No estaría mal que del fotopool de la Moncloa saliera algo más sólido que el holograma de un compromiso con las leyes.
La cuestión es hasta dónde están dispuestos nuestros dirigentes a preservar de la campaña el polvorín catalán; hasta qué punto, en definitiva, respaldarán los aspirantes al Gobierno cuando el presidente tenga que improvisar decisiones sumarias en aplicación del artículo 155.
Es el asunto crucial, pues no se trata sólo de suspender a tientas el autogobierno catalán, sino también de contener los orgasmos propagandísticos del nacionalismo frente a la represión del Estado y, por tanto, de dejar de lado el confort de la equidistancia y la querencia buenista por el diálogo como un fin en sí mismo.
Artur Mas no es un buen salvaje, sino el máximo dirigente de un partido corrompido, el conserje de la cueva de Alí Babá, y un pésimo presidente decidido a machacar la voluntad popular, apelando a la aritmética, con tal de que sus padrinos preserven la impunidad y las cuentas en Belice, tan concienzudamente logradas después de décadas fent país.
Pero no parece que los jóvenes turcos de la oposición estén preparados, en plena batalla electoral, para dejar de lado sus construcciones más obtusas: el federalismo, la reforma de la Constitución y el referéndum como soluciones.
Es comprensible que, una vez tomada la temperatura a los sofás de piel de las visitas, Sánchez, Rivera e Iglesias hayan caído en la tentación de dejarse llevar por sus más íntimas premoniciones: "Este cuadro lo voy a cambiar". Habrá que rezar entonces para que un sentido de Estado y cierto espíritu de sacrificio guíen, al menos, al combo con más posibilidades.
Albert Rivera lo tiene claro y apuesta por escenificar un frente constitucional. Pero el dirigente socialista tiene más problemas para fijar posición porque el PSOE y sus derivadas en Cataluña y Valencia (PSC y PSPV) flirtean, por convicción o necesidad, con la mística soberanista.
Miquel Iceta ha sido incapaz de firmar una declaración con Ciudadanos y PP frente a la resolución de Junts Pel Sí y ERC. Y el presidente Ximo Puig es rehén de su propia debilidad frente al cerco de su vicepresidenta, Mònica Oltra, que no tiene reparos en advertir que quizá España se rompería "por otro lado" si la Generalitat Valenciana no consiguiera 1.300 millones de ingresos, tan dudosos como necesarios para garantizar las prestaciones básicas.
Por aquello de quien calla otorga, es evidente que Pedro Sánchez tendrá que luchar a la vez contra Rajoy y contra quienes, en sus filas, no dudan en anteponer la preservación de su pequeño (y efímero) chiringuito a cualquier otro interés.