Resumen de lo publicado.-El escándalo del estraperlo, que afecta a Lerroux, líder del Partido Radical y ministro de Estado, ha envalentonado a las fuerzas de la oposición de izquierdas que exigen que se depuren responsabilidades. En ese ambiente, Azaña ha celebrado un mitin multitudinario en Madrid. Los rumores sobre una crisis de Gobierno se acrecientan por momentos.
-Dame un pitillo, Mañas. Y suelta eso, que para saber qué dictamina la comisión parlamentaria hay todavía que esperar a que salgan de su encierro. ¿Pides el plato del día u otra cosa?
Era mediodía y los dos compañeros se habían metido en la tasca de costumbre, cerca de Cascorro. Mientras esperaban, Basilio había soltado el periódico que traía bajo el brazo y Pepe Mañas lo estaba hojeando. En El Sol hablaban de la famosa comisión parlamentaria, finalmente aprobada, aunque con menos saña que en otros diarios republicanos y resaltando la figura de Lerroux que, según decían, había salido paradójicamente dignificada. Era el viejo luchador republicano que había querido ensanchar la base de la República y al que la misma República ahora apartaba. Una tremenda patraña, había dicho Ángel Navarrete la víspera, durante el rato que había pasado con él en el bar.
- Hoy no me apetece. Azaña tiene razón. Todo esta excitación me recuerda a cuando se anunció la República, ¿te acuerdas?
-Yo todavía no había sacado mi oposición y no estaba en Madrid –dijo Basilio.
-Pues yo salí de casa después de comer y bajé a Alcalá a ver qué pasaba. En la calle se decía que el día anterior hubo en palacio un Consejo de ministros en el que se iba a decidir si se quedaba o no el rey. Pero no se sabía más. Hacia las tres y media, por Alcalá no había ningún movimiento. Y así hasta que en Cibeles, de repente se vio la bandera republicana izarse lentamente por el mástil del palacio de Comunicaciones. Los que estábamos alrededor nos quedamos mirando. Algunos salían de la tertulia del Lyon, del Banco de España y del Palace, y como la voz se había corrido empezó a bajar gente de La Granja el Henar y de otros cafés. En un corrillo se comentaba que el poder había caído en manos del Gobierno Provisional, y ya el entusiasmo se disparó y empezó la gente a apresurarse hacia la Puerta del Sol. Era rarísimo. Tantos siglos de monarquía y de repente el rey se va, sin más. Siempre nos habían dicho que a la monarquía la respaldaban el ejército, la Iglesia, los patronos y un pueblo que se hartaba de dar vivas a la familia real. Y en cuestión de horas… nada. Se acaba todo, sin tiros ni bombas. Y de pronto nadie es monárquico.
Era increíble. Las tiendas con escudo real, hoteles, fondas y teatros cambiaban su nombre. El Hotel del Príncipe de Asturias, en la carrera de San Jerónimo, tapó con la bandera republicana la palabra príncipe; ya era Hotel Asturias, a secas. Por Sol se circulaba bien, y en las bocacalles había parejas de la Guardia Civil en medio de la gente que se agolpaba. Por todas partes aumentaba el número de banderas republicanas, y el ambiente era festivo. Tanto, que los guardias ni siquiera hicieron nada cuando alguien trajo a rastras un busto de yeso de Primo de Rivera, con una cuerda atada al cuello. Unos cantaban La Marsellesa, otros el Himno de Riego, que muchos no se sabían, algunos obreros la Internacional, esa sí se la tenían bien aprendida de las Casas del Pueblo. Entre vivas a la República y gritos contra el rey, se improvisaban cancioncillas sobre la familia real.
Y a las seis aparecieron Azaña y Miguel Maura, en un taxi. Cuando la gente entendió que llegaban a Gobernación, fue el delirio. Los ovacionaron y Maura, muy echado para adelante, salió saludando. Azaña, a su lado, estaba tembloroso como un queso de Burgos. Tenía miedo de que los ametrallaran e intentaba detener a Maura, que siempre los tuvo bien puestos y que se plantó, en medio de la expectación general, ante el oficial que les salía al paso: “¿Adónde van ustedes?”. “Somos el Gobierno Provisional de la República”, dice. El oficial lo pensó un momento, dio una voz y todos formaron. Azaña, un paso por detrás, se secaba el sudor de la cara. Y ya Maura subió arriba y se dedicó a llamar a todos los gobernadores. En media hora estaba hecho -¡media hora!- y a los de fuera nos iban informando los propios guardias, unos inquietos y los más, divertidos, entendiendo que aquel era un día de fiesta, no de bronca. A esa hora llegaban periódicos a los quioscos, y hasta los que no los leían habitualmente los compraron…
-Yo lo compré en Zocodover. En primera plana, se publicaba el documento del rey en el que se decía que abdicaba para evitar una guerra civil.
-Sí. La gente bailaba, cantaba, y por una vez daba la impresión de que todos los madrileños éramos hermanos. Yo me volví a casa, pero hubo quien se quedó hasta las tantas, ovacionando a los miembros del Gobierno Provisional, y algunos se bajaban hasta palacio, a los jardines de la plaza de Oriente o de la República, ya no sé cómo llamarla, donde hasta ocupaban las garitas de los soldados…
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