La carta tenía a la derecha el remite (“Daniel Strauss. Costdninlaan, 24. La Haya, Holanda”), la fecha (“Septiembre 5 de 1935”) y a la izquierda el encabezamiento (“Su excelencia señor Alcalá-Zamora, Presidente de la República de España. Madrid España”). Estaba mecanografiada y el texto, en un buen castellano, decía:
Muy señor mío:
Adjunto le mando a usted copia de una documentación, pudiendo usted ver de qué se trata. Me dirijo a usted, señor Presidente, como jefe del Gobierno español, para que usted tenga la bondad de ver que se me haga justicia. Durante mi estancia en España fui, como usted lo verá por la documentación adjunta, engañado, al grado que estoy casi arruinado. Los personajes que intervinieron en este asunto, así como el gobierno mismo, son responsables de este asunto tan escandaloso.
Yo quisiera evitar un escándalo muy grande, y por lo mismo le estimaré mucho tenga la bondad de ayudarme en este asunto, pues no se trata de negocios con personas particulares, sino con personajes del Gobierno español, así como con el Gobierno español mismo como lo verá usted por la documentación adjunta. Yo no soy español, y había pensado presentar todo este asunto al Jugado y al Parlamento español; pero quisiera evitar todo esto, mientras no me diga usted si me puede ayudar o no.
Espero, señor Presidente, que tenga usted la bondad de tomar este asunto en sus manos, y tengo la seguridad que usted verá que se me haga justicia y se me devuelva, cuando menos, una parte de lo que me ha costado este asunto.
Agradeceré su pronta contestación, y anticipando mis gracias queda de usted suyo afectísimo, seguro servidor,
Daniel Strauss
Entre la pila de documentos que acompañaban a la carta había contratos, artículos de El Socialista resumiendo la autorización y desautorización de cierto juego de ruleta rusa, cartas cruzadas entre los señores Strauss y diversos funcionarios del Estado, copias fotográficas del conforme de un ministro, más documentación epistolar con sus correspondientes traducciones, facturas, telegramas y hasta copias de cheques donde aparecían nombres conocidos entre los que destacaba, resaltado con mayúsculas, el apellido Lerroux, aunque, eso sí, asociado al nombre de Aurelio, sobrino y ahijado de don Alejandro.
Sin dejar de reflexionar, don Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la República, volvió a colocar todo en su sitio. Don Alejandro había sido un aliado valioso de los republicanos durante su lucha contra Alfonso XIII. Fue quien encabezó la agitación y redactó la mayoría de los manifiestos, con su facilidad innata de polemista. Y también, por su conocimiento del régimen y su relación con importantes personalidades del mismo, incluyendo al general Mola, entonces a la cabeza de la Dirección de Seguridad, quien aplacó muchas ínfulas revolucionarias y medió con el statu quo, reconduciendo un movimiento conspirativo que debido a la precipitación de los capitanes Galán y García Hernández en su intento fallido de sublevación en Jaca, se había enfangado. Ese había sido el servicio más importante prestado por Lerroux a la conspiración republicana en un momento en el cual casi todos los demás miembros del Comité Revolucionario, aquellos que habían firmado el Pacto de San Sebastián, incluyendo al católico Alcalá-Zamora, seguían en la cárcel.
Desde que tomaron el poder, sin embargo, la presencia del Viejo León en las instituciones estaba siendo un problema debido a las dudas que suscitaba su gestión siempre muy personalizada de las cosas. Don Niceto todavía se acordaba de las bromas que se hacían en los corrillos políticos, durante el Gobierno Provisional, cuando se le dio la cartera de Estado y no la de Justicia como pedía, porque se dijo que se dedicaría a vender a altos precios las sentencias de los tribunales. Sin duda, su gestión política estaba llena de favores a personajes con quienes mantenía unos vínculos que a lo largo de sus casi treinta años de vida pública eran muchos y muy variados. Pero de ahí a…
El asunto era peliagudo y don Niceto no sabía muy bien cómo enfocarlo. Al cabo, descolgó el auricular del teléfono que reposaba sobre el amplio escritorio de su despacho y pidió que le pusieran en comunicación con el hotel Palace, donde se alojaba don Manuel Portela Valladares. Unos momentos después ya tenía al otro lado de la línea a su hombre de confianza en los últimos tiempos, a quien le explicó todo en pocas palabras (las mínimas que necesitaba su torrencial elocuencia), antes de terminar pidiendo, con cierta sinuosidad, su opinión sobre el tema. Su confidente guardó silencio al otro lado de la línea.
'- Vamos a esperar a ver qué pasa mañana en el banquete' -dijo.
Los dos sabían que tenían una bomba entre las manos.