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Tres pasos para utilizar tus emociones de manera adecuada

31 agosto, 2015 20:20

En artículos anteriores sobre las emociones hemos comentado la importancia de reconocer la utilidad de éstas, hablamos de la técnica de las emociones incompatibles, e incluso les facilitamos consejos para controlar la ira. Pero a la hora de resolver conflictos con los demás necesitamos utilizar las emociones a nuestro favor y evitar que éstas interfieran en nuestro razonamiento. Cuando nos encontremos en una situación interpersonal difícil, haber trabajado con nuestras emociones es sólo la primera parte del trabajo.

Mi amigo Joan me contó hace poco que hubo una época de su vida en la que tuvo ciertas dificultades con sus emociones. De pequeño, Joan era (y sigue siendo) muy inteligente. Disfrutaba leyendo sobre cosas interesantes, miraba documentales en Discovery Channel y desarrollaba su punto de vista sobre algunos temas polémicos para luego expresar su opinión con los demás. El problema que frecuentemente tenía Joan era que algunas personas no están acostumbradas a discutir sobre ciertos temas con un niño y a veces se le restaba importancia a su opinión o simplemente se le ignoraba. Este tipo de respuesta por parte de los adultos empezó a molestar un poco a Joan y conforme se repetía la misma situación en el tiempo, empezó a acumular algo de rabia. Un día, Joan expresó su opinión sobre un tema que no le parecía demasiado justo y descubrió que, tras ser ignorado, una patada a una mesa o un golpe en la pared generaba un poco más de atención de la habitual en los demás. La respuesta entonces agresiva de Joan se vio reforzada por puro condicionamiento operante, haciendo difícil manejar las emociones de las sucesivas situaciones conflictivas con los demás. Lo que le sucedía a Joan le ha pasado a prácticamente todo ser humano. Si con frecuencia nuestro punto de vista no es tenido en cuenta y se generan situaciones injustas donde tampoco contamos con apoyo suficiente, lo normal es sentirse rechazado, herido y enfadado. La ira entonces cumple su función biológica y nos pide que reaccionemos, nos demanda una solución inmediata. ¿Qué tenemos que hacer?

Como hemos comentado anteriormente, descargar la tensión emocional a través de la expresión sin censura de nuestras emociones genera cierto bienestar. De vez en cuando, mandar a pasear a esa persona que nos juzga o que se mete con nosotros constantemente nos devuelve unos minutos de tranquilidad. Quizás horas. ¿Y después qué? Llegan más críticas del tipo “los niños de hoy en día son unos irrespetuosos”, “¿cómo puede ser que pierdas así los papeles en tu trabajo?”, o mi favorita por excelencia… “¿Pero tú no ibas al psicólogo?” AAAAARRGGGG!!!!

Voy a suponer que hasta aquí estamos de acuerdo en que la expresión incorrecta de la ira no nos ha llevado por buen camino. Si queremos resultados diferentes tenemos que poner en marcha estrategias diferentes, así que toma nota.

Paso 1: emociones versus cogniciones

Entender la diferencia entre pensamiento y emoción es una de las primeras cosas que explico en terapia. Y no es nada fácil. En sesión, suelo pedir a la persona que exprese su estado de ánimo. Las respuestas suelen ser “estoy bien”, “esta semana ha sido una buena semana”, o “no puedo más”. Y aquí es donde explico a mis clientes que estas frases se corresponden con pensamientos, no emociones. Las emociones, según la teoría de las emociones de Cannon-Bard, son sensaciones físicas combinadas con una interpretación casi instantánea de una situación. Por ejemplo, cuando estamos nerviosos por un examen o una entrevista de trabajo tenemos una reacción fisiológica muy similar que al hacer deporte (tensión muscular, sudoración, incremento en la tasa cardíaca). La diferencia está en la explicación que le damos a estas reacciones. Por lo tanto, preguntarnos qué estamos sintiendo y a qué lo atribuimos nos ayudará a identificar nuestra propia experiencia emocional.

