Resumen de lo publicado. -El escándalo del estraperlo ha creado un cisma en las Cortes y ha acercado un paso más las elecciones. El embajador Bowers visita a Lerroux.
-Pase usted, por favor.
El embajador comprobó que en el interior del domicilio había un ambiente tan revuelto como en presidencia, en Castellana, de donde venía. Aquello contrastaba con el sosiego institucional que había conocido en tiempos de Azaña, durante el primer bienio republicano. Tras algunos empellones en el recibidor, fue acompañado por la criada a una salita. El secretario de Lerroux le rogó que esperara. Por la puerta abierta pudo ver el despacho ocupado por una quincena de radicales vociferantes y excitados, todos ávidos de ser oídos por el anciano jefe, ese jefe que tras anunciar que abandonaba la dirección de su partido, volvía de nuevo a la vida. Nadie hablaba ya del viaje a Portugal. ¡Qué diferencia con Azaña!, volvió a considerar Claude Bowers, quien siempre había pensado que Azaña era un estadista y Lerroux un mero cacique.
- No es el momento de irse a ninguna parte. Si me fuera, sentiría que estoy desertando. ¡Y Lerroux morirá al pie del cañón, y no despedido como un miserable! –clamó el jefe radical.
En la sala había algunas sillas desocupadas y un elegante reloj de pared, con sus pesas de latón colgando de cadenas doradas, marcaba puntualmente la hora. Mientras esperaba, Bowers pensó en el reciente debate parlamentario sobre el estraperlo, y también en aquella votación aciaga cuando José Antonio Primo de Rivera había gritado lo de "viva el estraperlo". Bowers había asistido a las dos sesiones con la sensación de que se estaba derrumbando un régimen, de que la Republica se devoraba a sí misma. Sin poderlo evitar, recordó el aspecto patético de Lerroux, inmóvil en su banco azul, al que nadie osaba aún atacar directamente. Desde entonces se sucedían en aquel domicilio las reuniones espontáneas de los principales elementos radicales que querían respaldarle tanto con su presencia allí como con su actual ausencia del Parlamento (una ausencia que empezaba a ser escandalosa) y que reclamaban la ruptura del bloque parlamentario con los traidores de la CEDA y preconizaban el obstruccionismo más feroz al Gobierno Chapaprieta.
- Pero ¿qué hace ahí esperando el embajador? ¡Qué pase! –gritó Lerroux, viéndolo por la apertura de la puerta.
Uno de los hombres abrió del todo y Bowers entró en un despacho lleno de diputados. Los presentes empezaron a despedirse. Los dejaron solos y Lerroux se encaró con su visitante.
- Y bien, mi querido Bowers. Ya habrá visto que llevo unos días recibiendo a personalidades que se han acercado a mi domicilio en muestra de apoyo personal. Han pasado por aquí Santiago Alba, Gil-Robles y varios ministros. Cada día envío a la prensa la lista de visitas. ¿Supongo que no le molestará que añada su ilustre nombre?
Lerroux tenía un aspecto envidiable. Se había rehecho milagrosamente tras el fin de semana. Las puntas retorcidas de sus bigotes de gascón se movían, según hablaba, en su rostro rojizo. Su cráneo relucía a la luz de la cercana lámpara casi tanto como esos ojos castaños donde hoy se adivinaban la astucia y el cinismo. Bowers entendió que era el precio fijado de antemano por el favor que venía a pedir y asintió con naturalidad, al tiempo que daba, a modo de prolegómeno, un repaso al estado actual de la política.
-Me han comentado que don Abilio Calderón, de la comisión de Presupuestos, ha afirmado, en una entrevista en ABC, que le resulta imposible, en el actual estado de cosas, asegurar que en las sesiones parlamentarias que faltan para llegar a fin de año puedan estar aprobados los presupuestos y los proyectos de ley del señor Chapaprieta…
Aquella declaración, no ajena a las maniobras de Lerroux, suponía una novedosa toma de postura de los parlamentarios ante la obra económica de Chapaprieta. Molesto, don Joaquín se había visto obligado a convocar a la prensa y a contestar, al ser preguntado sobre la posibilidad de que le faltasen apoyos parlamentarios para llevar a cabo su proyecto, que en ese caso se vería él también en la triste necesidad de dimitir de su cargo al frente del Gobierno.
- Ya, pero además de ello…
Bowers sabía que la vida tenía poco que enseñar a Lerroux y no se anduvo por las ramas.
-Además de ello necesitaba hablar con usted y, cuando me dijeron que permanecía en su domicilio, he preferido acercarme. Tengo un problema con el señor Gil-Robles, que esperamos poder arreglar de manera más amistosa de la que él propone y, visto los muchos intereses que todavía los unen, necesitaría su amable intermediación…
Entregas Anteriores
La tertulia de Bergamín en el Lyon (3 de noviembre de 1935)
Adi Enberg y el nuevo encargo de Cambó (2 de noviembre de 1935)
Recordando a Mateo Morral (1 de noviembre de 1935)
Martínez Barrio
Mañana 5 de noviembre Josep Pla entrevista a Diego Martínez Barrio, quien fue durante muchos años la mano derecha de Lerroux, sobre el escándalo del estraperlo.