Con apenas un par de meses de diferencia, nuestro país celebra por dos veces una fiesta en la que se conmemora, aunque con matices, prácticamente una misma cosa: la unidad y la patria españolas. Nos referimos, claro está, al 12 de Octubre, Fiesta Nacional, y al 6 de Diciembre, Día de la Constitución.
Son dos fechas claves, importantísimas, pero que se hacen la competencia y se devalúan la una a la otra. Creemos que habría que considerar, por ello, la posibilidad de unificarlas y hacerlo en torno a la idea del patriotismo constitucional.
Lo de la fecha es lo de menos, sería cuestión de que los dirigentes políticos se pusieran de acuerdo, pero estamos convencidos de que el sentido primordial que hay que darle a la fiesta nacional es el de recordar aquello que nos hace a todos ciudadanos e iguales, aquello que nos da derechos y exige obligaciones.
Desde ese punto de vista, la fiesta nacional no puede ser otra que la de la Constitución, porque en ella está el reflejo de la soberanía popular. Ahora bien, festejar la Constitución no es sacralizarla ni buscar una excusa para el inmovilismo. De heho, consideramos que, como producto histórico que es, expuesto por tanto al devenir de los tiempos y a los cambios sociales, hay que reformarla en los puntos en que ha quedado superada. España necesita una regeneración y un nuevo horizonte, y una actualización constitucional puede y debe contribuir a conseguirlos.
Poner en el centro la Constitución no significa tampoco desdeñar lo que significa la Hispanidad. Como bien dejó escrito Antonio Domínguez Ortiz, "España tiene un puesto asegurado en los manuales de historia universal", fundamentalmente, por el Descubrimiento y la colonización. En todo el mundo occidental, el 12 de octubre de 1492 marca el inicio de la Edad Moderna y la toma de la Bastilla, su final.
Fue España el país que, citando a otro gran historiador como Manuel Fernández Álvarez, logró "una hazaña anhelada ya por los hombres de la Antigüedad": derribar el "formidable murallón" que suponía el océno y abrir las puertas de un nuevo mundo a quienes habían vivido encerrados en el viejo. Cuántas naciones no hubieran deseado poder atribuirse esa gesta.
Se trataría, pues, de unir en una misma fecha los dos hitos que hacen que los españoles de hoy nos sintamos ciudadanos de un mismo país, orgullosos de sus logros y de su idioma común. En ese sentido, un periódico como el nuestro, que lleva por nombre EL ESPAÑOL, ve en el 12 de Octubre un día muy especial.
Hay quien ha rechazado esta fecha tratando de aplicar la lupa contemporánea a hechos del siglo XV y XVI, o descalificándola por haber sido bautizada en su día como Fiesta de la Raza, aun cuando esa denominación nació en América y no precisamente durante el franquismo, sino a principios del siglo XX.
Porque queremos que la Fiesta Nacional no sea la del Puente de la Constitución o la del Puente del Pilar, con calles desiertas y actos de salón exclusivamente para políticos, de los que además se ausentan presidentes autonómicos y otros líderes por puro oportunismo, pensamos que debe dársele un sentido claro a esta jornada. La mejor Fiesta Nacional ha de ser así la fiesta de la Constitución de todos. La de los ciudadanos. La de los demócratas.