Mientras todos los sondeos, incluido el oficial del CIS, insisten en que a partir del próximo domingo la política española será cosa de cuatro, Rajoy y Sánchez se zafarán mañana en el centro del ring, fingiendo intercambiar algunos golpes pero sosteniéndose mutuamente como dos púgiles al borde del colapso. El presidente del Gobierno se aferra a ese cara a cara con aquel a quien denomina "líder de la oposición" porque "es lo que se ha hecho siempre", como si la reiteración ritual de algo bastara para autentificarlo; pero la calle y por lo tanto las urnas apuntan ya hacia otros derroteros.
Ilustración: Javier Muñoz
En ese "lo que se ha hecho siempre" está fosilizada en realidad toda la vieja política que urge liquidar pues se basa en un grosero reduccionismo que jibariza los derechos políticos de los españoles. Parece mentira escuchar tonterías del calibre de que un gobierno de coalición entre el segundo y tercer partido más votados tendría menos legitimidad que el que formara en solitario el vencedor. Dependerá sencillamente de qué formula reúna más escaños pues el nuestro es un sistema parlamentario en el que son los representantes del pueblo, en teoría sin mandato imperativo alguno, quienes eligen, apoyan y eventualmente derriban al jefe del Gobierno.
Ni siquiera el concepto de "líder de la oposición" tiene vigencia alguna una vez que el parlamento se ha disuelto y se atisba una sana fragmentación del voto. El debate final es por lo tanto un tongo en sí mismo, en la medida que excluye a dos actores, Rivera e Iglesias, que pueden ser decisivos. Y también hubo tongo en el debate a cuatro, por el cambiazo de Rajoy por Soraya, y en el propio paso del presidente por La Sexta Noche cuando, como dijo el presentador al cabo de hora y media, durante la que nadie mencionó la palabra Bárcenas, habían "ganado los buenos".
El presidente del Gobierno se aferra a ese cara a cara con aquel a quien denomina "líder de la oposición" porque "es lo que se ha hecho siempre"
En el momento decisivo tanto la televisión pública como las privadas, que deben su prosperidad a decisiones gubernamentales contrarias a la libre competencia, están resultando ser la última trinchera del marianismo. Véase si no el soslayo con que vienen tratando un error tan garrafal como el cometido por el presidente al desmarcarse del atentado de Kabul cuando creía que "no era contra nosotros". En Estados Unidos un traspié así se habría convertido en el eje de la campaña pero aquí se da más importancia, a modo de coartada, a los chanchulletes de personajes secundarios que a las maniobras de Soraya para encubrir la financiación ilegal y los sobresueldos prohibidos de su jefe.
Rajoy no sólo busca camuflar en el nominalismo de una victoria la enorme hemorragia de votos que en todo caso sufrirá el PP sino que intenta mantener de pie al tambaleante Pedro Sánchez -cuarto ya en algunas encuestas- para impedir que Rivera e Iglesias sigan creciendo por ambos flancos a su costa. Ya que no está en sus manos evitar que Ciudadanos y Podemos irrumpan en el parlamento, canalizando así un estallido de repudio popular al sistema sin parangón en la historia democrática, pretende mantenerlos al menos a raya, a modo de fuerzas subordinadas a las hegemónicas. Se trataría de que el nuevo modelo no supusiera tanto un juego a cuatro sino una especie de dos más dos en el que Rivera se conformara con servir de peana al PP e Iglesias asumiera una posición gregaria en relación al PSOE.
Su objetivo de fondo sería en realidad perpetuar el antiguo modelo de forma que la clase política tradicional se apoye en los recién llegados, a cambio de cuotas de poder o protagonismo, para seguir bloqueando toda reforma que implique devolver el control de las instituciones a la ciudadanía. O sea, que nada de reforma del Poder Judicial, nada de reforma electoral, nada de reforma de la financiación de los partidos y, como mucho, el Senado a Barcelona que se cobrarán mayores dietas.
Parece mentira escuchar tonterías del calibre de que un gobierno de coalición entre el segundo y tercer partido más votados tendría menos legitimidad que el que formara en solitario el vencedor
Todo esto ya lo dibujó en su día Goya en uno de los grabados más célebres de sus Caprichos. Muestra a dos pollinos a hombros de abnegados ciudadanos, forma parte de la serie de las "asnerías" y se titula Tú que no puedes. Según el manuscrito atribuido al propio pintor depositado en la Biblioteca Nacional pretende representar cómo "los pobres y las clases útiles de la sociedad son los que llevan a cuestas a los burros o cargan con todo el peso de las contribuciones del Estado".
La estampa se me vino a la cabeza escuchando la otra mañana una de las fundadas diatribas de Jiménez Losantos equiparando a las "víctimas de la Logse" con los alumnos de aquella "academia asnal" que recurrentemente se satirizaba en la primera mitad del XIX como vivero de próceres y mandamases. El mundo animal servía así para zaherir la jerarquía humana. Algo parecido a lo que ocurre ahora con la interminable saga del planeta de los simios. Y permítaseme, ya que en tan borrical terreno entramos, que reproduzca hoy algunos párrafos entrañables de dos obras publicadas de forma anónima en 1829, o sea, en plena Década Ominosa, por Manuel Pérez Ramajo, uno de los compañeros de cautiverio de José María Calatrava en Melilla, al que me refiero muy de pasada en mi libro La desventura de la libertad.
