El caso de la profesora que olvidó cómo leer
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En octubre de 2012, la profesora de guardería M.P. se disponía a empezar la primera clase de la mañana cuando abrió el libro de texto y descubrió que estaba escrito en una lengua extraña que no lograba descifrar. Pensó que algún compañero le estaba gastando una broma y le habían dado un libro de texto en ruso, árabe o un idioma similar. Sin embargo, comprobó que todos los niños a su cargo tenían libros similares al suyo. No es que el libro estuviera en un idioma extraño, era ella la que había olvidado como leer.
El neurólogo le realizo varias pruebas y comprobó que había sufrido aquella noche un microinfarto, suficientemente pequeño para pasar desapercibido pero que había destruido una región muy concreta en su cerebro, provocando la perdida en la capacidad de reconocer las letras pero dejando intacta la capacidad de hablar e incluso escribir. El caso de M.P. ha sido publicado recientemente en Neurology por la novedad de sus síntomas. ¿Por qué? Para descubrirlo entendamos un poco más que hace nuestro cerebro a la hora de leer un texto, y que le ha pasado específicamente a M.P.
La capacidad para leer un texto es reciente para nuestra especie (la escritura como tal surgió hace 6000 años, casi nada desde un punto de vista biológico) y para ser tan novedosa el proceso es sorprendentemente complejo. Para usar el lenguaje requerimos del funcionamiento y coordinación de diferentes áreas cerebrales, implicadas en diferentes tareas específicas.
Cuando observamos un cuadro, la corteza visual de nuestro cerebro recoge la imagen recibida por nuestros ojos y la interpreta en forma de líneas, ángulos y colores. Posteriormente, esta misma área procesa la imagen identificando formas concretas y buscando un significado al compararlos con los diferentes conceptos almacenados en nuestra memoria. De esta forma, en el cuadro podemos identificar montañas, árboles o figuras humanas.
Pero con los libros esto es diferente. Nuestro cerebro debe identificar cada uno de esos signos que llamamos letras, unirlos en una palabra y buscar su significado. Este proceso esta tan especializado en nuestra cabeza que tenemos un área encargada únicamente de esta tarea: el área de Wernicke. Si en vez de interpretar un texto, queremos decir algo en un idioma, debemos seleccionar las palabras a decir y coordinar los movimientos de la boca, de esto se encarga otro área diferente: el área de Broca. No se sabe mucho sobre el funcionamiento exacto de cada una de estas áreas, pero se conoce su participación e importancia en estos procesos gracias a pacientes como M.P., que pierden una capacidad concreta al sufrir un daño neurológico en uno de estos sitios.
Las personas con el área de Wernicke dañada pierden su idioma, impidiendo que puedan leer, escribir o escuchar lo que se les dice. En cambio los pacientes con el área de Broca dañada son capaces de entender lo que escuchan y pueden escribir, pero no pueden expresarse correctamente ya que su cerebro no selecciona las palabras correctas al hablar, usando palabras equivocadas (confundir gato por árbol) y en los casos más graves pudiendo pronunciar únicamente una silaba. El caso más celebre es el del paciente Bam, que únicamente era capaz de pronunciar esta silaba aunque entendiera lo que se le decía. El caso fue estudiado por el neurólogo Paul Broca, describiendo en la autopsia la zona dañada que posteriormente llevaría su nombre.
Dependiendo del daño neurológico sufrido, en algunos casos es posible recuperarse aprendiendo a hablar de nuevo desde cero. Al igual que una persona con las piernas dañadas necesita rehabilitación es posible neurorehabilitar a un paciente enseñando de nuevo el lenguaje y aprendiendo a escribir o hablar. Una de las propiedades de nuestro cerebro es su plasticidad, lo que le permite cambiar y aprender nuevas (u olvidadas) habilidades de nuevo.
El caso de M.P. ha sorprendido a la comunidad científica por su rareza. Ha perdido la capacidad de leer pero no la de escribir ni hablar. Su daño se localiza en la conexión entre la corteza visual y el área de Wernicke, de manera que aunque su capacidad del lenguaje sigue intacta (por eso puede hablar y escribir), su cerebro es incapaz de ver las letras, ella solo ve garabatos dibujados sobre el papel.
Curiosamente, se ha comprobado que aunque M.P. no sea capaz de leer, es capaz de tener una respuesta emocional a las palabras que observa. Por ejemplo, es capaz de distinguir entre las cartas dirigidas a ella o a otro miembro de su familia, aunque sea incapaz de leer su nombre, y si se le expone una palabra que represente algo que le gusta (como postre) reacciona diciendo que le apetece “eso” que está escrito.
Probablemente se deba a que las palabras que observamos sigan dos caminos por nuestro cerebro: uno dedicado a entender el significado de las palabras y ser conscientes de ellas, y otro camino más sutil y emocional conectado con las regiones implicadas en emoción como el tálamo. Esta conexión se encargaría de aportar un significado emocional a algunas palabras, como el sentimiento negativo de la palabra “asesinato” o el sentimiento positivo de la palabra “alegría”. Dicho de manera poética, M.P. ha perdido la capacidad de leer las palabras con su cerebro, pero aun las sigue leyendo con el corazón.
Fuente | Neuroskeptic