Los grandes científicos que creían en Dios
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Históricamente, la ciencia y la religión han sido disciplinas encontradas. El profundo materialismo de la primera, así como el poder que ejercía la segunda hasta hace pocos siglos hacían de religiosos y científicos enemigos irreconciliables. Esto se debe a las distintas vías que siguen para explicar el mundo y la naturaleza. La ciencia se basa en la razón y el empirismo; la religión en la fe y la revelación.
De los grandes episodios de esta controversia histórica cabe destacar dos. El primero fue la condena a cadena perpetua por parte de la Inquisición a Galileo por su defensa de la teoría Heliocéntrica. Este suceso tuvo lugar en plena revolución científica, durante el Renacimiento, y supuso un intento de los defensores del Geocentrismo, entre los que se encontraba la Iglesia y que se basaban en teorías aristotélicas, de imponer por la fuerza sus tesis.
El segundo episodio comenzó con las teorías evolutivas de Darwin y puede decirse, en cierto sentido, que continúa hasta hoy. Ciertos grupos cristianos siguen negando la evolución y reafirmando el creacionismo por una interpretación literal de la Biblia. Tanto es así que en la década de los 20 varios estados de EE.UU. prohibieron la enseñanza de la Teoría de la Evolución en sus escuelas públicas por ir en contra de la consideración del país como católico en su constitución. Estas leyes, sin embargo, fueron derogadas hace 30 años.
Sin embargo, algunos de los más eminentes científicos de nuestra historia creían en Dios y es posible que sus descubrimientos se basaran, en mayor o menor medida, en las creencias religiosas.
1. Michael Faraday
Michael Faraday nació en Inglaterra en 1791 y fue físico y químico. A pesar de su pobre formación, es uno de los científicos más influyentes de la historia. Descubrió los campos magnéticos, desarrolló las bases del actual motor eléctrico, descubrió el benceno e inventó el antecesor del mechero de Bunsen, así como el sistema de números de oxidación. También introdujo los términos de cátodo, ánodo, ion y electrodo.
Faraday intentaba mantener separadas sus ideas científicas y religiosas. Sin embargo, la forma de ver el mundo de la segunda le ayudó en sus investigaciones. Él creía que toda la naturaleza era obra de Dios y, por tanto, todo debía estar conectado y debía considerarse como un todo. Por ello investigó las relaciones entre magnetismo y electricidad, consiguiendo grandes éxitos. Además, sus trabajos científicos le ayudaban a consolidar la fe. Creía que el universo es inteligible, bello y que estaba adaptado al hombre, lo que probaba su diseño por parte de un Dios racional, sabio y bueno. Según sus palabras:
La belleza de la electricidad, o de cualquier otra fuerza, no es que el poder sea misterioso e inesperado, sino que está bajo la ley, y que a través del intelecto puede ahora gobernarse.
El inglés renunció al título de Caballero, asignado por la corona británica, además del de presidente de la Royal Society, todo ello por motivos religiosos.
2. Alessandro Volta
Alessandro Volta, nacido en 1745, fue un físico y químico italiano. Su mayor descubrimiento fue el de la electricidad, lo que le permitió inventar la primera batería eléctrica. Fue presidente de la Royal Society londinense y la unidad del Sistema Internacional para el potencial eléctrico lleva su nombre.
En cuanto a sus creencias religiosas, Volta nació en el seno de una familia profundamente católica. Cuando decidió dedicarse a la ciencia, muchos le acusaron de antirreligioso y ateo. Sin embargo, nunca tuvo dudas sobre su fe y llegó incluso a impartir clases de Religión. El italiano estudió profundamente las bases de la religión, a la que se adscribía principalmente por sus valores de caridad y perdón.
3. Gregor Mendel
Gregor Mendel nació en Austria en 1822 y fue fraile agustino y sacerdote. Sin embargo, es realmente conocido por su trabajo científico. Gracias al diseño de lo que hoy se conocen como las tres leyes de Mendel, puede considerarse el padre de la genética. En su publicación introdujo el concepto de “elemento portador de información”, lo que posteriormente se conocería como gen, y se dio cuenta de que podían ser recesivos o dominantes. Asimismo, entendió que la herencia de caracteres se regía por una proporción matemática sencilla. A sus ideas, sin embargo, no se les dio importancia hasta varias décadas después de salir a la luz.
Debido a la imposibilidad de encontrar empleo tras sus estudios, Mendel consiguió ser admitido en la Abadía de San Tomás (Brno) conocida por sus logros culturales y científicos. En en siglo XIX, no eran extraños los estudios sobre hibridación de plantas con el objetivo de mejorar la agricultura. Esto, unido a que el antecesor de Mendel en el huerto de la abadía estudiara la herencia y la evolución le animó a iniciar sus estudios. Unos estudios tediosos y largos que tal vez sin los valores de contemplación y paz de un convento no hubieran sido posibles.
Como se sabría años después, las ideas de Darwin y Mendel estaban profundamente relacionadas. El padre de la evolución, sin embargo, no leyó los libros de Mendel debido a su poca fama. Mendel, por el contrario, sí tuvo acceso al Origen de las Especies, aunque debido a sus creencias religiosas no aceptó la mayoría de las ideas de Darwin.