Líquenes, nuestros detectives en la detección de contaminación
En las múltiples ocasiones que he cogido el Cercanías para dirigirme a Madrid capital desde el sur de la Comunidad me sigue impactando el tamaño de la niebla gris de contaminación que envuelve no sólo a la capital sino a sus alrededores. La realidad es que no es sólo un problema de Madrid, sino de todas las grandes urbes del mundo.
En algún momento habremos escuchado el término smog, un anglicismo procedente de la unión de dos palabras, smoke (humo) y fog (niebla). La niebla de contaminación que antes mencionábamos es el smog.
¿Qué es exactamente el smog?
Es el resultado de grandes cantidades de contaminantes atmosféricos, entre los que se encuentran los óxidos de nitrógeno, óxidos de carbono, óxidos de azufre, partículas en suspensión, plomo, benceno, hidrocarburos, etc. Cuando estos contaminantes se combinan con un período de alta presión, esto provoca el estancamiento del aire y la formación de una niebla que en vez de componerse de gotas de agua suspendidas (la niebla natural que hemos visto hace algunas semanas en casi toda la geografía española), está compuesta de aire contaminado.
De todos los contaminantes que nos pueden llegar a afectar, en este artículo nos vamos a referir a uno en concreto, el dióxido de azufre, porque todos podemos llegar a poner en práctica la medición de la contaminación ambiental de una zona, de una forma un tanto rudimentaria, todo hay que decirlo, a través de un ayudante liliputiense que podemos encontrar en múltiples parques y zonas verdes.
Dióxido de azufre, procedencia y uso
Este gas se emite espontáneamente en la naturaleza por vulcanismo y procesos de combustión. Según la Comunidad de Madrid, la emisión antropogénica del dióxido de azufre, procede mayoritariamente de tres fuentes: plantas de combustión no industrial (68,5%), transporte por carretera (17,3%) y plantas de combustión industrial (7,4%).
El dióxido de azufre se emplea como gas refrigerante, como desinfectante y conservador, así como agente blanqueador, y en el refinado de productos de petróleo, siendo su uso principal la manufactura de trióxido de azufre y ácido sulfúrico.
Efectos en la salud humana y ambiental
Según Cruz Roja, si inhalamos dióxido de azufre, podemos sufrir: irritación de las vías respiratorias, bronquitis o agravamiento del asma, edema pulmonar, agravamiento de cardiopatías y en contacto con la humedad de los ojos y las mucosas, causa daños oculares, conjuntivitis e irritación.
Los ecosistemas (nosotros incluidos) se van a ver seriamente afectados por la combinación de agua o vapor de agua con el dióxido de azufre, que junto con los óxidos de nitrógeno, forman la lluvia ácida. Con este fenómeno se aumenta la acidez de las aguas de ríos y lagos, produce trastornos importantes en la vida acuática, como son deformaciones en peces, no se produce la eclosión de huevas de pez, etc. Algunas especies de plantas y animales logran adaptarse a las nuevas condiciones para sobrevivir en la acidez del agua, pero otras no.
La lluvia ácida incrementa la acidez de los suelos, lo que origina cambios en la composición de los mismos. Se produce la lixiviación (lavado y arrastre de materiales del suelo) de importantes nutrientes para las plantas como el calcio, y se infiltran metales tóxicos, cadmio, níquel, manganeso, plomo, mercurio, que van a parar a ríos y demás corrientes de agua. El deterioro del suelo va a afectar a la vegetación, que además sufrirá el daño directo por contacto, que puede ocasionar la muerte de una especie.
Emisiones de dióxidos de azufre, la información difiere
Según la Comunidad de Madrid, el registrar valores medios anuales de dióxido de azufre de 11 – 13 microgramos por metro cúbico es un gran dato, porque estos valores se sitúan muy por debajo del valor límite para la protección de los ecosistemas, por lo que la calidad del aire de la ciudad de Madrid es buena en lo que respecta a este contaminante.
Ante este dato uno podría decir, menos mal, vamos por el buen camino. Lamentablemente los líquenes, aunque obviamente no pueden hablar, nos indican una cosa bien distinta.
Los líquenes nos ayudan
Los líquenes son asociaciones simbióticas entre un alga (que puede ser clorofita, comúnmente llamada alga verde; o cianofita, llamada también alga verde – azulada) y un hongo (que puede ser de las clases Ascomycetes, Basidiomycetes o Phicomycetes) de cuya interacción se origina un talo o cuerpo vegetativo estable, con una estructura y fisiología específicas.
Estos organismos nos van a ayudar de tres formas:
Primera, reteniendo aproximadamente un 30% del dióxido de azufre que absorben; lo necesitan para realizar la fotosíntesis, respiración y en algunos casos, la fijación de nitrógeno.
Segunda, informándonos de que la Comunidad de Madrid, no explica todo al detalle. En un estudio de la Universidad de San Luis, en Argentina, que versaba sobre el uso de líquenes como bioindicadores sobre contaminación atmosférica, nos indica que un nivel anual de entre 8 – 30 microgramos por metro cúbico de sulfuros, va a producir la deformación o la muerte de especies liquénicas sensibles. Es decir, lo ideal para el ecosistema es estar por debajo de 8 microgramos.
Tercera, y esta sería la aplicación ambiental que todos podemos hacer. Aunque hay algunas especies que se desarrollan mejor en áreas urbanas (de los géneros Hyperphyscia y Physcia) son muy pocas en comparación con la gran cantidad de líquenes que muestran sensibilidad a la contaminación.
Sería una buena práctica ambiental, el observar, con nuestros Watson particulares, ejerciendo de Sherlock Holmes, mientras paseamos por el parque que tengamos cerca de casa, la cantidad de líquenes sobre la corteza de los árboles, su tamaño y coloración. Si los líquenes que encontremos en nuestros parques tienen una coloraciones vistosas (no coloraciones grises), va a ser un indicativo que la salud ambiental de nuestra ciudad puede ser buena.
Fuentes: Revista Internacional de Contaminación Ambiental, Cruz Roja Madrid, Air Quality Now, Ayuntamiento de Madrid y Lenntech
Imagen: Foto Natura