Paso 2: no eres tus emociones

Las emociones son esas experiencias fisiológicas combinadas con pensamientos automáticos como reacción a una situación real o imaginada. ¿Alguna vez te ha pasado eso de ir por la calle, recordar algo gracioso y de repente sonreír solo? Seguramente sí. Ese sentimiento de alegría, nostalgia, o lo que sea que haya pasado por tu cabeza es real. Lo has sentido y has reaccionado en base a los pensamientos que pasan por tu cabeza. Sin embargo, tus percepciones y pensamientos (las explicaciones que damos a las cosas que nos pasan) pueden ser inexactas, y si reaccionamos únicamente basándonos en nuestras emociones probablemente no conseguiremos los resultados que esperamos.

El Dr. Shorey nos recomienda que veamos las emociones como datos. Esto quiere decir que una determinada emoción no es una verdad absoluta sobre una situación X. Si una persona que conoces no te saluda por la calle nose convierte inmediatamente en un falso y maleducado. A lo mejor no ve bien de lejos como yo o simplemente estaba distraído pensando en otra cosa y no te vio. Si entiendes tus emociones como simples datos, primero dirás para ti mismo “estoy sintiendo una fuerte sensación de enfado”. Después, trata de valorar la intensidad de esa emoción (enfado medio tirando a rabia). En ese momento debes preguntarte qué estabas pensando justo antes de que empezaras a sentirte enfadado y qué frases o ideas se te pasan por la cabeza. En nuestro ejemplo, probablemente te has sentido injustamente ignorado o rechazado, como le pasaba a Joan.

Paso 3: pensar con claridad

Las reacciones emocionales negativas nos indican la presencia de una amenaza. Una vez reconocida la emoción, pregúntate  ¿Cuál es el peligro? ¿Se trata de una amenaza real o imaginada? La mayoría de nosotros hemos tenido reacciones emocionales fuertes ante situaciones que más tarde entendimos no eran reales. Por eso mismo, es de ayuda saber si nos estamos refiriendo a una amenaza presente o futura. Si nos empezamos a preocupar ahora por una posible situación negativa que quizás tenga lugar dentro de dos semanas, la reacción emocional nos empezará a afectar desde ahora. La mente no distingue por sí sola entre lo real y lo imaginado, por lo tanto tenemos que entrenarnos para pensar y responder adecuadamente. En este caso, nuestras emociones responden a una amenaza imaginaria. A lo mejor, dentro de dos semanas, eso que tanto temíamos ni siquiera suceda. Todas esas emociones negativas y preocupaciones que fuimos acumulando no han servido para nada pero han dejado huella en nuestro cuerpo. Los datos emocionales que teníamos no estaban reflejando la situación sino lo que pensábamos sobre aquella hipotética situación. Por lo tanto, hay que tratar de permanecer en el presente.

Hay personas que tienen un sistema emocional bien calibrado y sus emociones suelen dar información válida que posteriormente es confirmada como cierta. Sin embargo, depender excesivamente del “cómo me siento” puede llevarnos a exagerar las amenazas que se nos presentan a diario en el ambiente social y a actuar sin tener en cuenta la perspectiva de la situación.

En conclusión, nuestras emociones no pueden hacernos daño. Tampoco la actitud de los demás hacia nosotros. Es lo que nosotros interpretamos de las situaciones lo que nos hace sentirnos mal o enfadados. Además, las otras personas también utilizan información emocional para tomar sus decisiones y llegar a determinadas conclusiones. La próxima vez que tengas una experiencia desagradable con alguien, recuerda que quizás la otra persona puede estar reaccionando basándose en información pobre facilitada por su propia circunstancia emocional. Ser consciente de esto te facilitará una buena identificación emocional de la situación y te permitirá tomarte un tiempo para recuperar la calma y luego hablar de tus emociones y pensamientos de manera más abierta. El resultado inevitable de esta forma de actuar es mayor intimidad con los que te rodean y unas relaciones interpersonales más saludables.

Fuente: Psychology Today

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