Resumen de lo publicado. -En pleno escándalo del estraperlo, ya con Lerroux fuera del Gobierno, Navarrete y su amigo Lenin deciden trazar un plan ya fuera de la CNT.
Había amanecido un día ligeramente lluvioso. Eso no hacía sino más agradable y refrescante la salida. A Luis Mañas le gustaba ir a caballo. Se notaba el manejo de antiguo militar, y su hijo, peor jinete, le seguía como podía. Todavía quedaba a esas horas algo de escarcha en los ribazos y al final de unos campos con manchones negros de pasadas lumbres y más allá de unos chamizos con montones de basura a sus puertas se veía el caserío de Alcorcón y, a lo lejos, el valle del río Guadarrama. Los dos jinetes avanzaban al paso. Los pies de sus monturas hollaban la grama del irregular terreno. Las herraduras dejaban su impronta en el suelo, entre retamas. Detrás, los galgos entraillados pugnaban por salir corriendo. Los sujetaban Ángel y su amigo, el Lenin.
- No te quedes rezagado, hijo.
El caballejo tordo y de poca alzada de Pepe se llamaba Moreno, y la yegua que montaba su padre, Habana, en honor a los tiempos pasados en Cuba. Se habían cruzado con algún jinete con zahones y albardillas, labradores acomodados que saludaban con respeto a su padre, a quien se le notaba el militar tanto en el porte como en los calzones de pana acanalada y la guerrera. En cambio a Pepe, el calzón y las botas no le sentaban bien. Pero, aun así, disfrutaba. Le venía bien un respiro de su oposición.
- ¡A la izquierda, va la mano! –indicó Ángel Navarrete.
De una retama, donde estaba encamada, se levantó la liebre. Navarrete y Lenin soltaron los perros. La yegua corrió tras los galgos y Moreno la siguió como pudo. La liebre hizo un regate al primer perro y se aplastó contra la tierra, junto a una jara. Los galgos pasaran sin verla. Tras perder el rastro, volvieron jadeando hasta donde Navarrete y Lenin los agarraron.
- Otra que se nos ha escapado, cago en Dios...
- ¿Hace falta utilizar ese lenguaje?
- No discuta, padre, por favor, que todavía es pronto.
Pepe tenía razón. Faltaba mucha mañana antes de poder pararse a comer en algún ventorro en cuyo patio dejarían los caballos mientras ellos se sentaban delante de un buen cocido. Entonces padre y Ángel intercambiarían anécdotas de caza, evitando cuidadosamente la política, y se les pasaría el resto del día. Y ya cuando el sol se pusiera hacia Navalcarnero -era su momento favorito- se levantaría el cierzo y llegaría la hora de volver a Carabanchel. Pero todavía faltaba mucho para ello. Continuaron avanzando y pronto vio que Lenin y Navarrete discutían.
- Te digo que es una locura…
- Lo he pensado bien, y es el único medio.
- ¿Qué es lo que es una locura? –preguntó Pepe, acercándose.
Lenin se volvió, receloso, pero Ángel le hizo entender por su gesto que había confianza.
- Las cosas del sindicato, Pepe. Lenin y yo hemos abandonado la Confederación, o mejor dicho la Confederación nos ha abandonado a nosotros. Estamos planteándonos preparar acciones por nuestra cuenta. Pero necesitamos dinero, y es por eso por lo que llevo un tiempo dándole vueltas a un plan…
- ¿Qué plan?
- No se lo cuentes –dijo Lenin.
- Creo, de verdad, que es mejor que no lo sepas –dijo Ángel Navarrete.
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