Una palabra se ha estado repitiendo desde hace ya tiempo en los principales medios tecnológicos del mundo: Inteligencia Artificial. Como su propio nombre indica, esta tecnología consiste en una inteligencia creada por el ser humano que no está viva, no es natural. Pero como buena inteligencia aprende, mejora y se vale por sí misma en según qué campos aprendiendo de nosotros. Igual que los humanos.
Pero con este nombre ha llegado también un presagio catastrofista. No son pocas las voces que se alzan no solo en contra de esta tecnología, sino que le tienen verdadero pavor a estos avances esgrimiendo muchísimos motivos. No os vamos a engañar; nosotros mismos hemos sentido miedo al ver algunas de las hazañas que ha realizado la IA. Pero ¿realmente debemos tener miedo? Lo analizamos.
El ser humano contra la máquina: imperfección contra eficiencia
Los seres humanos cometemos errores, y siempre lo haremos. No somos perfectos en absoluto, y eso provocará que provoquemos fallos en las tareas más mundanas del día a día, además de en las más complicadas. La principal diferencia que tenemos con una inteligencia que al igual que nosotros aprende de lo que le rodea es que esta tecnología es absolutamente eficiente.
Una máquina que esté pensada para una tarea la realizará con éxito un 100 por cien de las veces (obviando problemas técnicos). El ser humano por el contrario no; podremos mejorar, podremos hacer esta tarea de forma más eficiente pero jamás la haremos perfectamente todos los días de nuestra vida. Eso provoca ciertos debates que no nos arrojan un futuro muy halagüeño.
Por ejemplo, el tema del trabajo. Mientras que a un humano hay que pagarle ya que precisa de elementos para su subsistencia (comida, agua, un hogar…) la máquina puede estar trabajando gratuitamente sin descanso, con el único requisito de ser constante en el mantenimiento de esta. Es más barato, es más eficiente y además jamás da pie a errores.
Este es el principal argumento que dan los que enfrentan a la máquina contra el hombre; la excesiva implementación de la tecnología en las tareas que hasta ahora correspondían al ser humano. Pero ¿qué papel juega la Inteligencia Artificial en este tema? Exacto: en que la IA va aprendiendo al igual que nosotros pero manteniendo la eficiencia de una máquina y sus ventajas.
A una IA no se le tiene que dar de comer. Tampoco se le ha de otorgar un hogar o pagarle un sueldo. Además, la IA aprenderá de su trabajo y llegará a alcanzar un nivel de perfección y exactitud muy por encima del que nosotros llegaremos a alcanzar. Por ende, esto puede desembocar en la pérdida no solo de nuestro empleo, sino de nuestro principal rasgo como especie: la evolución.
Pero el ser humano es un animal creativo, la IA no puede imitarlo… ¿o sí?
Lo que ves en pantalla es un cuadro, y perfectamente podría pasar por el de algún artista contemporáneo. Pero no: este cuadro lo ha pintado una IA. Se llama “El hijo del carnicero” y se creó gracias al aprendizaje de la IA en cuestión con imágenes y vídeos de carácter sexual. Esto choca principalmente con uno de los preceptos del que más nos hemos enorgullecido los humanos: el ser humano es creativo.
Siendo justos, el término “creativo” respecto a este cuadro puede entrar a debate ya que no deja de ser un cuadro hecho a base de información relacionada que la IA ha recopilado. Pero esta siempre ha sido una barrera que los humanos hemos tenido con las máquinas; estas no pueden sentir, pensar o razonar por sí mismas. Por lo tanto, el arte y la creatividad hasta ahora quedaban reservadas para el hombre. Hasta ahora.
Hay muchos casos en los que las IAs ya han realizado trabajos humanos de esta índole; han escrito libros, poesía, pintado cuadros e incluso creado música. Sin ir más lejos, esta canción que os dejaremos a continuación ha sido creada junto a una IA.
¿Quiere decir esto entonces que la Inteligencia Artificial será capaz de crear por sí misma? ¿Realmente podríamos haber creado una tecnología tan avanzada que llegase incluso a tener libre albedrío? Porque el concepto de que la tecnología estaba al servicio de los humanos por su condición intrínsica de realizar tareas estaba muy arraigado en la sociedad… hasta estos momentos en los que la IA es capaz de aprender de nosotros hasta estos puntos.
