Una niña y su hermana en las inmediaciones del mercado de Mambajao. Sergi Pau

Una niña y su hermana en las inmediaciones del mercado de Mambajao. Sergi Pau

Ocio y tiempo libre

Memorias de un viaje a Filipinas: del caos entre ‘jeepneys’ al relajante buceo entre tortugas en una isla virgen

Palmeras, aguas cristalinas y 'locals' siempre preparados con su mejor sonrisa son los tres ingredientes que hacen de este itinerario el viaje perfecto.

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Suena 'Heaven' de Bryan Adams y parece una casualidad, pero creo que es, de momento, lo más cerca que he estado del cielo o de lo que yo llamaría paraíso. Escribo esto desde la parte trasera de la que ya es la tercera caravana en la que me subo para recorrer los rincones menos conocidos de Filipinas.

Seguro que si piensas en este idílico destino del sudeste asiático se te ocurren islas como Palawan o El Nido. Puede que Manila también, pero por geografía, dudo que le venga a la mente esta capital por turismo. No obstante, a través de estas memorias que recopilo mientras sumo kilómetros infinitos entre caos y paz vengo a descubrirte islas, ciudades y recovecos que han hecho aflorar mi amor por este archipiélago de palmeras, aguas cristalinas y mucha personalidad. Empecemos por el principio.

Podría ser un lunes cualquiera, pero no. Me quito los auriculares y mientras los guardo aún se pueden escuchar los últimos acordes de 'What I Was Made For?', o la canción que hace un par de viajes bauticé como la de los despegues y aterrizajes. Me relaja y me transmite mucha paz mientras el avión en el que voy atraviesa nubes y los rayos de sol se reflejan por toda la cabina. Lo curioso de este viaje que empiezo es que esta paz y relajación al aterrizar se rompe completamente al pisar la primera calle de Lapulapu, en la isla de Mactán y en la provincia de Cebú. Su censo dice que tiene medio millón de habitantes, pero su caótico tráfico os puedo asegurar que no le hace justicia.

Jeepney por las calles de Cebú City. Sergi Pau

Jeepney por las calles de Cebú City. Sergi Pau

Me muevo entre la vorágine que caracteriza las sobrepobladas ciudades asiáticas como es el caso de Cebú City. Y a pesar del ruido y del jaleo, que reconozco que me encanta, esta gran ciudad también tiene su rincón más escondido donde solo escucho el sonido de las olas rompiendo en la orilla, el viento moviendo las majestuosas palmeras y el cri-cri de lo que quiero suponer que son grillos.

De camino a la primera cama en la que dormiré en Filipinas, en el Dusit Thani Mactan, donde recomiendo los platos thai fusión del chef Suthin Songmuang, me voy dando cuenta de lo que aún queda de la influencia hispánica. Creo que no es casualidad que la zona por la que se mueve esta caravana ahora se llame Punta Engaño. Pero con el idioma, os prometo que vamos a flipar más aún.

Soy un adicto a ver en el mapa donde estoy. Cuando viajo, ya al aterrizar, me gusta ubicarme, ver a cuanto estoy de mi casa, de Madrid, de Valencia, en general. Por eso, por cada ciudad por la que voy pasando en esta isla me gusta ver que hay alrededor en el mapa. Ver lo lejos que estoy me podría poner los pelos de punta. Y lo hace. Pero también produce en mi cuerpo un sentimiento de aprovechar cada momento, de probar toda la comida que hay aquí, de empaparme de la cultura. Aunque realmente en Filipinas por momentos me siento como en España.

Alegre Guitar Factory podría estar en Baza, en Malgrat de Mar o hasta en Ontinyent. Como su nombre bien indica es un establecimiento de Lapulapu donde se hacen guitarras de cero. Entre sonidos de lijas, de polvo en suspensión y mientras un operario intenta sintonizar una pequeña y antigua radio antes de ponerse a enganchar las seis cuerdas que tendrá la guitarra que va a crear, se escuchan algunos acordes flamencos desde el interior de la pequeña caseta que tienen como tienda.

