Resumen de lo publicado. -El escándalo del estraperlo ha dejado fuera del Gobierno a los radicales. Mientras, Pepe Mañas, cada vez más interesado por la política, pregunta a su padre por uno de los episodios anarquistas de más relevancia en los últimos años.

- Ochenta y tres y veinte en copas, ciento tres, y diez de monte, ciento trece. Esto es una paliza, Pepe. Tienes que poner un poco más de interés o estas partidas van a resultar muy aburridas. Te veo distraído y hoy, que es viernes, sé que no piensas estudiar. ¿Qué es lo que te preocupa?

- Usted, que vivió en Andalucía, padre, ¿me puede decir cómo era la Mano Negra?

- ¿Son las cosas que te ha contado Ángel Navarrete? ¿Sigues interesado en los anarquistas?

- Procuro entender la realidad de mi país, padre, solo eso.

- Pues yo sé que en mi época había lo que se llamaba Federación Regional Española que, se decía, era anarquista, y luego el Pacto de Unión y Solidaridad y Solidaridad Obrera, y lo último, claro, la Confederación Nacional del Trabajo, a principio de siglo. Entiendo que era un poco todo lo mismo, aunque tampoco me hagas mucho caso, yo de esas cosas hablo de oídas.

- Lo de la Mano Negra ocurrió cuando usted era niño, cuando estaba en Almería.

- Desde luego. Ahí el anarquismo al principio era muy clandestino, no se le veía y eso daba lugar a mucha leyenda. Pero sí que era cierto que en Andalucía, la gente que se metía en eso se estaba organizando, para protegerse los unos a los otros. Cada vez que un militante caía preso, los compañeros se comprometían a ayudar a su familia o a vengarle si era asesinado. Andaban a la gresca con la Guardia Civil. Pero lo que desencadenó lo de la Mano Negra, según creo, fue que uno, por despecho amoroso, se fue con el cuento a la Guardia Civil y delató a los compañeros. A ese hombre lo asesinaron los sindicalistas, y los caciques y la Guardia Civil aprovecharon para montar un proceso rocambolesco. En un muro del pueblo de Villamartín aparecieron pintadas con la huella de la famosa mano negra, y en el monte, bajo una pila de piedras, los guardias "descubrieron" una especie de reglamento de la sociedad secreta, fundada para el robo y el asesinato de la gente de orden y así. La represión no se hizo esperar, y hubo dos tipos muy metidos, el jefe de la Guardia Civil de Jerez y su ayudante. A partir de ese momento, cualquier asesinato no esclarecido le era achacado a la Mano Negra. En cuanto cogían a uno y había la más mínima sospecha, lo torturaban y arrancaban declaraciones diciendo que pertenecía a la Mano Negra y que había cometido todas las tropelías del mundo desde tiempos de Matusalén. Digamos que así desprestigiaban a los anarquistas y tenían carta blanca para matar. Y cayó mucha gente, tipos como Cristóbal Fernández, Manuel Gago o Juan Galán, de los que se habló mucho, eran como los nuevos bandoleros, héroes para el pueblo. Alguno evitó el cadalso porque se volvió loco en la cárcel, otros fueron condenados a cadena perpetua y murieron en presidio o consiguieron que se les indultara, veinte años después, gracias a una importante campaña internacional. Se hablaba de aquello de la Mano Negra en todas partes, sí. Y de tanto hablar, saltó a periódicos como La Tramontana, Acracia, El Productor, donde escribía Ricardo Mella.

-Ese era inteligente.

-Eso dicen. Yo alguna vez tuve esas revistas en mis manos y no me atrajeron. A fin de cuentas, soy militar y hombre de orden, qué se le va a hacer.

-¿Pero no hacían nada violento los anarquistas?

- Por lo menos hasta el año 92, en Jerez de la Frontera, no. Ahí sí que cuatro mil campesinos tomaron por asalto la ciudad al grito de viva la anarquía. Pero eran todavía soñadores, que pensaban que con hoces y palos se podía con los señores y sus guardianes, y solo empezaron a ponerse serios a finales de siglo, cuando comenzaron con las bombas. Entonces perdieron toda la gracia para mí. Además, lo de la dinamita ya era más Barcelona. Aquello era otra cosa y yo, de todas maneras, marché a Cuba y me olvidé de todo.

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