Llevamos años asistiendo a una evolución tal de la tecnología, que casi podría considerarse revolución. Lo que hace unos años impresionaba ahora se considera obsoleto; por no hablar del smartphone, un objeto común que habría dejado de piedra a nuestro yo de hace quince años. No hay duda, la tecnología cambia tan rápido que a veces nos cuesta adaptarnos a ella. Incluso hay elementos que son incapaces de adaptarse a idéntico ritmo, como las baterías.
Lo que antaño funcionaba a pilas hoy utiliza una cómoda batería recargable. Este tipo de componentes nos rodean, incluso no tardarán demasiado en impulsar nuestros coches al tiempo que expulsan definitivamente al petróleo. Las baterías nos facilitan la vida, nos ahorran el dinero que gastábamos en pilas y nos ponen en peligro sin que siquiera lo advirtamos. Porque la batería de tu móvil, o la de tu portátil, tablet… no ha evolucionado al mismo ritmo que el resto de la tecnología y atesora unos cuantos problemas aún sin solución. Y no, uno de esos problemas no es que se te acabe la batería justo cuando más la necesitas, aunque sí está relacionado.
La acumulación de energía evolucionó desde los tiempos de Volta y su pila de discos de metal, pero el concepto continúa siendo el mismo: una reacción química que obliga a los electrones a moverse del polo negativo (cátodo) al positivo (ánodo) creando una corriente que permite alimentar de manera eléctrica a cualquier dispositivo.
El problema de la degradación en las baterías de litio
En la actualidad, con las conocidas baterías de litio, todos los dispositivos con este tipo de componentes disponen de sales de litio disueltas en un líquido orgánico que reaccionan para producir la energía. Esta reacción es reversible: del cátodo al ánodo para dar carga; al contrario para almacenar energía o recargar.
Las baterías de litio se han convertido en las más utilizadas porque ofrecen una alta densidad de energía y porque se ha abaratado suficiente su coste de fabricación, pero poseen varios problemas que no se han solucionado: son extremadamente inflamables debido al disolvente que hace de electrolito, se degradan en exceso con las altas temperaturas y, como sabemos todos los que usamos un smartphone, suelen quedarse cortas ante un uso intensivo.
En la actualidad existen multitud de investigaciones que apuntan a mejorar las características de las baterías de litio, especialmente en dos factores: la seguridad (eliminando el disolvente inflamable del interior de las baterías) y la capacidad (consiguiendo que puedan almacenar más energía).
Empresas privadas especializadas en la fabricación de baterías y universidades llevan años investigando con alternativas a sus componentes actuales sin conseguir resultados que se hayan podido introducir a gran escala. Sí hemos visto notables avances que nos hacen soñar con dispositivos que duran días con una sola carga o coches eléctricos que suponen una alternativa real a los vehículos de combustión, pero nada que podamos comprar.
Mayor densidad de energía
Por ejemplo, investigadores han dado con la solución a las deflagraciones en las baterías de electrolito sólido: no solo son más seguras que las actuales de ion litio, también ofrecen una mayor densidad de energía ya que necesitan menos espacio en equivalencia. Otro prometedor avance es el uso del grafeno, un material compuesto por nanotubos de carbono que reduce el peso de las baterías y su tamaño, aumenta la densidad energética, funciona a mayores temperaturas y habilita una carga mucho más rápida.
El grafeno y las baterías son la promesa de futuro desde hace varios años, pero aún no es viable a nivel de producción en masa. Todo lo contrario de las baterías con electrolito en estado sólido: todo apunta a que las veremos en móviles, coches y otros dispositivos este mismo 2018.
Siguen agotándose demasiado pronto y mantienen cierta peligrosidad por el líquido inflamable de su interior, pero no todas sus características se han estancado. Los cargadores han evolucionado para recargar las baterías de litio cada vez más rápido; de esta manera tenemos cierta autonomía con solo unos minutos en el enchufe.
Carga inalámbrica
Y ahora no necesitamos ni conectar los dispositivos: si cuentan con carga inalámbrica bastará con posarlos sobre una simple bandeja para que se recarguen. En un mundo tan electrificado y en movimiento como el nuestro no solo importa la capacidad, también la rapidez. Ahí sí hemos notado una gran evolución.
A corto plazo no cargaremos el smartphone cada semana ni podremos ir de una punta a otra de España con nuestro coche eléctrico y sin recargar, pero todo cambiará más allá de cinco o diez años: los combustibles fósiles se están agotando y gran parte de las investigaciones se dirigen a mejorar los sistemas de acumulación de energía eléctrica. 2018 debería ser el inicio de esa revolución.
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