En su extraordinario Fariña Nacho Carretero se remite a una boutade de Mark Twain para describir la sólida red de intereses que durante décadas sostuvo el contrabando -primero de mercancías, luego de tabaco, finalmente de droga- en Galicia: "Una vez mandé a una docena de amigos un telegrama: 'Huye de la ciudad inmediatamente. Se ha descubierto todo'. Y todos huyeron".
Cuando el juez Garzón desató la Operación Nécora yo tenía nueve años. Me acuerdo de una excursión que hicimos por entonces con el colegio al Monte Santa Tecla, en A Guarda, muy cerca de la frontera con Portugal. No estuvimos allí ni quince minutos, los profesores nos subieron a los autobuses en cuanto comprobaron que el suelo estaba alfombrado de jeringuillas. En Pontevedra era inconcebible que un chaval de once o doce años fuera a jugar a algunos lugares de la zona vieja. Hablo de 'los palos', la ruta de los yonquis, las chutas en la calle San Julián, la plaza Méndez Nuñez o la Pedreira. Sobre todo recuerdo eso, que la ciudad era una mierda decadente. Recuerdo también la fascinación que provocaban las historias disparatadas de los narcos -aún siguen provocándola- y que la lucha de las 'madres de la droga' era solitaria y culposa: "Madres de yonquis. Deberían haber cuidado de sus hijos". Para cualquiera que haya crecido en Galicia, la lectura de Fariña es terapéutica. Siempre se ha hablado del shock del futuro pero, ay, lo grandioso es el shock que produce el pasado.
La heroína tuvo un efecto devastador y muy extendido. Esta sustancia no entraba en España por Galicia. Lo que aquí ocurría, como dice Carretero, es que se había creado "un hábito que tendió una alfombra roja a cualquier sustancia que llegase a la costa". La inseguridad y el deterioro de las ciudades gallegas no era algo excepcional. Recuerde el lector de Madrid cómo era un paseo por los alrededores de la Gran Vía, por Ballesta o la Plaza de Luna, hace tan sólo diez o quince años.
La transformación que ha sufrido Pontevedra es asombrosa. Hoy es una ciudad segura, tranquila y habitable, con negocios que florecen y orgullosa de su casco viejo. Yo he podido percibir mejor esa evolución porque desde hace 16 años la visito sólo en vacaciones. Ha cambiado mucho.
Gracias a las recomendaciones de Arcadi Espada en su blog, llego a este titular de The Atlantic: "2015 ha sido el mejor año de la historia para la media del ser humano". "El mundo está mejor educado, mejor alimentado, es más sano, más libre y más tolerante", consigna la revista estadounidense. Existen fundadas razones para considerar que esa fórmula que estos días va a escuchar hasta la saciedad, "Próspero año nuevo", no es sólo un deseo sino también la constatación de un hecho. El mundo va a mejor aunque tendemos a olvidarlo. "La tragedia y la miseria son hoy más raros de lo que eran antes de 2015, todo indica que serán aún menos frecuentes después de 2016", tal y como apunta The Atlantic.
Es probable que la generación millenial no vaya a tener una vida tan próspera como esperaba pero puede dar por seguro que no vivirá peor que sus padres. Ese adagio posmoderno es un lamento absurdo y narcisista. Sea optimista. Feliz año nuevo.