Resumen de lo publicado. -Navarrete y su amigo Lenin, tras haber abandonado la CNT, cometen un atraco en el centro de Madrid, que ocupará las páginas de los periódicos.

- ¡Aparta de ahí o te vuelo la cabeza!

Eran las once de la mañana y acababa de aparecer en la plazuela de la Villa, delante del palacete del Ayuntamiento la camioneta municipal, matrícula 43417. Su chófer se detuvo, como de costumbre, ante la puerta del edificio, y bajaron del interior Elías Calderón, auxiliar de caja, Sebastián Gómez, mozo de caja y Álvaro, un barrendero con uniforme de trabajo. La camioneta provenía del Banco de España, donde varios testigos habían visto cómo se entregaba, sin protección alguna, al señor auxiliar de caja y pagador del sueldo de todos los empleados municipales, las seis talegas que los ocupantes de la camioneta se preparaban a descargar por la puerta trasera. El mozo de caja, un tal Sebastián, ya estaba cruzando el umbral con las primeras talegas cuando aparecieron por sorpresa los agresores. La mañana era triste, pluviosa y la escena se producía a plena luz del día, en el momento de mayor circulación por la calle Mayor. 

- ¡Tú suelta esas bolsas! ¡Y tú, apártate de ahí! ¡He dicho que te apartes!

En el vestíbulo del ayuntamiento, varios guardias urbanos sin armas alzaron las manos. Dos hombres con trajes de pana y boina, que llevaban un rato apostados cerca del portal de la Casa de Cisneros, se precipitaron hacia el mozo de caja y la camioneta. Blandían cada cual dos pistolas que apuntaban alternativamente a los funcionarios. Se cubrían el rostro con un pañuelo y tenían el mismo acento castizo y barriobajero.

- ¡Las manos en alto! ¡Todo el mundo las manos en alto u os acribillamos a balazos!

Los funcionarios se quedaron blancos. De entre los viandantes surgieron gritos. Las mujeres se alejaban al comprender lo que ocurría. Mientras los funcionarios obedecían, el auxiliar de caja, don Elías, se precipitó sobre las dos talegas descargadas. Las protegió con el cuerpo, al tiempo que Sebastián y el barrendero hacían frente, algo temerariamente, a los atracadores. 

- Pero ¿qué hacéis? ¿Estáis locos?

Se oyeron disparos, pero no de los primeros atracadores: otros dos pistoleros llegaban por la calle del Rollo y abrían fuego sobre los funcionarios enfrentados a sus compinches. Sus víctimas cayeron heridas. El chófer y el guardia municipal se tiraron al suelo, detrás del vehículo. Los primeros atracadores aprovecharon la confusión producida por los disparos para apoderarse de las talegas todavía en la camioneta, y huyeron con ellas, en tanto que los que habían llegado en segundo lugar los cubrían con nuevos disparos. Un taxi en la esquina de la calle del Rollo les esperaba con el motor encendido.

- ¡Vamos! ¡Vamos ya!

Pese al pánico, el auxiliar de caja había conseguido poner a salvo dos talegas en el interior del ayuntamiento. Muchos transeúntes se refugiaban en los portales inmediatos. Otros corrían alocados en cualquier dirección. Los chóferes del servicio público se resguardaban en sus vehículos. Alguno salió en pos de los pistoleros, y fue imitado por dos guardias que prestaban servicio de vigilancia en el Gobierno Civil. Para entonces los pistoleros ya habían metido sus talegas en el taxi que les esperaba.

- ¡Vete por la calle Mayor! ¡Rápido! –gritó el último en subir. Al volver la cabeza, vio que los funcionarios se agrupaban en torno al herido-. ¿Quién cojones ha disparado al barrendero?

- Es que se nos echó encima…

- ¡Porque tenía que hacer como su compañero! ¡Era su parte del teatro! ¡Dije que a todos menos al barrendero! ¡Qué desastre! ¡Veras cuando se entere Navarrete! ¡Vamos, vamos!

Se sucedieron nuevos disparos: uno atravesó el cristal y los pistoleros agacharon la cabeza. En cuanto cesó el fuego, se incorporaron para sacar las armas por las ventanillas abiertas y disparar sobre sus perseguidores, quienes a su vez se echaron al suelo. De repente alguien disparó desde el balcón del ayuntamiento según pasaban. “¡Me han herido!”, gritó el Lenin, encogiéndose. El coche se precipitaba, a tumba abierta, por las estrechas calles de Madrid. Daba mil botes, calle abajo, a causa de los adoquines de la calzada. “¡Me han herido!”, gimió de nuevo Lenin, soltando el arma y llevándose la mano al costado. Se había quedado blanco como la cal.

ENTREGAS ANTERIORES

La denuncia de Nombela (29 de noviembre de 1935)

Jardiel Poncela (28 de noviembre de 1935)

La reforma constitucional (27 de noviembre de 1935)

EL ARTÍCULO DE PLA

Josep Pla recoge en su artículo el atraco organizado por Navarrete y Lenin.

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