El criticador: La telebasura
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Recientemente acepté el desafío de intentar especificar, lo más detalladamente posible, lo que podía considerarse como el fenómeno “telebasura”, atendiendo al concepto democratizado y generalizado.
La mayor parte del público define a la telebasura como un formato de producción televisiva donde los contenidos guionizados tratan exclusivamente sobre la banalidad de personajes públicos excéntricos, en el que también hacen uso de unas paupérrimas aunque intensas e igual de guionizadas peleas en directo para generar picos de audiencia, polémica y enfrentar a todo tipo de personas que discuten en un plató sobre cotilleos, infamias y calumnias variopintas.
Generalmente, estos espacios están pilotados por presentadores bastante reconocidos, rodeados de personajes hartamente estereotipados que no parecen tener leyes morales en lo que a la privacidad de la información y la manipulación se refiere. Estas personas tratan lo que viene siendo y llamándose desde hace muchos años los temas de la prensa rosa o prensa del corazón.
Si ese es el concepto que, generalizando, he visto que mantiene la mayoría del público, tendría que discrepar en muchos aspectos y enfocar mi crítica hacia una incorrecta, partidista y egoísta interpretación del término “telebasura”.
Si la telabasura es todo lo que se comprenda por bloques temáticos culturalmente vacíos, degradantes, inmorales y abortados de infamia entre sus participantes, y por eso es precisamente basura –por generar desechos informativos y sociales, por apestar–, ¿no serían también telebasura los informativos de cualquier cadena de televisión?
Hartamente manipulados y sometidos bajo estrictas órdenes políticas, que, a su vez, someten a todos los departamentos técnicos para que construyan con filtros minuciosos unos códigos visuales y narrativos que distorsionan la realidad y manejan al ciudadano como un títere. Desde la redacción sensacionalista y parcial de las noticias, hasta el manipulado y miserable montaje de las mismas, pasando por los contenidos temáticos, que, en cuanto a calidad informativa se refiere, también son basura, porque no informan: desinforman con toda inmoralidad.
Telebasura también debería ser, por esa misma definición, todos esos programas “a la americana” que intentan colar con calzador los símbolos sociales de entretenimiento yanqui que aquí resultan patéticos e incoherentes, partiendo desde el tipo de jerga, hasta la pose, los personajes que se construyen y sus histriónicos artificios preparados.
Estos Prime Time también están vacíos de cualquier enriquecimiento cultural o intelectual, ¿no?
Cualquier Late-Show simplón con presentadores guapos de perilla recortada, entrevistas totalmente estereotipadas y superficiales a famosos de la farándula televisiva o cinematográfica, risas enlatadas, muchas grúas, letreros chulos de última generación por doquier y fluorescentes azules que emiten luces psicotrópicas sobre las gafas de pasta del presentador, también deberían ser telebasura.
Si cambio de soporte, deberíamos hablar del concepto de cinebasura, que, como la telebasura, también deberían representar todas esas producciones comerciales sin más propósito que distraer y roer la mente del espectador en un circo visual rancio, tópico, vacío y pobre, temáticamente infructuoso y técnicamente insustancial.
Con toda esta reflexión, lo que me gustaría aclarar, obviamente, mirando con mis ojos –en ningún momento pretendo dar una verdad absoluta, menos en estos campos tan personales–, es que nos tomamos muy rápidamente la justicia por nuestra mano y siempre hay tendencia radical a usar maniqueísmos. O todo es telebasura o exclusivamente la prensa rosa es telebasura, pero no hay un término medio.
Personalmente, me produce ardores ver cualquier programa del corazón, pero, técnicamente, me parecen maravillosos y respetables.
Todos aquellos que se quejan sin parar, con o sin conocimiento de causa, ¿serían capaces de construir, dirigir, fomentar y mantener una televisión de élite cultural económicamente viable enfocada por y para la mejoría intelectual desde la forma más eficiente y democrática posible?
Yo adelanto que sería incapaz de afrontar algo de semejantes dimensiones. Siempre nos quedará la famosa duda:
¿Si toda la parrilla de programación de todos los canales de la televisión en España fueran exclusivamente de “no-telebasura”, ¿funcionaría? ¿Sería rentable y viable? Tengo mis dudas. Cuando se trabaja en el medio, lo primero que te dice un tipo con traje es que “mejor que no hagas nada raro, que te conozco. Esto lo tiene que entender la gente.”
¿Qué gente?
¿Esa misma gente que se considera mayoría absoluta y élite intelectual por ver los documentales de monos apareándose en la 2 y que se queja de la telebasura y anhela una programación fuertemente cultural y artística? ¿Esa misma gente con aires de grandeza que, mientras agitan copas de Whisky barato, se dedican a decir que todo lo que no sea cine independiente dramático franco-suizo es banal e inculto?
No se puede ser ni tan pedante, ni tan ignorante, hay que reflexionar sobre ambas partes.
Yo mantengo que el ser humano desea, por encima de todo, la absoluta personalización de la vida en general. Tener lo que quiere en el momento específico en que lo desea, atendiendo a ese tiempo que le ha tocado vivir y las circunstancias que lo rodean. El sentimiento egoísta y arrogante: yo quiero lo que quiero para beneficiarme solamente yo y los que piensan como yo. Los que no, que se jodan. Y esto es aplicable a la televisión.
En mi escala de prioridades, construiría, obviamente, una televisión en acorde con mi perspectiva técnica y artística, también cultural. De la misma forma que cada uno de los que leáis éste artículo, tendréis vuestras propias prioridades y deseos de cambiar muchas estructuras de parrilla. Incluso podríamos coincidir en muchas temáticas, mientras que, en otras, entraríamos en directo conflicto.
Pero una cosa debería estar clara:
Aunque muchos coincidiésemos en gustos, siempre habría una minoría que no sería satisfecha. Y privar a esas personas –que también pagan sus impuestos y son seres humanos– a ejercer su derecho civil de ver ciertos programas para deleitarse en su circo romano, ¿no sería acaso atentar contra los propios derechos y libertades del ser humano?