"...Siempre intentando mejorar mi situación. Satisfago un deseo y eso solo agita otro ¿sabes? Entonces pienso: ¡al infierno con todo esto! Quiero decir: el deseo es la gasolina de la vida…". Jesse (Ethan Hawke), en Antes del amanecer, le cuenta a Celine (Julie Delpy) cómo encadena insatisfacciones una y otra vez en la hermosa segunda entrega de la célebre trilogía de Richard Linklater.
Y es que quizá sea mejor desear que conseguir. Soñar con tener que tener. Ilusionarte con alguien, que disfrutar a ese alguien. Tal vez por eso colocamos la línea de meta cada vez más lejos una vez que nos vamos acercando a ella; como si la verdadera atracción consistiera, realmente, en otear la meta más que en sobrepasarla. Por eso, también, nunca estamos, ni mucho menos somos, del todo felices.
Precisamente cómo ser felices fue lo más buscado en Google en 2015. No es extraño: eso es lo que todos queremos, felicidad, y de lo que siempre, cuando acecha, nos apartamos, quizá sin saberlo. Al final llegamos a la conclusión, una y otra vez -aunque luego prefiramos olvidarnos de ello- de que sólo sabemos ser felices retrospectivamente.
Deseamos muchas cosas. En Navidad, después de consumir en tiendas y centros comerciales como si nos fuera la vida en ello, como si fueran a querernos más por hacerlo, como si estuviéramos fatalmente hechizados, se nos ensancha tanto el corazón que hasta queremos cosas para los demás. Paz, amor, bienes. Pero, ¿los queremos de verdad?
En su canción de Navidad The rebel Jesus, el cantautor norteamericano Jackson Browne escribe: "Protegemos nuestro mundo con candados y armas/protegemos nuestras estupendas posesiones/y, una vez al año, cuando llega Navidad/damos regalos a nuestras familias/y tal vez le damos un poco a los pobres/si la generosidad nos mueve/Pero si cualquiera de nosotros interfiriera en por qué son pobres/recibiría lo mismo que el rebelde Jesús".
Sí: solo bajo esas condiciones, la de no preguntarnos por qué, la de no pretender la transformación de los roles y las posiciones, nos permitimos expresar nuestra por otra parte forzada generosidad en esas entregas mínimas. Peor aún: la realidad indica que, en el fondo, no lo hacemos por ellos, sino por nosotros mismos, como todos sabemos.
Después de este intenso período de campaña electoral, debates, puñetazos, votos a los de siempre y votos a los emergentes, después de esta grandísima confusión poselectoral que hemos alcanzado, esa de la que quién sabe cómo y si saldremos, de repente frenamos en seco para fijarnos en el árbol iluminado, el belén y los manjares del banquete. Ah, la Navidad. Cuánta falta hacía.