Artur Mas quiere ser Lluís Companys, pero se queda en Francesc Macià
El autor, historiador y profesor en la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que los nacionalismos constituyen recreaciones históricas engalanadas de heroísmo y victimismo
Artur Mas publicó el 12 de agosto de 2015 en el diario Libération un artículo comparándose con Lluís Companys, fusilado por el régimen franquista y convertido en mártir del catalanismo. Companys, escribía Mas, luchó contra la "rébellion fasciste du général Franco", y contra "un gouvernement espagnol peu respectueux de l’identité et des institucions catalanes". La "volonté d’existir des Catalans" seguía intacta, y si Companys había personalizado esa lucha en el pasado, concluía, en la actualidad era él quien la encarnaba.
Ahora, el nacionalismo ha hecho coincidir la fecha de comparecencia de Mas ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por su responsabilidad en el intento de subvertir la legalidad el 9-N, con el fusilamiento de Companys, justo cuando se cumplen 75 años.
Sin entrar a valorar la típica identificación y encarnación del líder con el pueblo y una única aspiración, propia del populismo nacionalista, lo cierto es que las semejanzas deberían crear una enorme inquietud en el jefe de los convergentes y, por extensión, en el régimen catalanista en su conjunto.
Companys, en realidad, con quien tuvo que luchar para sostenerse en la Generalitat, a veces con asesinatos oscurecidos, y una guerra encubierta, fue contra los independentistas. Lluis Companys provenía del republicanismo izquierdista y autonomista, identificado con la lucha de los rabassaires, y la defensa de los anarquistas de la CNT, como Salvador Seguí. Se sintió español, y así lo declaró en las reuniones republicanas durante décadas y en la Cortes. Companys se sumó indirectamente a una coalición de fuerzas catalanas, la ERC, unida ad hoc para tomar unas elecciones municipales, las del 12 de abril de 1931, como un plebiscito sobre la Monarquía.
El famoso 14 de abril Companys salió al balcón del Ayuntamiento de Barcelona a proclamar la República en España, como ya se había hecho en Éibar, pero no el Estado catalán. Fue entonces Francesc Macià, líder de ERC, quien rectificó a Companys proclamando esa tarde la "República catalana en la Federación ibérica". No solo fue una traición de Macià al Pacto de San Sebastián entre los opositores a la monarquía y a la dictadura, y por tanto a la República, sino un ardid para conseguir una autonomía lo más amplia posible rompiendo la frágil base del reformismo democrático e igualitario republicano. Macià cesó a Companys, y lo sustituyó en la alcaldía de Barcelona por un separatista.
A la muerte del president, Companys fue elegido por encarnar el centro entre el regionalismo y el independentismo; esto es, la autonomía de Cataluña dentro de la República española. Hizo auténticos equilibrios para satisfacer a unos y otros, y cometió el error de dar la consejería de Gobernación a los sectores independentistas ligados a las Juventudes de ERC, a Josep Dencàs y Miquel Badia, el conocido como "capitán collons". Las Juventudes, los Escamots, no solo tenían parafernalia fascista, sino que mantuvieron relaciones con los regímenes y fuerzas fascistas europeas. Companys censuraba esta situación, pero no hacía nada.
Artur Mas es más deudor de Macià y de Estat Català que de Companys
De ahí que el golpe de Estado del 6 de octubre de 1934 fuera una chapuza: mientras los Dencàs y Badia querían aprovechar el movimiento para proclamar la independencia, Companys seguía el plan de levantarse contra el gobierno radical-cedista y reconducir la República española hacia la izquierda. Companys fue encarcelado por aquello, pero desde su celda con quien entabló diálogo fue con la CNT, mientras que consideraba que los separatistas, agrupados ahora en Estat Català, eran un lastre. A partir de ahí, la persecución de los nacionalistas contra Companys no cesó. Era abucheado por las calles e incluso en la Diada.
Los independentistas liderados por Casanovas y el Estat Català, ahora unidos a grupos filonazis como Nosaltres Sols! y el Partit Nacionalista Català no vieron otra solución que dar un golpe de Estado en Cataluña en noviembre de 1936, y asesinar a Companys. El president solo pudo parar a los independentistas haciendo que los cenetistas los persiguieran y liquidaran.
Artur Mas es más deudor de Macià y de Estat Català que de Companys; es decir, el autonomismo del actual jefe de los Convergentes no ha ido encaminado a un buen gobierno de la democracia catalana y española, sino a la consecución a plazos, por la vía de los hechos, de la independencia de Cataluña. Esa ha sido la estrategia de CiU desde que apareció en 1978 de la mano de Jordi Pujol. Ha sido una defensa utilitaria del autonomismo, ajena a un proyecto español, todo lo contrario a lo que hizo y pensó Companys.
Mas ha hecho lo mismo que Macià: fundir a las fuerzas catalanas en Junts Pel Sí para tomar unas elecciones autonómicas como un plebiscito, como en 1931, pero ha fracasado. La historia se repite, sí, pero como comedia. En este caso, el nuevo Macià contaba con la CUP para conseguir el apoyo parlamentario necesario y declarar la independencia, a pesar de que lo desprecian. Porque la gente de la CUP, con un discurso nacional y socialista, con su parafernalia kale borroka, fue la que cercó a los diputados del Parlament en junio de 2011 gritando "sois convergentes y os vamos a matar", especialmente a Mas. Y es la CUP la que, haciendo de Estat Català de los años 30, quiere aprovechar la situación para dar su particular golpe de Estado.
Companys no quiso la independencia en octubre de 1934, y fue juzgado como golpista. Fue el abogado madrileño Ángel Ossorio y Gallardo el que organizó una defensa que hacía recaer toda la responsabilidad en Companys, haciéndole mártir por la libertad de la República y de Cataluña. Mas puso en marcha un simulacro grotesco de referéndum el 9 de noviembre de 2014, arropado en una definición populista y anacrónica de democracia, el inexistente "derecho a decidir", que ahora, como entonces, será juzgado por saltarse una ley verdaderamente democrática y legítima. Los tiempos son otros, por fortuna, pero las ideas en el nacionalismo no han cambiado ni un ápice en más de un siglo. Como ya apuntó hace años el socialista catalán Solé Tura: no evolucionan.
Macià traicionó el proyecto democrático y enquistó la República, como muy bien señaló Ortega y Gasset, al igual que Mas, quien ha traicionado la democracia y la Constitución de 1978 en un viaje secesionista hacia una Arcadia feliz, escapista, que no han creído el 52% de los catalanes y ni la inmensa mayoría de los gobiernos occidentales. Mientras Companys desde la cárcel en 1934 se separó de los independentistas, Mas y su Generalitat orquestan actos de masas a las puertas del Tribunal Superior de Justicia, para que parezca el "mártir de Cataluña" y así influir en el poder y manipular la opinión, cumpliendo otro tópico del populismo nacionalista.
Los nacionalismos, sobre todo los tardíos, como el catalán, están compuestos por mitos que alimentan una comunidad imaginada, y que constituyen recreaciones históricas engalanadas de heroísmo y victimismo para atar el presente y justificar un comportamiento. El uso de mitos tiene el problema de su contraste con la investigación histórica. Es entonces cuando se produce el choque con la emotividad política, esencia del nacionalismo, que no acaba de aceptar el ritmo de los tiempos políticos ni el mundo globalizado.
*** Jorge Vilches es historiador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.