Dos artesanos de Alegre Guitars en Lapulapu. Sergi Pau

Dos artesanos de Alegre Guitars en Lapulapu. Sergi Pau

Diferentes tipos de madera se utilizan aquí para hacer gran variedad de guitarras, pero lo que no me esperaba era que hicieran, vendieran y hasta tocaran la bandurria. Escucho los acordes de este instrumento de cuerda y vuelvo por un instante a esos veranos en el pueblo: son fiestas y hay una pequeña rondalla interpretando algún fandango, o el bolero de Corbera. El operario ha conseguido sintonizar la radio y la voz de un periodista, supongo que filipino, me devuelve a la realidad, entre guitarras, algunas deellas españolas, pero a más de '2.000 kilómetros de casa, aunque no lo haya parecido otra vez.

Amanezco, o mejor dicho, me despiertan los primeros rayos de sol que se cuelan entre algunas nubes. Ya en el aeropuerto visualizo la avioneta en la que me voy a montar. De hélices. Un vuelo entre islas. Todo promete. Tras 37 minutos de vuelo aterrizamos en un aeropuerto pequeño. "Es mono", me digo a mí mismo mientras inmortalizo la estampa para mis stories de Instagram, porque como me dice mi madre, parece que si no lo suba no lo haya hecho. Palmeras, palmeras y más palmeras. Una humedad inquietante, un calor que te absorbe y ese olor que tanto nos gusta a muchos de lluvia recién caída, de tierra mojada. De naturaleza en estado puro, y creo que no hay mejor definición para esta isla, la de Camiguin, que su marketing turístico en los últimos años juega con el nombre y decir "Come again". Es, cuanto menos, gracioso.

Sto Niño Cold Spring en Catarman, Camiguin. Sergi Pau

Sto Niño Cold Spring en Catarman, Camiguin. Sergi Pau

En Camiguin hay varias cosas que visitar, y revisando mis notas para escribir estas escuetas líneas me encuentro con algunos buenos recuerdos. Comer en 'La Guerrera' es un must, comida local, platos típicos y unas vistas al mar que me dejan ojiplático.

Mientras, suena Illusion de Dua Lipa, y no creo que sea otra casualidad que mi perdición por esta artista, que me persigue cuando tomamos asiento en muchos restaurantes en mi estancia en el sureste asiático, coincidiendo que está de gira por esta zona. Justo ayer estuvo en Kuala Lumpur.

Coger fuerzas con la comida es importante en este viaje, pero también sentarse para descansar los pies y volver a la carga, pero si hay un sitio donde coger fuerzas y renovar toda esa energía, este sitio está a menos de diez minutos en bangka, la típica pequeña embarcación filipina.

Pasamos el día en Mantigue Island. ¿Qué decir de este paraíso? Pocas pero muchas cosas. Nunca había estado en una isla totalmente virgen, se tarda poco más de cinco minutos en rodearla andando, saltando entre palmeras que se funden con la cristalina agua, entre corales que llegan a la orilla y entre cocos que caen de las palmeras.

Vista aérea de Mantigue Island. Sergi Pau

Vista aérea de Mantigue Island. Sergi Pau

Podría ser el escenario perfecto donde rodar un formato como Supervivientes, o eso pienso mientras bebo una fresquita y natural agua de coco. Hacer snorkel aquí es una de las actividades obligatorias, nadar entre tortugas y ver el santuario de corales me deja flipando. Otro check en la lista, al igual que tirarse en la fina y blanca arena, notando como entra cada rayo de sol por mis poros hasta quedarme dormido con el silencio más expectante que he vivido y que paradójicamente es el ruido de animales que mejor no quiero saber ni como ni cuáles son. Y así es como también se cogen fuerzas.

@bysergipau 🤿🐢🐠🏝️todo lo que había imaginado hacer en una isla completamente virgen en filipinas check✅ #philippines #mantigueisland #camiguin #snorkel #scubadiving #tortoise #asia ♬ Originalton - ♫

Suena el 'Aserejé' en la Dolce Vita, y no es que me haya puesto poético, ni me haya puesto melancólico y haya decidido reproducir el hit español propio de la banda sonora de los agostos en los pueblos españoles entre banderitas de colores, olor a destilados y calles convertidas en la mismísima fashion week.

