Sorprende ver cómo, ante unas elecciones en las que los españoles han demostrado estar hartos de rodillo, mayorías absolutas y turnismo, la vieja política se estremece y horroriza ante la necesidad de negociar para llegar a consensos.
Llevamos cuarenta años de "política sin política". Desde la Transición, todos los gobiernos han disfrutado de mayorías absolutas o de mayorías simples en las que bastaba un pacto al inicio de la legislatura, a cambio de concesiones, para "gobernar tranquilos".
En la dialéctica de esos políticos escuchamos expresiones que aluden a la necesidad de "un gobierno fuerte", de "gobernabilidad" o de "estabilidad parlamentaria", que demuestran que llevan toda una vida sin hacer política entendida como tal. Personas que se enrolaron en las juventudes de un partido, medraron en un esquema de culto al líder, y terminaron, por escalafón pasivo, alcanzando un cargo que les proporcionaba sueldo y cuota de poder. Están tan alejados de la gestión, de la negociación y de la verdadera política, que da vértigo comprobar que nuestro destino como país depende de personas tan mediocres.
La política es negociación. Convencer a otros para que secunden tus propuestas porque es lo mejor para el país, o abrazar las suyas si pueden ser un mal menor o una renuncia necesaria para alcanzar otro fin más importante. Se llama política, "actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva".
Un Parlamento compuesto por grupos incapaces de aprobar nada individualmente no es ninguna catástrofe ni ningún desastre. Ha sido con gobiernos capaces de aprobar lo que les diese la gana sin encomendarse a nadie con los que se han dictado las leyes más aberrantes y estúpidas de nuestra historia. Hemos comprobado fehacientemente que entregar mayorías absolutas a algunos partidos es negativo, engendra corrupción, nepotismo y clientelismo. Las pruebas se acumulan en los juzgados.
Una sociedad plural, con opiniones diversas en los temas que afectan a su forma de gestionar los recursos, demanda un Parlamento plural, en el que aprobar leyes requiera convencer a otros que actúan como contrapesos del poder. No es "ser ingobernable", sino una solución ideal... si se sabe hacer política: obliga a dialogar, negociar, convencer, a posturas flexibles en lugar de sectarias... mucho que pedir, me temo, a los políticos mediocres que nos han traído hasta aquí. Si terminamos convocando nuevas elecciones, tampoco será una catástrofe, pero será la más clara expresión de un fracaso. Del fracaso de la vieja política y de los políticos de siempre.
Es, efectivamente, tiempo de política. Pero de la de verdad.