Para que luego digan que los catalanes sólo pensamos en desconectar y los gallegos en ponerse de canto. Pues resulta que han sido el gallego Darío Villanueva, presidente de la RAE, y el catalán Isidre Fainé, presidente de la Caixa, los artífices de un regalo de asombrosas dimensiones a cientos de millones de usuarios de la lengua española. A la propulsión conjunta de estos dos motores, la RAE y la Obra Social la Caixa, se debe que la 23 edición del Diccionario de la Real Academia, la última en papel, dé el salto al hiperespacio de la digitalización. El diccionario de toda la vida deviene plataforma, consultable y navegable online, y además gratis.
Yo nunca he sido comunista ni de andar por casa. No soy partidaria de desposeer a los que poseen más que yo. Ni siquiera envidio a las que el novio les pone un dúplex regio en los Alpes. En cambio recuerdo con dolorida amargura el día que por primera vez entré en una Casa del Libro a hacerme por mis propios medios con el diccionario de la RAE, y al ir a pagar sin ni preguntar el precio –como no se pregunta el del pan…–, me quedé tiritando. ¿Cómo podía ser tan caro algo que me hacía tanta falta?
Con el tiempo entiendes que el verbo es invaluable pero que mantenerlo siempre limpio, fijo y espléndido es un alarde prometeico. Que ese “valor supremo que damos a la palabra”, según manifestó Fainé en la presentación del nuevo SuperDiccionario, cuesta mucho. No sólo dinero.
“Antes las cosas las sabías o no las sabías: ahora las miras por Internet”, me comentaba un día una colega periodista. Y es verdad que los tiempos y la tecnología alumbran nuevos y más sofisticados, casi altaneros, tipos de analfabetismo. Nunca ha sido tan fácil saber las cosas mal y a medias. Pero, y atención a la paradoja, tampoco se han dado nunca tantas facilidades a quien de verdad quiere y sabe saber. A quien no ve Internet como una excusa para la navegancia (palabro que me acabo de inventar, que comprime navegación y vagancia: ¿me lo admitirá algún día la RAE?) sino como un océano de datos y de significados por descubrir, conquistar, interrelacionar…
El papel está relativamente a salvo de los que lo ignoran. Ahora, la batalla por el conocimiento hay que darla online. Allí nos hace más falta que nunca este SuperDiccionario, que impedirá que tantos escritores o escribidores o meros transeúntes de la lengua sucumban a la pereza de no levantar los ojos de la pantalla y/o el culo de la silla para “ir a mirar” cómo se escribe, y hasta si se puede escribir, esto y lo otro. Ya está, ya no hay excusa. Ya están todas las palabras embarcadas. Podemos zarpar.