La 'Dolce Vita' es el restaurante de Alessandro, un italiano de Ancona, que descubrió la isla de Camiguin a principios de los 2000 y terminó trasladar su residencia cambiando las 'buongiorno' por los 'magandasng amaga' de cada mañana. Desde que se mudó en 2006 por amor, cosa que nos cuenta mientras nos sirve su ensalada de mango como especialidad de la casa, hasta brinda con un efusivo '¡tagaai!'.

Entre 'jeepneys' por Cebú: tortugas, bancos de sardinas, un tiburón ballena y barranquismo en plena selva

No voy a negar que el caos de estas ciudades es desesperante pero a la vez apasionante. Ver como pasan los jeepneys entre los coches, motos que desafián la ley de la gravedad con hasta 4 ocupantes, vendedores de snacks entre los coches para amenizar los atascos. Y es que el desplazamiento te lo tienes que tomar con calma.

Moalboal es el sitio por excelencia donde flipar con el fondo marino. Son las 7 de la mañana y ya estoy en pleno estrecho de Tañón, bañado por aguas del pacífico con un mundo lleno de corales bajo mis pies. Vemos la primera tortuga, la segunda y así hasta una decena que pasan a nuestro alrededor sin ningún tipo de timidez. Al igual que los enormes bancos de sardinas. Pero mi sorpresa viene cuando a mis pies pasa un pez, por catalogarlo de alguna manera, de dimensiones descomunales. Lo que intuyo que es su cara es enorme, pero plana y a medida que finaliza su cola es su cuerpo lo que se va haciendo más estrecho y fino. Lo tengo a mis pies y es nada más y nada menos que un tiburón ballena. Hasta hace poco más de dos horas tenía pánico a nadar en aguas tan profundas. Sí, a mí hasta hace poco menos de '20 minutos me daba absoluto terror no tocar pie en la playa, no saber qué hay debajo o que me rozara un simple plástico entre el agua. Y aquí me veo, entre mil especies marinas, con unas simples gafas para ver los kilómetros que separan el fondo marino de mis pies.

Snorkel en Moalboal. Sergi Pau

Snorkel en Moalboal. Sergi Pau

El sur de Cebú, la parte que comprende Moalboal y la parte de Badian es una zona donde resalta el turismo de aventuras. Tras hacer el check de nadar con tortugas y hasta con un tiburón ballena vamos a por la segunda parada del día. Las Kawassan Falls son unas cascadas en las que puede volver a ser aquel niño o ser un auténtico mono. Tras una tirolina, me deslizo entre piedras, aguas turquesas y pura vegetación durante más de tres horas. Y madre mía que sí vale la pena.

Es una aventura dividida en tres niveles, muy divertido y sin duda una de las atracciones turísticas más destacadas de la zona, pero donde los locales también aprovechan para ir los domingos a la parte más baja para hacer un peque pícnic. Es aquí donde conozco el Kamayan o comer con las manos, algo típico en Filipinas. Es la estampa que había visto muchas veces, lo típico de Pinterest.

Una hoja de palmera, con una montaña de arroz blanco y bien ordenado mil tipos de marisco y pescado a lo que le da un poco de color el naranja de unos cuantos mangos partidos en cuadradillos o unas rodajas de naranjas.

Comida en Kawasan Dante’s Peak. Sergi Pau

Comida en Kawasan Dante’s Peak. Sergi Pau

Puede ser sorprendente, pero aquí el hecho de deleitar la comida es uno de sus ritos más especiales, lo disfrutan como niños y lo saborean todo con un placentero deleite que me fascina, y es que para ellos el hecho de comer con las manos es una muestra de romper las barreras. No es casualidad que las palabras cuchara, tenedor o platito sean así también en filipino o en tagalo, como en español, aunque con una diferente pronunciación 'kutsara' o 'tinididor' fruto de la fuerte influencia española en tiempo de colonias.

Bohol, la isla de los tarsiers y del crucero por el Loboc

Otra isla. Aquí los triciclos antes llevaban los típicos calendarios a la española interviú con imágenes de mujeres con poca ropa o con poses sexi. Ahora por ley eso está prohibido y llevan en la parte trasera pasajes de la biblia, es lo que llaman "la biblia sobre ruedas".



