No quiero hablar del resultado electoral porque me repite y no hay Almax para el sabor que dejan las papeletas. No hay presidente y no lo habrá durante mucho tiempo. Aquí somos muy de presumir con el diálogo pero que dialoguen los demás. Yo, no. En mi casa no. No tengo suficientes sillas. Mejor en el patio. Aquí no hay sitio. Podemos hacerlo después que ahora no puedo. Mejor mañana. ¿Dialogar? Con mis líneas rojas por delante y mis azules por detrás. Y así nos va.
Somos muy de querer pluralidad, pero cuando llega vestida de colores nos parece un lío. Somos muy de quejarnos del bipartidismo pero sumamos bloques de izquierda y derecha para ver si suma. Somos de darnos golpes de pecho y de sacar joroba. Somos de pecar y confesarnos. Somos de sacar al santo y no ir a misa. Somos de apelar a la emergencia social y luego priorizar con referéndums. Somos de quejarnos de Bárcenas y pagar en negro. Somos de apelar a la memoria y de olvidarla pronto.
Aquí -en España- el diálogo es un campeonato de ver quién los tiene más gordos y aguanta más en su roca. Porque, no nos engañemos, a tolerantes no nos gana nadie… hasta que hay que sentarse a hablar. Luego somos como los niños chicos que se niegan a compartir sus regalos de Navidad. A burros, ganamos. Y viene de viejo.
En este país suplicamos las cadenas del absolutista Fernando VII y elogiamos al Cid que iba atado a una madera después de muerto sobre un caballo. También se nos murió el dictador plácidamente en la cama y de milagro no sigue encendida la lucecita de el Pardo. Tiras de hemeroteca y te sonrojas. Por qué somos así.
Tenemos una permisividad hacia el cacique que es genética, arrastramos una ridícula servidumbre al señorito y a los ladrones. Parece que aplaudimos el robo. Nos debe gustar la humillación y nos mantenemos erre que erre en el "esto es lo que hay". La indiferencia hacia el daño y a lo público va en el ADN. Tenemos fecha de caducidad a la irritación, sentimos envidia hacia el pelotazo, nos da igual que nuestras calles estén llenas de grafitis y de mierda y tiramos basura fuera de la papelera. También el voto.
Quien es tolerante a la pequeña corrupción lo será -por envidia- a la gigante. Nos quejamos de boquilla. Los mismos que gritaron Viva la Pepa, suplicaron después Vivan las Cadenas, y ahora sus bisnietos se irritan en Twitter durante un rato y luego tuitean algo ocurrente de Gran Hermano. Tenemos una garganta en la que nos cabe todo. Desde el ladrón a la misericordia.
Conclusión: he acabado hablando de las elecciones. Es lo que tiene no tener presidente ni Almax en casa.