Prácticamente todos sabrán ya la polémica y odiada medida que ha aplicado el actual gobierno para desincentivar el uso de vehículos propulsados por motores diésel. Pero, ¿qué hay de correcto en todo esto? ¿Tiene razón el PSOE y el diésel es tan perjudicial o en realidad tiene razón la turba de amantes del diésel? En realidad, ambos: hay que acabar con el diésel (y con la gasolina), pero a su debido tiempo; tampoco todos los coches diésel contaminan más que los gasolina.
De hecho, los diésel modernos contaminan aún menos que los gasolina modernos, por lo que la medida de Pedro Sánchez es incluso contraproducente, pues está desincentivando el tipo de coches que ahora mismo, recién salidos de fábrica, contaminan menos.
El problema de los diésel ha sido que generan demasiado NOx, altamente perjudicial para la salud
Ahora que sabemos que los diésel no tienen por qué contaminar más, vamos con unos cuantos números interesantes. Mientras que un gasolina actual (que cumple con la normativa Euro 6) genera una media de 1 g de CO (monóxido de carbono) por kilómetro recorrido y 0,06 gramos de NOx (óxidos de nitroso) también por kilómetro recorrido, un diésel de la misma generación (Euro 6) consume 0,5 gramos de CO y 0,08 gramos de NOx. En cuanto a los óxidos de nitroso no hay una gran diferencia, y el CO2 emitido se reduce a la mitad en el caso de los diésel. Es decir, que el diésel no es ese monstruo que nos han mostrado.
Ahora bien, un gasolina Euro 1, de cuando se comenzaron a controlar las emisiones de gases en 1992, genera muchas menos emisiones que un diésel de la época. Pero claro, no genera menos que uno actual.
Pero stop: ahora llega un punto en el que debemos de aplaudir la medida de Sánchez y cía, a medias: la medida está bien, pero debería aplicarse gradualmente según el tipo de diésel del que estemos hablando. Y aquí es donde falla el impuesto del PSOE: aplica tanto a los coches de combustión más limpios del mercado (por encima de los gasolina en las últimas versiones) como a los más contaminantes, como si fueran iguales.
Lo que se debería haber hecho, en concreto, es penalizar precisamente el tipo de vehículos diésel más contaminantes. A los más nuevos, de hecho, se debería incluso haber bajado el impuesto, pues las emisiones generadas con respecto a hace décadas es ínfimo. De este modo, lo único que se ha generado ha sido desincentivar el diésel (que es menos contaminante, al menos en esta nueva generación), y producir un momento de incertidumbre en el que alguien que se vaya a comprar un coche no sepa qué elegir (aún no es el momento de los eléctricos, desde luego).
Y el problema no solo afecta a los 18 millones de coches diésel que hay matriculados en España, sino a toda la maquinaria que funciona con este combustible: prácticamente en todas las actividades laborales españolas tienen detrás el diésel; pero claro, en este caso hablamos de máquinas con décadas de años a sus espaldas y que contaminan enormemente, por lo que este efecto no es tan malo; de hecho, es bueno, y es lo que pretende evitar el gobierno, a costa de llevarse por delante los coches de combustión menos contaminantes.
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