La advertencia de Santiago Alba
(31 de octubre de 1935, jueves)
31 octubre, 2015 03:24Noticias relacionadas
Resumen de lo publicado.-Tras el escándalo del estraperlo el parlamento vota a favor de la inculpación de los miembros involucrados. Joaquín Chapaprieta forma un nuevo Gobierno.
-Me alegro de verle, don Joaquín, y le agradezco la deferencia de haberse acercado a mi domicilio. Ya sé que nos vemos prácticamente a diario en el Congreso, pero es tan frío aquello... Pase usted, pase.
Iba anocheciendo y Santiago Alba le trataba con una novedosa amabilidad en su casa de Príncipe de Vergara, 78. Su despacho comunicaba con el espacioso vestíbulo en el cual se veía un retrato que parecía de Sorolla. Joaquín Chapaprieta le echó un vistazo de pasada. Hacia el fondo de la casa se oían voces y Alba, viendo que se distraía, aprovechó para cerrar la puerta del despacho y le invitó a sentarse. Se aposentó al otro lado del escritorio. La luz tibia del atardecer se filtraba por entre las cortinas medio corridas. El radical las corrió y encendió una lámpara de pie.
Santiago Alba era un hombre de altura regular, delgado, cabello negro, con aspecto de castellano viejo, bigote suave y perilla, cráneo bien formado, nariz larga y ojos penetrantes. Debajo del escritorio, un galgo permanecía inmóvil y volvió la cabeza para que su amo, según se sentaba, lo acariciara. A Chapaprieta le recordó su propio perro, un dálmata, pero no hizo amago de llamarlo ni jugueteó con él.
-Bueno, pues ya ha pasado. Si me permite la observación, nunca había visto una crisis ministerial solucionarse tan fulminantemente. Ayer por la mañana usted presenta la dimisión de todo el Gobierno, el presidente le renueva la confianza y a las seis de la tarde ya está constituido el nuevo gabinete, sin don Alejandro. Y hoy mismo se ha presentado usted en las Cortes con un discurso para dejar claro que su programa no cambia y que lo importante son los problemas económicos y financieros, y la Cámara le concede su voto de confianza… Ha sido la crisis gubernamental más rápida que yo recuerdo. Enhorabuena.
A Alba todavía le escocía el que, durante el verano, don Niceto le hubiera pedido formar un Gobierno que no logró formar, y que al final lo consiguiera Chapaprieta. Vista su larga carrera política y su exilio durante la dictadura de Primo de Rivera –él había sido de los más perseguidos por el dictador-, se sentía con méritos más que suficientes para ser jefe de Gobierno y se había sentido utilizado. Por eso durante meses se había mostrado frío con Chapaprieta y todavía había mostrado cierta distancia la víspera, cuando, como hombre más importante del Partido Radical después de Lerroux, se vieron, en plena crisis, para acordar la designación de los nuevos ministros radicales. Alba había obtenido la venia de su partido para negociar sin necesidad de acuerdo previo con don Alejandro, con lo que parecía que efectivamente, en adelante, sería la cabeza visible de los radicales.
-Las circunstancias aconsejaban celeridad, y don Niceto ha hecho todo para favorecerlo.
-Ya nos hemos dado cuenta. Todo parece que se acelera más que nunca. Fíjese el caso de don Alejandro. Hace nada las derechas le presentaban como el salvador de la patria. Tras demonizarlo durante cuarenta años, por fin lo acogían en su seno. Y ahora, con sus setenta y un primaveras, se le derriba del pedestal… Así es la política.
-Tengo entendido que don Alejandro ha vuelto sobre su posición y que ahora dice que ya no se va a Portugal y que seguirá al frente del Partido Radical hasta que muera...
-Le ha debido de picar enterarse de nuestra pequeña conversación de ayer. Pero no se preocupe, yo a mí edad, ya, no aspiro a quitarle el puesto. Pensaba sencillamente que no estaba en condiciones de liderar el partido. Pero en fin –acarició al galgo debajo de la mesa -, yo tenía interés en verle por un par de cuestiones que voy a manifestarle y que, por supuesto, me gustaría quedasen entre nosotros…
Santiago Alba, después de Romanones, con quien compartía larga trayectoria política, era seguramente el más experto de todos los diputados y Chapaprieta, cada vez más incómodo, dijo que por supuesto. Alba cogió un papel del escritorio, buscó sus lentes.
-Habrá leído el texto suscrito por Unamuno, Baroja, Machado, Juan Ramón, Bergamín y algún otro, en el que reconocen la eficacia mostrada por su Gobierno ante el escándalo… –Leyó en voz alta-: “Los órganos del Estado se han hecho cargo del asunto, han funcionado normalmente. Las Cortes, con serenidad y diligencia, han pasado el tanto de culpa a los tribunales y han sancionado las faltas de moral pública…”. Claro que más abajo meten una pequeña pulla a nuestros comunes aliados de la CEDA: “lo que el más elemental sentido de moral pública no puede admitir es que el otro partido dirigente, tolerante y valedor del anterior, por interés político, se beneficie de una acción que él no ha iniciado, sino que se ha visto obligado a secundar y se erija ahora en juez para determinarla, según sus conveniencias, e incluso elija, atendiendo a sus intereses políticos, hasta el nombre de los culpables”...
-Creo que todo Madrid, a estas alturas, lo ha leído, don Santiago.
-Ah, y en La Nación hay un artículo interesante, “A buscar el otro estraperlo. Ahora van por la CEDA”. Fíjese: “La serpiente ahuyenta al león… y el brazo del Gobierno, que es el señor Gil-Robles, resguárdese de la serpiente. Porque ya le apuntan. Y también, y no transcurrirá mucho tiempo, lo van a morder”….
-¿Adónde quiere llegar, señor Alba? Yo sé que los radicales no me van a perdonar lo ocurrido, pero les puedo garantizar que no hay nadie que tuviera tanto interés como yo en mantener la estabilidad gubernamental.
Alba levantó la vista del papel y se quitó los quevedos.
-Quiero llegar a que creo que hay todavía más entre bastidores y que le conviene a usted estar al tanto. A lo mejor le parece que esta guerra no va con usted, y que puede permitirse dedicarse tranquilamente a resolver problemas económicos y financieros y esa bonita ley de Restricciones a la que tanto apego tiene. Pero no se olvide de que está en medio de un fuego cruzado, y que cuando empiecen los disparos, también usted puede salir herido… Ándese con cuidado en estas próximas semanas, don Joaquín. Porque esto no ha acabado.
Entregas Anteriores
Lerroux se bate en retirada (30 de octubre de 1935, miércoles)
¡Viva el estraperlo! (29 de octubre de 1935, martes)
El mercado de la Cebada (28 de octubre de 1935, lunes)
Recordando a Mateo Morral
Mañana 1 de noviembre Pepe Mañas y Ángel Navarrete visitan la fosa común donde está enterrado Mateo Morral.