Con el Black Friday, ese Halloween de las compras (¡mi acción de gracias es por el contagio estadounidense!), se ha adelantado el encendido del alumbrado navideño. Hemos entrado así en la embriaguez de las lucecitas y el consumo, y ahora, al visualizarlo, es cuando se hace palpable la estrategia de Rajoy. Poner las elecciones el 20 de diciembre llevaba una coacción subliminal: no estaría bien descabalgar del trineo a Papá Noel a cuatro días de Nochebuena. Papá Noel es aquí, naturalmente, el único candidato con barba blanca. No votarlo sería más feo que matar a la madre de Bambi.
A propósito de Bambi, no se ha hablado del gran favor que le hizo Zapatero a Rajoy al poner las generales de 2011 un 20 de noviembre. Lo que pretendía el anterior presidente, en línea con su política de reanimación del guerracivilismo, era motejar de franquista al gobierno del PP que iba a suceder al suyo. Pero la fuerza de la fecha ha impedido que, cuatro años después, se enjuiciara a ese gobierno: lo único que se ha hecho ha sido hablar de Franco. Seguro que Rajoy le ha puesto una velita al viejo caudillo y otra a Zapatero. Eso sí que ha sido una pinza, y en su favor.
Pero el 20-N fue hace diez días y lo que ya manda es la Navidad, la Navidad electoral de villancicos y mítines, nieve y papeletas, zambombas y zambombazos. Hay tanta impaciencia entre nuestros políticos por montar el belén, que Monedero ya ha sacado el camello (señalando a Rivera, quien por su parte dice que lo más que ha habido en su nariz han sido motas de merengue).
Cada vez que pones la tele está Pablo Iglesias con la guitarra, Sánchez con sus misas del gallo (o del gallito), el Kichi cantando Noche de paz o los nacionalistas fungiendo de caganers... Por su parte, el presidente ha prometido bajar los impuestos, que es como prometerles a los españoles un dinerito para que ellos se hagan sus propios regalos. Un dinerito que Rajoy les va a dar por el procedimiento de no quitárselo: así que ni Papá Noel ni los Reyes serían los padres, sino los propios electores.
Al final, la no asistencia de Rajoy a los debates a cuatro no hace más que responder a su estrategia: quiere reforzar la faceta de Papá Noel como benefactor ausente. Aparecerá con Sánchez, eso sí: pero será un guiño nostálgico al bipartidismo pasado. Todo Papá Noel rehúye mostrarse en la realidad, pero no en las películas. Por otra parte, debe dosificar sus apariciones: el otro día, con las collejas a su hijo, el demonio de la Navidad casi lo sacó del papel de Papá Noel para meterlo en el de Herodes, que es otro personaje fundamental de estas entrañables fechas. Y digo casi porque las collejas fueron tirando a blanditas. El niño ni lloró.