El llamamiento de Albert Rivera a protagonizar una segunda Transición -con pactos de la Moncloa incluidos-, su indudable tirón personal, la buena relación que mantiene con el Rey y la circunstancia de que Ciudadanos sea percibido como el partido más centrado de todo el espectro político han hecho inevitables las comparaciones con Adolfo Suárez. También ahora, como en 1977 o 1979, existe la sensación general de que España se juega el ser o no ser y la convivencia entre compatriotas. Que ello sea suficiente para que Rivera pueda ganar las elecciones, dejando atrás al PP de Rajoy y al PSOE de Sánchez, sigue siendo, a día de hoy, casi una quimera.
Es verdad que las elecciones en Cataluña han catapultado a Rivera, que su partido se ha impuesto allí a los dos grandes partidos nacionales y que Aznar ha advertido del riesgo que supone su irrupción para que el PP siga siendo en el futuro el referente del centro derecha. Pero la realidad es que populares y socialistas se mantienen por delante en las encuestas más recientes y la brecha continúa siendo amplia en la mayoría de los casos.
Aunque Rivera genera muchas simpatías y aparece entre los líderes más valorados, una mayoría de electores sigue considerando que el PP ganará las elecciones, y eso genera un efecto arrastre -lo que los americanos llaman bandwagon- que dificulta más la sorpresa. En realidad, el "cambio tranquilo" por el que aboga Ciudadanos sólo sería posible si se diera una auténtica revolución en las urnas.
Hay que tener presente, por otra parte, que PP y PSOE han creado durante años unas estructuras y unas redes clientelares que les dan ventaja frente a partidos como Ciudadanos o Podemos que acaban de llegar a la política. Un problema añadido para Ciudadanos es el de su desigual implantación. Cuenta con muchos apoyos en las áreas urbanas de Cataluña, Madrid, Valencia o Andalucía, pero sigue siendo un partido casi testimonial en el País Vasco, Navarra o Galicia, y su escasa presencia en las zonas rurales jugará en su contra el 20-D.
Hasta ahora, Ciudadanos parece haber capitalizado casi exclusivamente el descontento de los votantes del PP con Rajoy. Los en torno a 17 puntos de intención de voto que, como promedio, le conceden las encuestas se corresponden prácticamente con los que el PP se ha dejado en el camino desde las generales de 2011. Para optar a metas mayores, Rivera tendría que buscar sufragios también entre los descontentos del PSOE. En ello parace estar fijando su empeño al poner mayor énfasis en denunciar el proyecto federal de Pedro Sánchez, los acuerdos con Podemos y fuerzas nacionalistas en numerosos gobiernos locales y autonómicos, y puntos controvertidos del programa electoral socialista, como la ofensiva que plantea contra la asignatura de Religión.
La carrera está por disputarse y el resultado final dependerá en buena medida de la campaña y de los debates. Lo que es sintomático es que, por primera vez en casi siete lustros, un partido se abre paso entre las dos grandes formaciones y anuncia su intención de ser la fuerza más votada. Es muy difícil que Rivera alcance más del 30% de los votos, que fue lo que hizo de la UCD de Suárez un partido hegemónico; pero en una reñida disputa a cuatro, Ciudadanos podría ser la fuerza más votada y pilotar una Segunda Transición con algunos puntos menos.