Ahora que Jonathan Franzen acapara los escaparates de muchas librerías con su Pureza, emerge con extraordinaria luminosidad la figura de David Foster Wallace. El primero pretende ser un gran escritor, y lo es. El segundo es mucho más: un mito. Inalcanzable ya para todos sus contemporáneos y, especialmente, para Franzen.
Es lo que tiene ahorcarse.
O, mejor, ahorcarse después de haber escrito obras memorables y haber dejado –que es igual de importante–, otra a medias.
“¿Nunca dejaste a alguien a quien aún querías?” pregunta Dan (Jude Law) a Alice (Natalie Portman) en Closer, la prodigiosa película de Mike Nichols. No es mala idea. Si te vas mientras aún amas, el amor perdura, de algún modo, en un lugar tan resguardado, y tan seguro, como ese en el que está Foster Wallace ahora, con su bandana y todo.
Pero ocurre que algunas personas son extremadamente deliciosas, y resulta totalmente imposible abandonarlas. Al menos, eso le dice Law a su amante Anna (Julia Roberts) al respecto de Alice, su pareja. Seguramente, tiene razón, que Law sabe mucho de esto. De amar, de abandonar; de intentarlo otra vez y volver a fracasar; de arrepentirse primero y perseverar después, para, finalmente, perder una última vez.
O no. Foster Wallace, con su último acto tal vez heroico, tal vez estúpido, o ambas cosas a la vez, se aseguró el olimpo literario, pero no podrá amar más; ni frustrarse más, que también tiene su encanto. Como esas mujeres fascinantes, imposibles de dejar. O como esas que hechizan con solo mirarte y a las que dejas tantas veces como recuperas, como si ambas cosas fueran la misma; o como si una siguiera tanto a la otra que la órbita trazada resultara perfectamente circular.
Todo un círculo, sí. Como la vida: naces amas mueres, mueres naces amas. Siempre lo mismo, con los actores de hoy –no solo Law o Roberts, sino todos los seres inmersos en esta misma farsa vital, esa que compartimos por pura coincidencia–, o los de mañana. Da igual.
El mundo seguirá contoneándose en esta extraña galaxia, los alisios continuarán soplando por el Pacífico hacia el oeste y seguirá habiendo Alices a las que no se puede dejar; también, Annas tentadoras y hermosas que seducen, tal vez sin pretenderlo, hasta dejarte sumido en la incoherencia eterna, en el contraste perpetuo entre los deseos ineludibles y la realidad, también ineludible.
Y seguirá habiendo, claro, Franzens que tomen el camino largo, y Foster Wallaces cuyo talento resulte tan desmesurado que acaben, muy tristemente, ahorcándose.