia. “Pocas veces se ha visto que una escalada militar provoque después una desescalada de tensión en un conflicto”, afirmaba este martes una fuente anónima de la Casa Blanca al New York Times. Desde la masacre de Hamás y el inicio de los bombardeos sobre Gaza, la política de la administración Biden -una política defendida por el presidente estadounidense en su último discurso ante las Naciones Unidas este mismo martes- ha sido apelar al diálogo para evitar extender el conflicto.
El problema que se ha encontrado EEUU es que sus socios árabes no han conseguido presionar lo suficiente a Hamás -y mucho menos a Hezbolá, organización chií dependiente de Irán- para llegar a un acuerdo de mínimos y Netanyahu ha estado jugando al gato y al ratón con el Secretario de Estado, Antony Blinken, durante meses. Los estadounidenses, junto a egipcios, jordanos y qataríes, han estado sentando a las partes casi cada semana en Doha o en El Cairo y llegando a compromisos con los representantes de ambos bandos que luego quedaban desautorizados por sus respectivos líderes.
En ese sentido, EEUU tiene motivos para la desconfianza en el Líbano. Israel se ha negado a avisarle de ninguna de sus maniobras y se limita a informar de los resultados. Aunque Biden insiste en que la situación se puede reconducir, el papel de la diplomacia estadounidense es cada vez menos relevante. A lo único que se agarran a Washington es a la “teoría de juegos”, es decir, al hecho de que ninguna de las dos partes sale favorecida a priori de un enfrentamiento total. Razón no les falta.
Irán sale en defensa de su criatura
Y es que Hezbolá no quiere una guerra abierta con Israel como la de 2006. No la quiso en octubre de 2023, cuando Hassan Nasrallah desestimó públicamente esa posibilidad y desde luego no la quiere ahora con sus fuerzas tan mermadas. Tampoco, creen en la Casa Blanca, sería una buena idea para Israel meterse en una contienda así. No es descartable, pues su posición es de clara ventaja, pero aun así una guerra con Hezbolá no va a ser lo mismo que una guerra contra Hamás. La milicia terrorista chií cuenta con un arsenal de armas y con una cantidad de soldados más comparable a un ejército regular que a una guerrilla encapsulada en una diminuta Franja. Los riesgos son infinitamente mayores.
Aparte, está el factor externo. Irán ya amenazó el lunes por boca de su ministro de asuntos exteriores con “graves consecuencias” si Israel ataca por tierra el Líbano. Está claro que los ayatolás no pueden permitir que Hezbolá desaparezca o se vuelva irrelevante. Es su criatura, el producto combinado de la guerra civil en el Líbano y la revolución islámica en Irán, y sirve exclusivamente a sus intereses, a diferencia de Hamás, cuya cúpula siempre ha residido en Qatar y recibe también la financiación de Turquía.
Lo último que quiere Estados Unidos es que el enfrentamiento entre Hamás e Israel se convierta en una guerra abierta con Hezbolá y derive a su vez en un conflicto contra Irán. Ya hubo en abril un intercambio de salvas de fogueo que no presagia nada bueno. Hay que tener en cuenta que Irán, además, es aliado militar de Rusia, con lo que las ramificaciones pueden llegar más lejos del siempre convulso Oriente Próximo.
La disyuntiva diplomática
Ahora bien, no está nada claro que Israel vaya a creerse las amenazas de Irán. Más que nada porque esas amenazas son constantes y repetitivas. Ya cuando el Mossad mató a Ismail Haniyeh en pleno Teherán, el régimen de Alí Jamenei prometió que vengaría su muerte con un ataque sobre Israel. Dicho ataque aún no ha llegado.
Puede que en Israel piensen que se trata de un farol más y que eso no frene su intención de echar a Hezbolá de la frontera y eliminar a cuantos altos cargos se pongan a tiro. En otras palabras, puede que cuando Israel hable de “desescalada” se refiera simplemente a “ocupación”: permanecer en Gaza y en el sur del Líbano el tiempo suficiente como para poner un cierto orden y proteger a su ciudadanía.
El problema es que esa solución es diplomáticamente inviable. Durante décadas, apoyado por Estados Unidos, Israel ha trabajado en la paz a base de llegar a acuerdos con distintos países árabes del entorno y tratando de normalizar las relaciones de la Liga Árabe -de hecho, la reacción de esta organización a los últimos bombardeos ha sido relativamente tímida-. Ocupar Gaza y la parte fronteriza del Líbano supondría volver atrás décadas en el conflicto y dejar atrás Camp David, Madrid y Oslo.
Biden dejaría la presidencia con los talibanes como dueños y señores de Afganistán, los ayatolás avanzando en su proyecto nuclear y las relaciones entre Israel y sus vecinos tiritando, con dos guerras abiertas en frentes distintos. Sumemos a eso su indecisión respecto a la guerra de Ucrania.
No es la mejor tarjeta de presentación para su vicepresidenta, Kamala Harris: la incapacidad de su administración para presentar soluciones concretas e imponerlas ha dejado a su sucesor o sucesora un mundo mucho más imprevisible.