Cada día más compañías pugnan por obtener más datos de sus usuarios. El negocio de los datos, la oferta de servicios gratuitos para obtener información que pueda utilizarse para afinar la eficiencia publicitaria, ha dado lugar a compañías con valoraciones tan elevadas como Google ($456.000 millones) o Facebook ($267.000 millones), por citar únicamente las dos más emblemáticas.
Poder asegurar a los anunciantes que las personas que reciben sus anuncios son precisamente aquellos que deben recibirlos y que no desperdician impactos fuera de su objetivo es algo que, indudablemente, genera un valor elevado. Hablamos de compañías que no “venden datos” de sus usuarios, sino que simplemente se encargan de gestionar que determinados subconjuntos adecuadamente segmentados de personas puedan recibir los impactos de quienes pagan por ello. Una compañía no puede ir a Google o a Facebook y decirle “dame nombres, direcciones y teléfonos de usuarios masculinos, de renta media-alta, interesados en adquirir un vehículo y que vivan en Majadahonda”, pero sí puede pedir a la compañía que muestre anuncios a quienes tengan la mayor probabilidad de cumplir esos criterios.
En este sentido, el modelo de negocio de Google o Facebook suele criticarse situando a los usuarios no como clientes, sino como simples productos. Satirizado tradicionalmente como dos cerditos que comentan lo a gusto que están en esta cochiquera tan agradable por la que no tienen que pagar alquiler y donde además la comida es gratis, la comparación funciona humorísticamente - salvo por el detalle de que todavía ni Google ni Facebook han instaurado ningún San Martín en el que sacrifiquen usuarios - al menos, que se sepa.
Lo que sí comienza a aparecer es una corriente de pensamiento que afirma que los servicios gratuitos estan muy bien, que Google es muy útil y Facebook aporta valor... pero que, ya que generan semejantes ingresos gracias a nuestra información, deberían compartirlos con nosotros. Básicamente, por cuánto estaríamos dispuestos a entregar esa información. O al revés: a no entregarla, en caso de que los que decidiésemos pagar fuésemos nosotros, a cambio de que dicha información no fuese comercializada y no recibiésemos publicidad.
YouTube ha sido el primero de estos servicios que ha lanzado el guante: paga, y te quito mi molesta publicidad. Si marcará o no tendencia, se verá. ¿Pagarías una cantidad por usar esos servicios sin que tu información personal estuviese en juego? ¿Aceptarías cobrar a cambio de que sí se utilizase? ¿Quién y con qué criterios pondría el precio? ¿Podría llegar a plantearse un modelo así?