Asistí, absorto, por puro interés sociológico, a la Marcha del Cambio del 31 de enero de 2015. Allí, en los aledaños de la Puerta del Sol, me asombró la fuerza ciclónica de la nueva izquierda. Y, tras contemplarla, vaticiné que Iglesias, mesiánico, podría arrasar en comicios futuros.
EL ESPAÑOL elaboró una esforzada fotografía, también mesiánica, de aquel impetuoso día. El partido que se organizaba en las redes y el diario que las revolucionaría afilaban algunas de la que serían sus mejores armas.
Entonces, los herederos más listos del 15-M pusieron en marcha el contador a Rajoy -tic tac, tic tac-, con un micrófono todopoderoso al frente y una buena coleta detrás, afilada y negra como la gorra del Ché. Entre vítores desenfrenados y banderas republicanas percibí una ilusión que recordaba a la que convirtió a este país en socialista en el 82; y noté con qué intensidad vibraba la necesidad de cambio que muchos exigían a gritos.
Entonces, Monedero todavía no había mostrado sus asombrosas tarifas como experto en monedas latinoamericanas aún por crear, y también existía incertidumbre sobre la relación entre la fundación de Podemos y el gobierno de Venezuela.
Aquellos días Tania Sánchez disfrutaba de un novio seductor de masas y un aura rebelde que aún no se había oscurecido tras unas singulares adjudicaciones públicas en Rivas Vaciamadrid.
En aquellos cercanos tiempos, pero tan lejanos ya, Iglesias levantaba el puño junto a otro político valiente de la periferia europea y muchos veían en el (trágico) sueño griego un atisbo del español. La victoria de Tsipras generaba un hueco desde el que escudriñar, como a través de un catalejo, la inaudita efervescencia de los anti-sistema españoles. Como si la batalla contra una troika demasiado exigente, ajena a la sensibilidad y a un sentido común mínimos, se pudiera abordar como una afrenta conjunta a todos los que estaban hartos de austeridad y de sus consecuencias al sur de Europa.
Pero los tiempos, ya lo decía Dylan, están (siempre) cambiando. Y Pablo ha pasado de regalarle Juego de Tronos al Rey -cuánto ganó ahí- a declinar la invitación del 12 de Octubre porque se ve "más útil" en otro sitio -cuánto perdió ahí-. Como a Brassens, la música militar no ha sabido seducirlo. Iglesias, tan hábil en tantas ocasiones, en ésta ha vuelto a pasarse de frenada.
Hace algún tiempo pudo revolucionar el país. Ahora, por sus propios errores, el contador -tic tac, tic tac-, corre en su contra.