- Vamos, Pepe, que desde aquí no se ve nada.
Carabanchel estaba más concurrida que nunca y desde por la mañana todo Madrid parecía estar bajando hasta el puente de Toledo, en cuyo entorno había decenas de guardias civiles a caballo. Era impresionante ver a miles de personas cruzando la calle General Ricardos y encaminándose, como ellos, a la explanada del mitin. A la entrada hubo que pagar, y ahora se esforzaban por avanzar entre gente apelotonada, pugnando por acercarse lo más posible a la tribuna. Pero era difícil.
-Dicen que anoche hubo agentes provocadores en el barrio. Yo no vi nada, ¿tú?
-Yo he oído que algunas tropas de caballería cargaron contra los que cruzaban el puente –observó Pepe Mañas.
Y miró a su alrededor. Entre el público había republicanos, socialistas, comunistas, y hasta anarcosindicalistas como Ángel Navarrete, con quien venía. Los republicanos iban trajeados, muchos con sombrero, y se distinguían perfectamente de los trabajadores. De estos últimos, alguno se cubría la cabeza con papeles de propaganda para protegerse del sol. Para que se viera bien a Azaña, se había montado una tribuna forrada con la bandera republicana y las siglas de Izquierda Republicana, y por encima ondeaba una enorme pancarta: DECID AL PAÍS QUE HA NACIDO UN NUEVO PARTIDO REPUBLICANO FUERTE. Por los laterales había altavoces para llevar la voz de los oradores a las doscientas cincuenta mil personas que asistían al acto y tras los prolegómenos inevitables, cuando apareció Azaña, hubo una ovación de varios minutos y los clásicos vítores a la República y a España.
-¡Viva Rusia! ¡Viva la revolución social! –clamó alguien cerca.
- Viva el comunismo libertario –respondió Navarrete, gélido.
Mañas se concentró en Azaña, al que no había escuchado nunca hablar en público, y pensó que su físico no justificaba las caricaturas. Ni era tan gordo, ni tenía tantas verrugas, ni daba la impresión de afeminamiento que se le achacaba por no haberse casado hasta los cincuenta. Era corpulento, eso sí, y tenía el rostro surcado de pliegues en torno a sus gafitas, y una frente despejada que se prolongaba por la reluciente calva orlada por un cabello gris. Pero su voz, agradable, segura, sincera, denotaba más carácter del que esperaba. Nada gritón, tenía un ritmo conversacional al que daba un cierto tono irónico bastante eficaz y, cuando lo quería, hiriente.
‘- Ciudadanos. Viniendo de Mestalla y de Baracaldo, hemos hecho alto en esta orilla del Manzanares, que es buen lugar para que se oiga el estrepitoso aldabonazo que la opinión republicana descarga en las puertas del poder, y para que hasta los más duros y frívolos y acérrimos de nuestros enemigos se percaten de la grandiosidad de esta manifestación. Aquí continuamos la campaña que hace meses inició Izquierda Republicana y que en este acto culmina, pero no termina… ’.
Aquel hombre gris se activaba cuando hablaba. Entonces sus ojos se iluminaban, contagiados por la alegría de quien vive dentro de un hermoso edificio de ideas. Se notaba su voluntad de que el mitin fuera conducido con decoro. No era como Prieto, que gozaba dándose golpetazos en el pecho, o Largo Caballero, a quien la falta de desenvoltura en público volvía agresivo. Los dos –Mañas los había oído a ambos- apelaban principalmente a las emociones, mientras que Azaña organizaba discursos que podría haber pronunciado en el Ateneo, pensó.
‘- Este acto no tiene semejanza en la historia política de nuestro país, por la importancia de vuestra presencia… Este acto os promete la República, así como os la prometíamos y casi la inaugurábamos en esa especie de Cortes populares ya plenamente republicanas que celebramos en Madrid en septiembre del año 30, poco antes de la revolución de abril de 1931. También entonces guardaban las bocacalles camiones con ametralladoras. Pero nunca se llegó al temor demostrado por el Gobierno actual, que ha movilizado una brigada de caballería, trayéndola a Madrid como si nosotros fuésemos desde aquí a asaltar los ministerios…
Sus palabras empezaban a causar efecto y una tormenta de aplausos lo interrumpió mientras señalaba la falta de realizaciones del Gobierno y reclamaba que la República fuera devuelta a sus cauces y liberada de quienes la tenían secuestrada. Después continuó invitando a todos los partidos de izquierda a organizar una gran coalición para presentarse a las próximas elecciones. Todo eso estaba muy bien, pero había un asunto del que no hablaba.
‘-¿Y el estraperlo? –se indignó Ángel Navarrete-. ¿Por qué no dice nada del estraperlo?
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