Tanto la televisión pública como las privadas, que deben su prosperidad a decisiones gubernamentales contrarias a la libre competencia, están resultando ser la última trinchera del marianismo
Estos primeros apuntes pertenecen a La apología del asno y muy bien podrían servir a cualquier portavoz de la vieja política para cantar las excelencias del despotismo partitocrático, practicado en nombre del pueblo pero sin el pueblo por los sucesivos gobiernos del PP y PSOE. Defienden en definitiva el derecho a no saber que tanto cultiva el oficialismo mediático:
"Cuanto más ignorante es el hombre, menos cuidados tiene, menos necesidades conoce, menos penas sufre, menos siente los males públicos, y aun los suyos propios le hacen menos sensación... Pudiera afirmarse que por los grados de ignorancia debería juzgarse de la dicha o la desdicha de los hombres. Así que, tú, oh ignorante vulgo de todas clases, eres de los menos desgraciados porque te asemejas más al asno."
"Ten a mucha honra cuando te digan que eres un borrico, pues justamente esto es una frase metafórica y familiar con que se denota que alguno es de mucho aguante y sufrimiento en el trabajo... Sábete además que hay asnos no ignorantes pues la frase de "burro cargado de letras" denota al que ha estudiado mucho y no tiene discernimiento ni ingenio".
"¡Cuan apreciable serías a todos, si como el asno fueras siempre humilde, dócil, manso obediente, paciente, sufrido, sumiso, resignado, trabajador, infatigable y sobrio y te hallaras exento de los vicios que tienes y que el asno no conoce! ¿Has de parecértele sólo en lo que llaman ignorancia? Bueno es, pero no basta... Lee, si sabes; piensa, si puedes; reflexiona, si de ello eres capaz. Entonces será cuando conozcas, que cuanto más asno sea el hombre, tanto mejor para él".
Ramajo era un periodista zumbón que había perdido un ojo pero veía el doble por el otro. Pasando de la prosa al verso ponía un demoledor espejo antropomórfico delante de la España absolutista:
"A asnos nadie nos gana... no. En Europa / No hay asnos comparables a los nuestros / Esos asnos, honor de las Castillas / Esos asnos murcianos y manchegos / Los asnos mallorquines, andaluces / Los de León, Zamora y extremeños... / ¿Mas para qué me canso?... Toda España / Abunda en asnos grandes y selectos".
"¡Oh patria mía, España venturosa / A quien benigno concediera el cielo / El don peculiar de criar asnos / Que la envidia serán del orbe entero".
"República feliz sería aquella / Compuesta solamente de jumentos... / Su Majestad Asnal y Real familia / Vivieran en reposo y en contento / Los grandes del Estado disfrutaran / Suma tranquilidad, sumo sosiego / Pacífica y contenta la nobleza seguiría gozando de sus fueros / Sin ambición, sin ira, sin codicia / Fuera divino el Sacro Asnal Colegio / Las tropas pollinales siempre fieles / Permanecieran al burral Gobierno / Y el pueblo borrical, siempre sumiso / A otros pueblos sirviera de modelo".
Esto era el franquismo sociológico que con tanta habilidad fue capaz de encauzar a su servicio el felipismo y que luego desembocó en un turno entre PP y PSOE similar al que dominó la Restauración. Hablamos de un orden político inexorable en el que todo resulta predecible. De una zona de confort que atrae y cobija a cuantos recelan de las mutaciones por el riesgo de quedar a la intemperie. A Ramajo le hubiera gustado ser uno de esos especímenes acomodaticios y conformistas:
"Todo fuera quietud, todo concordia / Sin temor de revueltas y de excesos; / Ni sangre borrical jamás corriera por ver quién es de todos más jumento... / Tantas virtudes como el asno tiene / Hágase burro, ganaría en ello... / Por mi parte, ya bien desengañado / Que quisiera ser asno, lo confieso".
Pero ser asno no es tan fácil. El asno nace y el asno se hace. Todo es muy sencillo cuando se está programado para la sumisión o cuando se tiene facilidad de adaptación a lo dominante porque Vicente va siempre donde va la gente. Pero cuando uno es portador del gen de la infidelidad a los poderosos, similar al que se ha descubierto en los topillos, la cosa se complica como se complicó tantas veces para los liberales que se revolvían contra el despotismo.
No contento con haber dado clandestinamente a la imprenta La apología del asno, Ramajo le añadió su malicioso Elogio del rebuzno en el que planteaba como anhelo llevar a los burros al entonces clausurado parlamento:
"¡Quién sabe si los asnos de la Francia / Y también los de Italia, con el peso / En el rabo, pudieran todavía / Dar sus sendos rebuznos, aturdiendo / Las Cámaras, el cónclave, y que acaso / Los de España no puedan esto mesmo!".
Y no contento con disparar a bulto, el periodista irreverente se atrevió a señalar al hombre que más mandaba en España después del Rey, el hombre protegido por una espesa trama de relaciones e intereses, el hombre cuyos defectos nadie osaba resaltar, identificándole por su procedencia pontevedresa:
"Político no fuera ni prudente / Decidir qué provincia de estos reinos / En punto de rebuznos sobresale Y merece la palma o mayor premio / Así como notamos que sucede / En relaciones de combates fieros / Que el general no quiere ajar a unos / A otros elogiando; así diremos / Que los asnos de España, todos, todos / En sus rebuznos, dignos de si mesmos / Se muestran rebuznando y a porfía / Mas sin embargo, por conciencia debo / Declarar que el rebuzno más famoso Que en mis apuntes anotado tengo / Pasó de veinte tonos o compases, / Todos fuertes, sonoros, muy tremendos / Y no era el asno un asno castellano, / Andaluz o extremeño. Era... gallego".
Cuantos lo leyeron supieron que se refería al todopoderoso ministro de Hacienda, el tecnócrata Luis López Ballesteros, natural de Villagarcía de Arousa.