- Lo que más me admira, cada vez que nos encontramos, señor Pla, es que, además de estar casado con la mujer más exótica de esta ciudad, siempre tiene usted un sinfín de noticias admirables e interesantísimas que contarme. Lástima que sea yo humorista y no me sirvan las cosas tan serias. ¡Qué pena de República!, ¿se da usted cuenta? ¡Con la satisfacción que produjo su advenimiento! Yo estaba convencido de que me concederían una embajada. Tengo méritos, hablo idiomas, y encima fui anarquista antes que nadie. ¿No le he contado nunca que yo también puse bombas cuando era joven? Pensé que Alejandro Lerroux me lo tendría en cuenta, y ya ve… ¿No piensa que el señor Lerroux tendría que haber considerado estos antecedentes tan honrosos míos?
- Cada vez que hablamos, señor Camba, nunca sé yo si bromea o si habla en serio. No sé si se debe a que no estoy familiarizado con su carácter gallego. Es tan diferente del castellano…
- Y a mí me entusiasma constatar que su exquisita castellanofobia sigue tan viva. No hay dos como usted en esta ciudad, señor Pla. Tiene usted, permítame que se lo diga –y puede considerarlo un cumplido viniendo de quien viene-, una falta de humor considerable. Pero dejémonos de piropos y explíqueme de una vez las ramificaciones tan extraordinarias de ese escándalo del que parece usted tan al tanto. Y beba, por favor, que me hace usted sentir un alcohólico a su lado. ¡Camarero!, otro vermú para el señor Pla.
- Pues es un juego de ruleta cuyo nombre le viene de que se llaman “Strauss” y “Perle” sus inventores, y “Lowann” la mujer del primero. Aquello dio el acrónimo Stra-Per-Lo, que se ha castellanizado como “estraperlo” para bautizar al ingenio en los casinos…
- ¡Qué poca imaginación! ¿No le parece a usted que hace falta fantasía en la vida y que la vida es tremendamente sosa si no la adornamos un poco? Pero continúe, continúe.
- Esta ruleta la presentaron como aparato que, a base de cálculo, fijándose en las casillas, podía ganar el jugador. Y seguramente así era, solo que el casino contaba con un recurso añadido: una suerte de pedal que permite parar la bola cuando se desea… Un fraude. Y como tal se prohibió en toda Europa. Salvo aquí, donde gracias a unas gestiones que hizo el señor Strauss cerca de señores influyentes del Gobierno…
- El viejo favoritismo ibérico.
- … consiguió que se permitiera su uso en el casino de San Sebastián y también en Mallorca, donde anda por cierto Franco como gobernador…
- Raro parece, porque el general Franco no tiene temperamento de jugador. De Queipo de Llano no me extrañaría nada. Pero Franco… Siempre hay que desconfiar de quien lleve uniforme, señor Pla. El hombre con uniforme pretende impresionarnos para hacernos obedecer, y sé lo que me digo. Por algo fui anarquista de joven.
- No parece que el general Franco tuviera nada que ver y tengo entendido que pronto hará pública una carta donde aclara su postura y carga contra los infundios del “judío Strauss”. Además, enseguida se prohibió el juego en el territorio español.
- Pues entonces hay algo que no entiendo. ¿Cuál es el escándalo?
- El escándalo es que el señor Strauss se ha sentido defraudado, viendo que sus gestiones con la Generalitat y Madrid han fracasado y que las subvenciones a algunos cargos ministeriales subían más de lo esperado. El señor Strauss considera que ha invertido un dinero considerable, de lo cual aporta todo tipo de pruebas, y que las personas que han cobrado no han respondido a sus demandas, y por ello ha intentado exigirles una cierta cantidad en compensación… En concreto, a don Alejandro Lerroux, por vía de su sobrino, que es uno de los personajes involucrados directamente.
- Lo que se dice un vulgar chantaje. Chantage, en francés. ¿En catalán?
- En catalán no se dicen esas cosas. Somos un pueblo muy fino.
- Ja, ja. Pues sí que tiene usted su socarronería, señor Pla. Me gusta su ironía, siga, siga. Y beba.
- Es todo, señor Camba. Ante la negativa del señor Lerroux de satisfacer sus demandas y abonar las ochenta y cinco mil pesetas que se le pide, el señor Strauss ha decidido enviar sus documentos nada más y nada menos que a la presidencia de la República, exigiendo justicia. Y el asunto, que hasta ahora se quedaba en los pasillos del Congreso, está a punto de ser del dominio público. Ya ve que esta gente juega duro.
- Es lo mínimo que se puede decir, señor Pla.
Entregas anteriores
- Todos somos republicanos (13 de octubre de 1935, domingo)
- Madrid, una ciudad de tenderos y funcionarios (12 de octubre de 1935, sábado)
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