No podemos olvidarnos de que esta se ha arraigado tanto en nuestras vidas que incluso ya está presente en electrodomésticos tan cotidianos como nuestros teléfonos, nuestros altavoces, etcétera. Estos aprenden de nosotros y siguen nuestras pautas, usando los datos que les proporcionamos para que nos sirvan mejor. Pero como la frase dice: el aprendiz acaba superando al maestro.
Parte de culpa la tiene la ciencia ficción
No podemos plasmar en un solo artículo la cantidad de obras artísticas que tratan un futuro distópico en el que las máquinas superan al hombre. No es muy difícil llegar a ese razonamiento como hemos podido ver. Tanto es así que incluso se han generado leyes no escritas en torno a este futuro. Un ejemplo son las 3 Leyes de la Robótica de Isaac Asimov.
Isaac Asimov, escritor especializado en ciencia ficción estableció unas normas de conducta para los robots de sus obras. Pero al necesitar que sean “realistas”, Asimov las hizo de tal forma que la comunidad amante de este género las adoptó y ahora se usan como referencia en muchas obras del estilo. Estas son:
- Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
El gran problema de esto radica especialmente en su carácter distópico. Si bien es cierto que estamos muy, muy, muy lejos de que las máquinas puedan tener siquiera consciencia propia, el cine, televisión y demás medios se han encargado de explotar hasta la saciedad esta idea para generar historias divertidas… pero que son ficción. Esta explotación da lugar a que algunas de estas historias intenten tener un carácter realista.
Pongamos ejemplos. Uno muy reciente es Detroit: Become Human. Un juego que trata el racismo visto desde una perspectiva futurista en la piel de los robotos. Otro ejemplo sería Terminator, la mítica saga de películas que nos hizo temer ante un futuro en el que una Inteligencia Artificial como SkyNET pudiera controlarnos a todos. Incluso avances científicos reales como los de Atlas, el robot de Boston Dynamics nos provocan pavor ante las capacidades cada día más asombrosas de estos robots.
Estas historias están cada día más empeñadas en destacar y en sonar todavía más realistas, implicando a aspectos sociales de nuestro día a día. Black Mirror es el mejor ejemplo, ya que nos muestra las situaciones más distópicas que puede acarrearnos una excesiva integración de la tecnología en nuestras vidas. Este tipo de obras hacen que el espectador pueda incluso ser receloso de la tecnología tal y como la conocemos.
Conclusión: no hay que tener miedo… si nos controlamos
Aunque muchas de estas historias no busquen más que el entretenimiento, obras como Detroit o Black Mirror sí tienen un mensaje claro hacia la sociedad: la tecnología no es en absoluto mala, pero siempre y cuando no nos volvamos parte incondicional de ella.
Ahora mismo las máquinas no representan peligro alguno para los humanos, eso es un hecho. Pero que hayamos creado una tecnología capaz de aprender, de evolucionar y de mejorar simplemente recabando datos nos da a entender que, aunque no acabemos controlados por robots asesinos, sí podemos acabar trastocando muchas cosas si dejamos que la tecnología nos consuma.
El mejor ejemplo para ilustrar este razonamiento es el capítulo “caída en picado” (Nosedive) de Black Mirror, en el que podemos encontrarnos una imagen del futuro no demasiado alejada de la actualidad, en el que prima más la apariencia en el mundo de las redes sociales que la propia que tengamos en nuestra rutina diaria.
Es por esto por lo que no debemos tener miedo de que las máquinas nos derroten, sino de cómo gestionamos la inclusión de estas en la sociedad. Necesitamos ser conscientes de que hay que elegir la mejor manera para incluirlas en nuestra vida, como afinando su eficacia en asuntos delicados como la conducción o focalizando sus posibilidades en tareas como la sanidad o la educación.
Simplemente, debemos de ser responsables con la tecnología, y sobre todo, con nuestros sentimientos hacia ella. Porque al fin y al cabo, somos nosotros los que la estamos gestionando. Y como dijo cierto personaje muy querido del mundo del cine: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
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