Hoy se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic: Así lo vivimos desde Omicrono en su día
A todos nos pareció una idea estupenda y estábamos muy alegres. Dani se había preocupado de buscar el lugar y planificar el viaje para la escapada, Isma se había encargado de comprar la comida y Juanma el alcohol, ejem, la bebida (había comprado agua y cocacola, por supuesto). El resto de nosotros pensamos que cada uno podía llevarse algún juego de mesa para entretenernos.
Así que fuimos llegando poco a poco a la casa rural, donde Dani y Paolo habían llegado los primeros para recibirnos. Como se iba haciendo la hora de comer, entre cervezas y mojitos (agua y cocacola), fuimos preparando el fuego para hacer una riquísima paella mientras llegaban los rezagados.
–¿Un juego del Titanic? Va, tiene que ser coña. –Isma se mofaba incrédulo.
–Que si leches, lo encontré por 10€ y como este finde es el centenario…
–Se te ha ido la olla macho, pero qué narices, ¡venga, monta el tablero y a ver de qué va! –Propuso Dani.
Olivia estaba leyendo las reglas del juego y nos explicaba el funcionamiento, o lo intentaba porque Adrián no paraba de interrumpirla con preguntas para pincharle. El resto escuchábamos o hacíamos el ganso y mientras Isma nos preparaba algo, “un brebaje” lo llamó él. Nos bebimos el dichoso brebaje mientras jugábamos al Titanic, estaba caliente y hasta humeaba, tenía un sabor dulzón pero picante. No quiso decirnos qué llevaba. Al cabo de poco empezábamos a sentirnos turbados, aletargados y antes de poder maldecir a Isma nos quedamos todos dormidos, se quedó todo oscuro.
¡Aliento! ¡Me falta el aliento! Conseguí volver a respirar. Abrí los ojos y ante mi había un cielo estrellado, una barandilla y el mar. Miré mi ropa, una falda larga y marrón de lana basta, unos zuecos y una blusa amarillenta. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Me di la vuelta y ví las cuatro imponentes chimeneas. Estaba en el Titanic. Estaba desconcertada, anduve angustiada de un lado a otro buscando algún rostro conocido.
–¡Arki! Por fin te encuentro. Estamos todos en mi camarote.
–¡Isma! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estamos aquí? No entiendo nada…
–Vamos, que tengo que explicaros algo a todos.
Una vez estuvimos reunidos todos, Isma nos preguntó qué recordábamos. Nadie sabía nada, ninguno pudimos recordar nada anterior al despertar en el barco, lo único que sabíamos es que nos conocíamos. Nos contó que él si se acordaba de algo, que habíamos estado todos reunidos y habíamos bebido algo que él preparó, y que ese algo tenía que ser el causante de estar en el Titanic. Pero no sabía más, al igual que nosotros no podía recordar nada más. Íbamos camino a Nueva York en el barco más famoso de los tiempos.
Cuando nos hubimos repuesto del shock, pensamos que sería buena idea dar una vuelta por el barco y disfrutar del viaje. Subimos a la cubierta, vimos el cielo estrellado y la luna brillante, a pesar de las extrañas circunstancias charlábamos alegres sobre el famoso barco. En un instante mientras caminábamos por la proa, Dani en un arrebato salió corriendo hasta la barandilla, extendió los brazos y gritó:
–¡Oh no! –Dijo Juanma angustiado
–¿Ocurre algo? ¿Estás mareado? –Preguntó Olivia
–Una imagen terrible ha pasado por mi cabeza como un flash. El barco estaba hundido.
–Tonterías, eres un caguetas. ¡Escuchad! ¿Y si nos bajamos a la fiesta?
En el salón de fiesta había mucha juerga, música, baile y cerveza. Algunos se habían detenido por el camino en otros lugares. Nico y Seth se habían ido a mirar los lujosos coches que habían en la cochera.
–Mira Nico, en ese tiene que haber una pareja de tortolitos, está empañado. ¡Jajaja! Venga, vamos con el resto.
Y mientras Nico y Seth volvían a la festiva reunión se escuchó un ruido atroz, todo se bamboleó y por un momento a todo el mundo se le cortó la respiración. La tripulación no tardó en calmar a la gente, no pasaba nada, habría sido la marejada del mar. Al no volver a sucederse ningún incidente todos volvimos a nuestros asuntos, la fiesta continuaba.
Al cabo de un largo rato se empezaron a escuchar gritos de gente aterrada que corría en dirección a la cubierta. Juanma volvía a sentirse mal, estaba pálido como la luna y desencajado, volvían a sucedérsele las imágenes catastróficas.
Juanma nos instó a salir a cubierta también, ante el desconcierto del barullo y los griteríos maldiciendo al agua, decidimos hacerle caso. Partimos enseguida y al llegar a cubierta ya había bastante alboroto tanto de pasajeros como de la tripulación. Todo el mundo iba preguntando y razonando las posibles causas de la alarma. La tripulación estaba embarcando en los botes a mujeres y niños, decían que era simplemente por precaución y seguridad, que en un rato cuando estuviese comprobado que todo estaba perfectamente volveríamos al Titanic. Era por precaución, era por seguridad.
Todos seguíamos preocupados por las imágenes que preconizaba Juanma, sabíamos que la situación era mala e intuíamos que iba a ser mucho peor. En ese momento la proa del Titanic comenzó a hundirse, las personas cada vez caían al suelo más fácilmente, todos luchaban por subirse a un bote salvavidas, todos gritaban, muchos lloraban y sólo unos pocos alcanzaban su meta. Ya se habían alejado del barco la mayoría de los botes.
Mucha de la gente, ante la imposibilidad de subir a un bote ascendía como podía hacia popa, su inclinación ya era prominente. El pánico se había apoderado de todos y cada uno de los pasajeros, huían hacia el único camino posible mientras a algunos la desesperación les llevaba a lanzarse de cabeza a las heladas aguas del Atlántico. Nosotros no sabíamos qué hacer, no sabíamos como salir, estábamos en las mismas condiciones que todo el mundo. Seguimos agarrados a la barandilla de la popa, temblorosos y asustados, incrédulos. ¡El Titanic era insumergible!
Y de pronto una fuerza inexplicable nos arrastraba hacia el agua, el barco se hundía y nosotros con él. Gritos alargados, gritos de alivio, gritos a los que acudía la muerte. Agua, frío, estaba entumecida, no podía respirar, una fuerza me arrastraba hacia la profundidad del océano, algo me golpeó en la cabeza. Ya no pude hacer nada, sólo dejarme llevar.
–¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh! ¡Aaaaaahhhh! –Se escuchó gritar a alguien entre otros gritos, toses y maldiciones.
Teníamos las ropas empapadas, estábamos asustados y alucinados. Estábamos en la casa rural. Estallaron los lloros de alegría y de incredulidad, hubieron abrazos, besos y saltos de júbilo. Habíamos vuelto de alguna forma a nuestra era, habíamos vivido la experiéncia más aterradora del mundo, habíamos vivido nuestra propia muerte. Pero estábamos en la casa rural. Cuando nos tranquilizamos nos dispusimos a secarnos y cambiarnos las ropas.
Hoy aún intentamos asimilar lo que nos ocurrió, pero lo que es indiscutible es que 2227 personas vivieron realmente esos angustiosos momentos. Hace ya 100 años más de 1500 personas perecieron junto al navío insumergible.
Hace ya 100 años.