Desde España lo vemos como algo lejano, pero las consecuencias de una invasión china de Taiwán pueden tener graves consecuencias tanto a nivel geopolítico como económico. Para evitar que suceda, el ejército de la isla ha respondido a las agresivas maniobras militares de China, prolongadas sine die, con su propio simulacro con fuego real, con cientos de tropas desplegadas y 40 obuses disparando al mar desde el campo de Fenggang, al sur del país. Forma parte de su 'estrategia del puercoespín', una táctica ideada para repeler cualquier ataque chino en el que los misiles y baterías antiaéreas Sky Bow desempeñarán un papel primordial.
El plan defensivo de Taiwán frente a la más que posible agresión de China se basa en un plan propuesto por primera vez en 2008 por William S. Murray, profesor del US Naval War College, para garantizar que la isla "pueda ser atacada y dañada pero no derrotada, al menos sin costes y riesgos inaceptablemente altos". Igual que el puercoespín, cuando se siente en peligro, despliega sus púas para disuadir a los depredadores, Taiwán necesita una fuerte red defensiva para repeler cualquier ataque.
El enfoque se basa fundamentalmente en dos capas o muros defensivos. La primera es exterior y está relacionada con misiones de inteligencia y reconocimiento para adelantarse a los movimientos del enemigo, lo que incluye una previsión de guerra de guerrillas en el mar con el apoyo aéreo de los cazas F-16 y Mirage 2000.
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La segunda capa es interna y está basada en la peculiar geografía y demografía de la isla, que tiene pocos lugares aptos para desembarcos a gran escala, muchas zonas montañosas y buena parte de su territorio urbanizado, además de más de millón y medio de reservistas dispuestos a plantar cara al ejército del gigante asiático.
Material propio
La estrategia del puercoespín fue corroborada por la Revisión Cuatrianual de Defensa de 2021 de Taipéi. En el documento resultante se resumían así sus oportunidades de victoria: "resistir al enemigo en la orilla opuesta, atacarlo en el mar, destruirlo en la zona litoral y aniquilarlo en la playa".
Para conseguirlo sin sucumbir frente al enorme poderío aéreo chino, con más de 1.500 aeronaves en activo, será fundamental el papel de las defensas antiaéreas. Además de plataformas SAM (siglas de surface-to-air missiles) estadounidenses como Patriot o Hawk, Taiwán cuenta con abundante material de fabricación propia, las tres generaciones de baterías y misiles Sky Bow, una de las piezas clave a la hora de 'sacar las púas' frente al enemigo.
El desarrollo del sistema de misiles tierra-aire Sky Bow I (también llamado Tien Kung I o TK-1), pensado para el ataque a baja y media altura, se inició en 1981 a través del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de Chung-Shan, pero no fue hasta 1993 cuando se puso por primera vez en servicio. Los misiles, fabricados a imagen y semejanza de los Patriot, cuentan con un motor de cohete de combustible sólido de doble etapa que les permite un alcance de 70 kilómetros y se disparan desde lanzadores cuádruples remolcados o silos subterráneos diseñados para resistir fuertes ataques.
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Su sistema de guiado se apoya en un gran radar multifunción de matriz en fase de banda S, el Chang Bai, con una cobertura de 120 grados y un alcance superior a los 450 kilómetros, así como dos radares iluminadores de objetivos que operan en banda X para la fase terminal. Así, el guiado tras el lanzamiento es inercial, pero una vez alcanzada la trayectoria de vuelo eficiente hasta las proximidades del misil o la aeronave rival, el radar iluminador es el encargado de señalar el objetivo para que este no tenga tiempo de evadir el ataque o iniciar contramedidas electrónicas.
Taiwán desarrolló casi en paralelo el Sky Bow II, una versión modificada y ampliada del misil original, que además puede utilizar las mismas cajas de lanzamiento que el Sky Bow I. Al construirse con componentes más pequeños, el proyectil dispone de más espacio para combustible y un motor más potente, con el que alcanza un rango de 120 kilómetros. Según varios analistas, esta segunda generación del Sky Bow posee capacidades insuficientes contra misiles balísticos, pero es muy eficaz contra todo tipo de aviones.
Del Sky Bow 2 se derivan además dos variantes: el misil balístico de corto alcance Sky Spear y un cohete para realizar experimentos del programa espacial taiwanés en la alta atmósfera, en los que alcanzó una altitud máxima de 270 kilómetros.
Además de en sus bases en Taiwán, el ejército de esta república independiente ha desplegado algunas de las siete baterías SAM de Sky Sword I y II de las que dispone en las islas periféricas de Penghu y Dong Ying, lo que pone al alcance de estos misiles todo el estrecho de Taiwán y algunas zonas del sureste de la China continental.
La última mejora
La tercera y última generación del sistema de misiles hasta el momento, pensada para mejorar la interceptación de otros proyectiles, era necesaria para modernizar las obsoletas defensas antiaéreas de Taiwán, ya que las baterías y misiles Hawk estadounidenses entraron en servicio hace más de medio siglo. De hecho, el Ministerio de Defensa Nacional taiwanés llegó a proponer a EEUU que el desarrollo fuera conjunto, pero finalmente fue el CSIST el encargado de poner en marcha el programa en 2001.
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El Sky Word III está diseñado para atacar amenazas aéreas a medio y largo alcance, como aviones de combate, helicópteros, misiles balísticos tácticos de corto alcance, misiles antirradiación y misiles de crucero. Tiene la capacidad de enfrentarse a múltiples objetivos simultáneamente y puede operar de forma autónoma o como parte de un grupo. El sistema completo se compone de un misil tierra-aire, unidades móviles de control de fuego, que incluyen un radar, un relé de comunicaciones, un lanzador y un generador de energía.
Todo al servicio de un equipo con un rango de 200 kilómetros y que puede volar a siete veces la velocidad del sonido gracias a un sistema de propulsión de una sola etapa con alto impulso específico, que proporciona al misil un rendimiento de aceleración y velocidad capaz de hacer frente a los cazas y misiles más avanzados de China, al menos sobre el papel. Su ojiva direccional de fragmentación permite que el misil alcance objetivos con una alta probabilidad de destrucción con un solo disparo.
En 2019 la presidenta de Taiwán Tsai Ing-wen ordenó al NCSIST que acelerara la producción en masa del TK-3 hasta los 23 misiles al año, en respuesta al creciente poder militar y belicosidad de China. El Instituto de Ciencia y Tecnología taiwanés logró completar la cuota de producción de misiles antes de lo previsto, pero eso no le ha impedido quedar envuelto en una agria polémica, de consecuencias imprevisibles.
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La revista de Taiwán Mirror Media informó el pasado marzo que varios componentes de los nuevos misiles, como los encargados de controlar el suministro de corriente, habían sido adquiridos en China a bajo coste por una de las subcontratas implicadas en la producción del Sky Bow III. Estos componentes no cumplían las normas de calidad exigidas para los misiles tierra-aire, por lo que su fiabilidad ha quedado en entredicho.