Asistí el martes a una sesión instructiva. Omitiré nombres para que brille su carácter de parábola; y porque, en este caso, las personas son lo de menos: importa el síntoma.
Era un coloquio entre un periodista y un profesor universitario sobre la situación política actual, con la perspectiva de las elecciones del 20 de diciembre. En el turno de preguntas (ese momento en que, por lo general, se hacen perceptibles los estragos de las tertulias sobre la población), tomó la palabra un viejo catedrático. Entre sus consideraciones sobre el momento presente, dijo que había participado en el 15-M (“no todos eran jóvenes”) y que creía en la “emancipación” futura del ser humano. En su respuesta, el profesor aludió (sin énfasis) al enfoque “marxista” del catedrático. Y entonces este saltó: “¿Marxista? ¡No me etiquetes! Porque por tu discurso neoliberal ya vemos todos que eres un derechón...” Siguieron otros calificativos en esta línea, mezclados con quejas contra “la manía de etiquetar”. Después del acto, en un corrillo, le llamó también “joseantoniano”.
Como vemos, hay algunos que están (que dicen estar) en la nueva política pero que tienen tics antiquísimos. El del etiquetado es curioso. Por un lado, se pronuncian en contra: el “no a las etiquetas” forma parte de su pack, que es un pack presumido y romántico, de apariencia espontaneísta. Por el otro, las utilizan contra los demás sin complejo. Hay un componente cínico, o táctico, aquí. Pero yo creo que en el fondo se trata de un problema de percepción. Determinadas posturas políticas e intelectuales se asientan en la fe de sus devotos. Estos las consideran, por decirlo así, “lo normal”. Las dan por hecho, y ven en toda crítica una agresión y en todo etiquetado un intento de menoscabarlas. En el etiquetado que ellos mismos practican, en cambio, no encuentran ningún problema, puesto que a sus adversarios (los que no están en “lo normal”) sí los consideran etiquetables.
El profesor, por su lado, solo dijo lo de “marxista”, y ni siquiera referido al catedrático, sino a su enfoque. Sus reflexiones no fueron estrictamente neoliberales, ni de derechas. Habló de la complejidad de las sociedades, de que cambiarlas no es tan fácil ni depende solo de la voluntad. Habló de las limitaciones de los gobernantes y la responsabilidad de la ciudadanía; de que hay que atender a lo concreto, a lo real... Su discurso discurría por una saludable veta pragmática, tolerante, anglosajona. Quizá por esto último el catedrático lo etiquetó además así: “Eres el Fraga que volvió de Londres, la reacción escondida bajo una apariencia de modernidad”.