En su biografía La Liebre de la Patagonia, Claude Lanzmann cuenta una historia de amor en Pyonyang. Era 1958, el cineasta formaba parte de una delegación de intelectuales europeos que habían viajado al país para conocer los logros de la joven revolución. A los pocos días de llegar, Lanzmann se reconoció incapaz de seguir el agotador ritmo impuesto por el safari revolucionario y pidió ayuda a sus anfitriones. Una enfermera acudió durante varios días a su hotel para suministrarle un tratamiento de vitaminas. Él la describe “radiante, con el uniforme tradicional, los senos apretados pero no abolidos por el blusón, la cabellera negra le caía en dos coletas, los ojos también estrechos pero de fuego”. A ella también le debió de hacer gracia el extranjero porque corrió el riesgo infinito de besarle durante un descuido de los comisarios y de fijar una cita con él en esa capital paranoica.
Lanzmann eludió la vigilancia y acudió al punto de encuentro a la hora fijada y lo que sigue es la epopeya patética de la pareja por una ciudad dislocada. Lo que describe es terrorífico: los cánticos de los pioneros, las barcas navegando en círculos, la delación, la claustrofobia, la imposibilidad de huir. El bueno de Claude volvió a Pyongyang medio siglo después, con la idea de recorrer los lugares por los que había pasado con su enfermera durante su huída enloquecida, y comprobó que en Corea del Norte los relojes se habían detenido en 1955, al término de la guerra.
Ayer pudimos leer en El Español una reveladora entrevista con Alejandro Cao de Benós, presidente de la Asociación de Amigos de Corea del Norte. “¿Qué es lo que más le gusta de Corea del Norte?”, le pregunta Pol Pareja. “La pureza de la gente”, contesta.
El documental Propaganda Game de Álvaro Longoria es, con El pueblo del Mariscal. 10 días en Corea del Norte, uno de los testimonios audiovisuales más completos que jamás se ha ofrecido sobre el régimen norcoreano. Su principal virtud es la traición. Me explico. Uno puede viajar a Corea del Norte con 1984 bajo el brazo, como un golondrino, y repetir cien veces a cámara lo en desacuerdo que está con ese régimen. No mostrará nada excepto su narcisismo. Otra forma de trabajar es asumir que el nuestro, como dice Malcolm, es un oficio moralmente indefendible. Y que uno de sus principales desafíos es aprender cómo filmar al enemigo. No hay mayor traición con gente como Cao de Benós que respetar la literalidad de sus palabras.