Suena "Rivers of Babylon" y creo que es otra de las casualidades que se convierte en un buen resumen del día que tenemos por delante. La primera parada es el santuario de los tarsiers, los primates más típicos de esta pequeña isla filipina, aunque más pequeños son estos animales, porque cuando me explica Carlito Piazarras, el hombre que los salvó de su extinción que solo pueden llegar a medir hasta 16 centímetros, os podéis imaginar mi cara de sorpresa. Aun así en este santuario es fácil verles.

Philippine Tarsier Sanctuary en Corella, Bohol. Sergi Pau

Philippine Tarsier Sanctuary en Corella, Bohol. Sergi Pau

Recorremos el río Loboc en un pequeño crucero, una cosa que de primeras podría parecer la típica turista, pero qué ene este caso merece la pena. Es un paisaje que no puedo llegar a explicar con palabras. Su vegetación impoluta, impresionante y majestuosa se abre camino entre un río de color azul turquesa. Al son de Dancing Queens o Material Girl, una cantante ameniza nuestra velada, que nos va mostrando las diferentes partes de este río. Hasta hay tiempo para conocer un pequeño grupo de bailarines locales que nos muestran su riqueza cultural y lo patosos que son algunos mortales al intentar imitar sus imposibles pasos.

image00009Crucero por el río Loboc en Bohol. Sergi Pau

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Chocolate hills es otra de las estampas más conocidas de Bohol, unas colinas de forma cónica que hacen de este paisaje una postal única que en una época del año son pequeños montes verdes, peor en otras, cuando no abunda el verde y se tiñen de marrón parecen pequeñas colinas de chocolate, y hasta yo diría que bombones recién sacados de la típica caja roja.

Hablando de chocolate, nos presentamos en la granja de cacao, sí, habéis leído bien, de la familia Lasagne. Nos recibe el entrañable matrimonio a las puertas de su particular finca. Y es lo primero que sorprende. Granja de cacao. No una granja al uso. Donde no me sorprendería escuchar a los cerdos, a las vacas o a los gallos, le sustituye la pequeña radio del anciano que custodia esta extensión de tierra de los Lasagne. Hacemos chocolate de cero. Empezamos entre risas cortando el cacao del árbol, lo tostamos, lo picamos y empezamos, con ayuda de la señora Lasagne, a transformarlo en lo que conocemos como chocolate. Pero sin duda lo que más me sorprende es probar las semillas del cacao, son dulces, afrutadas y muy gelatinosa y viscosas, me recuerdan al mango. Esta semana he comido más mango que en toda mi vida. Recordatorio: al llegar a Madrid quiero comer asiduamente esta fruta. Por donde iba, nos sentamos en una discreta mesa, pero llena de cosas, entre ellas como no, mango y chocolate.

Y para terminar el día y el viaje, cenamos en otra granja, pero esta ecológica. Aunque la degustación del mango y del chocolate en casa de los Lasagne me ha dejado el estómago completamente lleno, veo los platos llegar y no me puedo resistir a probar el adobo, otra palabra que han mantenido del español, pero mi lengua dice no a resistirse. Aprobar el ceviche o un arroz de color granate que empiezo a mezclar con una salsa de mango que se derrite en mi paladar como si fuera la mejor mantequilla que mis pupilas hubieras deleitado.

Brindar al son de tagaai, el 'cheers' o el 'salud' filipino es toda una experiencia. Así que brindamos por última vez, por volver a Filipinas. Uno de los rincones del mundo que me ha sorprendido por su riqueza cultural, gastronómica y hasta lingüística. Mientras reviso mis notas de este viaje me encuentro con las últimas frases. Era la cuarta caravana en la que me subía, la tercera maleta que preparaba, el quinto aeropuerto que pisaba y el sexto avión en el que me subía. Dentro de esta caravana, fruto, supongo, de otra casualidad, sonó 'Last Dance'.

Ya en Madrid, escribiendo estas últimas líneas, trago saliva y reproduzco esta canción. Realmente me lleva a ese momento mientras recojo los bañadores que aún tienen un poco de salitre del pacífico, guardo las chanclas, pienso cuando volveré a utilizar esta crema solar que me compré a mediados de noviembre para huir del frío y me llevó a bailar el primer baile de muchos entre palmeras, tortugas, jeepneys y muchos ¡tagaai!