Resumen de lo publicado.- Tras el atraco, Lenin y Navarrete se refugian en la tienda de ultramarinos y piden ayuda para huir. Ambos están heridos. El comisario ha ido a hablar con la viuda del barrendero.
-¿Y el taxista?
-Por lo que he entendido, el taxi lo cogió ese Lenin en la calle Mayor, delante de un café. Lo llevó hasta la calle de Irún. Allí le sacó la pistola y obligó al taxista a apearse. Luego sus amigos se hicieron cargo del coche mientras él se llevaba al chófer a punta de pistola hasta un campo próximo al cuartel de la Montaña. Ahí se quedaron hasta las doce menos cuarto, cuando ya había terminado el atraco. Esa fue su parte. Le dejó ir y el pobre hombre se fue directo a la comisaría más cercana…
-Ay, Jesús.
Fuera invierno o verano, la ropa había que lavarla y las mujeres seguían bajando al Manzanares para la faena. A lo mejor no había tantas sábanas, camisas y almohadas colgando al viento, como con el buen tiempo, pero había agua. Como las alcantarillas daban al río, las pelotas que perdían los chicos madrileños porque se les caían en ellas acababan en este tramo del Manzanares, y los niños las pescaban con palos. Rosa e Inés tenían las manos pequeñitas. Al cabo de un rato de lavar, los dedos se les quedaban arrugaditos, con uñas brillantes. A veces se les llenaban de quemaduras, por la lejía, y en invierno se les cortaban, con el frío, como si las hubiera arañado un gato.
-Cuando huyeron, dejaron a tres en la Puerta de Toledo, y los demás se fueron hasta la calle de Palos de Moguer, donde abandonaron el coche y se dividieron el dinero. Fíjate, qué cosas. Esto, cuando éramos niñas, ¿verdad Inés?, no sucedía.
-Cómo cambia todo pero sobre todo los hombres –asintió Inés.
Huelga decir que los hombres nunca bajaban al río. Eran siempre mujeres las que lavaban y, en casa de los Mañas, encargarse de la ropa sucia era una de las principales tareas de Rosa e Inés, además de fregar y limpiar la casa, hacer la comida y ayudar en el mostrador a la tía Mariana. El agua del Manzanares era escasa. Como mucho, llegaba hasta la cintura en lo más hondo, y a veces parecía que no alcanzaba para lavar. Es cierto que existían lavaderos públicos como los de la Ronda de Atocha, donde había pilas de piedra y caños. Pero Rosa e Inés preferían el río –para algo vivían cerca del Manzanares- y con el buen tiempo disfrutaban con el olor de la hierba y el sol. Además, no había problemas como en los lavaderos públicos, donde en las cuerdas para tender la ropa siempre había alguna fresca que te robaba una sábana. En cambio, las mujeres que bajaban al río, frente a la Casa de Campo, y de allí hasta el puente de Toledo, eran gente decente.
-A veces me digo si no debiéramos –dijo Rosa, mirando la camisa manchada de sangre.
-Es que es el mejor amigo de Pepe. ¿Y si le meten en la cárcel?
-No me refiero a eso, Inés. Claro que supongo que peor hubiera sido la Inclusa…-murmuró Rosa -. ¿A ver cómo te ha quedado? Lo importante es que no se note la sangre –añadió, comprobando que nadie alrededor se fijaba en ellas.
Entregas Anteriores
La tienda de ultramarinos (3 de diciembre de 1935, martes)
La viuda del barrendero (2 de diciembre de 1935, lunes)
Artículo de Pla (1 de diciembre de 1935, domingo)
La sordera de Lerroux
Mañana cinco de diciembre Alejandro Lerroux, presidente del Partido Radical, continúa siendo investigado.